¿Los políticos están escribiendo?
Quedará en la historia la persecución del chavismo hacia Teodoro Petkoff como una muestra de lo cruel que pueden ser los autoritarismos modernos. Aun cuando debe presentarse todas las semanas en los Tribunales y se le prohíbe la salida del país, Petkoff, rememorando su época de guerrillero, se les ha escurrido con la reformulación de Tal Cual, ahora como semanario.
En una semblanza sobre “Teodoro”, Federico Vegas resaltó cómo la oralidad se ha impuesto sobre la palabra escrita en un país en el que la Constitución y las leyes se encuentran tan desautorizadas como las policías.
En Venezuela, el discurso estruendoso, el escándalo y la bulla prevalecen ante cualquier ejercicio de reflexión. Es muy común que la élite dirigente no escriba sus discursos ni lleve archivo de su rol público. El mismo país que años atrás tuvo una producción editorial envidiable en la que destacaron no pocos líderes políticos quienes desarrollaron sus tesis en libros, ensayos, artículos y revistas, ahora, a la par de la escasez de papel, y aun cuando Internet resulta una herramienta formidable para la difusión de las ideas, el debate político se desarrolla de una manera muy deportiva, superficial, exclusivamente oral, de cara a los medios de comunicación y no apta para la deliberación.
Fernando Yurman en “La identidad suspendida” aclara que en Venezuela “los entusiastas retóricos del cambio, los epígonos ingenuos, también son extrañados cuando pasan del grito a la reflexión”. Y agrega: “las interpretaciones ideológicas suelen ser muchas veces racionalizaciones oportunistas, vacuas, resecas de abstracciones, de una transformación más larga, más honda y menos sabida”.
“Venezuela es más de frases que de cuentos, como es más de operadores que de estrategas”, sostiene Alberto Rial en “La variable independiente”. Lo trivial es cotidiano: “Así como se aplaude y se gritan ¡bravos! en un mal concierto o en una obra de teatro chimba, o se da una buena propina por una comida piche y un mal servicio, de la misma forma endiosamos a talentos mediocres y cuestionables y volvemos a elegir como gobernantes a quienes ya lo hicieron mal una vez”.
Dieciséis años de chavismo establecieron en el espectro político (oficialista y opositor) que el dirigente “sabio” es aquel que puede relatar una o dos batallas de la Independencia. La crítica y la revisión histórica dejaron de ser un instrumento de fortalecimiento de las ideas para dar paso a la epopeya patriota como salmo responsorial de todos los mensajes políticos. Mario Briceño-Iragorry fustiga tempranamente este error en “Introducción y defensa de nuestra historia”: “Los pueblos no pueden vivir su hora presente a cuenta de su pasado, por más glorioso y fecundo que sea éste. Sería tanto como pedir a los muertos que nos sirvan el alimento”.
¿Está escribiendo nuestro liderazgo político? ¿Está reflexionando? ¿Está defendiendo ideas, programas, tesis o hurgando entre las noticias para hacerse con un titular? ¿Quién reclama sobre la superficialidad del debate político en tiempos de una crisis tan profunda? ¿Es exigente una sociedad que permite lo oral por encima de lo escrito?
Nuestra crisis, o en rigor, nuestro caos como país, se ha concebido por el predominio de lo banal sobre lo formal. Si queremos un cambio estructural para salir de esta vergonzosa situación, no podemos más que iniciar con la rectificación desde la familia, la calle, la cuadra, el barrio. Que prime la seriedad por encima del encantamiento.
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