Los puentes levadizos
Esta es la historia de dos países vecinos, Colombia y Venezuela, que abren y cierran sus fronteras por extraños motivos que nadie entiende a ciencia cierta aún y que creen, ya no tanto, que sus diferencias se resolverán por el hecho de ser hijos de madre y padre comunes, España y Bolívar, y de haber compartido en tiempos juveniles excesos de independencia descarriada.
Son esos mismos dos vecinos, que se claman hermanos, con los padres puestos ya de paticas en la calle, los que se jalaron de mechas y de trapos por asuntos de tierras y de deudas, como cualquier pareja en tránsito escabroso de divorcio con hijos incluidos. Después de mucho diálogo tunante e inconcluso, pusieron sus asuntos en manos de un tercero, quién si no la Madre España, la misma de la que alguna vez abjuraron como razón de males y penurias, la cual falló su decisión, tesoro de Los Quimbayas incluido, en documento o laudo, y aquello fue tanto más lo que agravió que lo resuelto, que hasta estas fechas dura.
Después, a sobra de tensiones, imprecisiones y dislates, se convocó de nuevo a un juez, ahora suizo, supuestamente pulcro, objetivo, distante, dueño de vacas, bancos, relojes y secretos, para que decidiera sobre aquél mundo brumoso de nadie y para nadie que hoy llamamos eufemísticamente “la frontera común”.
Ya más acá, que de a brincos me encuentro, ambos gobiernos sintiéndose ya crecidillos, decidieron firmar un tratado definitorio en el que aspiraban, fanáticos o románticos, uno nunca sabrá, se resolverían, a perpetuidad, todas las controversias. No tomaron en cuenta en su ceguera malintencionada que las naciones y las realidades cambian, se transforman o más bien pudren o envilecen, que es lo habitual. Y así se nos apareció como un fantasma la ambición por el mar, Los Monjes, el Golfo (de Venezuela) y todo aquello, como oscuro objeto del deseo. Y debajo del mar, allá en lo hondo, el oro negro, el Dorado mestizo, el petróleo.
Generaciones y más generaciones a ambos lados de esa frontera han vestido esos mismos altares y han servido de oficiantes crédulos de esos misterios insondables, que se guardan en urnas funerarias, reliquias que cantan los orfeones, que baila en las volutas que deja el incienso en calurosas tardes dentro de catedrales y capillas puebleras, dispersas en una hiper realidad menesterosa a la que llaman patria. Esta de acá y esa de allá, cada una meciendo la cuna de su mitología bautismal que está hecha de agua borrosa y de prejuicios.
Pero pasa, en nuevo brinco histórico, que llegaron Santos, las FARC y Chávez al poder, incluyan a Maduro en estado de yéndose, y se hicieron compinches alrededor del sancocho de la paz, hecha a su gusto culinario de antojada medida, a la sombra de las palmeras tropicales borrachas de sol de los hermanos Castro por supuesto, y con el beneplácito de la comunidad internacional, siempre tan post moderna ella, religioso-izquierdosa, que dice comprender lo que ocurre en el mundo, mientras que en el fondo no hace más que justificarlo, pues las culpas y los responsables no expiran. ¡Muera el capitalismo! ¿Con ese cuchillo inquisidor en la garganta quién se atreve a estar en contra de la columba paz?
Y ya para terminar con otro salto de garrocha, me entero que en horario de circo los gobiernos de turno abrieron y cerraron a su gusto, se acabó la función, hasta nuevo aviso, así no más, la frontera común, “la frontera más viva de América Latina”, por razones y cálculos que aún no se explican, a favor o en contra de quién ni con qué objeto. Porque así como hubo razones para reabrir la frontera y qué bien que se hizo, también debe haber razones ocultas que no comprendemos los mortales para que la hayan cerrado así no más, y es inhumano que se haya hecho. Intereses y cálculos políticos pequeños y podridos. No busquemos más allá querido Sancho. Traficantes de la pobreza humana.