Los niños de las fronteras
Las fronteras, son espacios naturales identificados por accidentes geográficos o líneas imaginarias trazadas por el hombre, con el objeto de salvaguardar la propiedad territorial y a quienes dentro de ellos habitaban. Así está ocurriendo desde la remota fecha, del comienzo de los tiempos, cuando el hombre posó su pié en tierra y, con su huella, marcó el primer espacio que hizo de su propiedad, dando inicio a los asentamientos de grupos en los que, congregados para la defensa mutua, se produjeron los inevitables y sucesivos apareamientos. El crecimiento de la población se consolidó en la tribu muy bien entrelazada por la fuerte relación de consanguinidad y la similitud de costumbres.
Fue concebida como una muralla, pero su condición de imaginaria la hace vulnerable. Es un espacio de fluido y voluminoso tránsito, por el cual va de un lado a otro todo lo bueno y lo malo que pueda existir en uno u otro territorio. De tal suerte que la frontera no es, nunca lo ha sido, un lugar ideal para establecerse, que garantice la indispensable seguridad un hogar en el cual, sin duda alguna, se procrearán criaturas signadas por la desventura desde la gestación; expuestas a peligros inimaginables y condenadas a ser marginales de por vida.
En Venezuela, dada su ubicación geográfica y conformación topográficas, están presente todos los elementos geográficos necesarios para la delimitación territorial, en razón de lo cual tenemos fronteras terrestres, marítimas, fluviales y del espacio aéreo. Con la hermana República de Colombia tenemos 2.219 kilómetros sobre un territorio de extremas complicaciones y, además, signado por los ineludibles reproches de vecinos que son mellizos; entre los cuales no ha sido posible fijar la “raya” definitiva que separe un territorio del otro. Se han formulado diferentes hipótesis que se perdieron entre la selva, las llanuras, los arenales o se ahogaron en los ríos y en las aguas del Golfo de Venezuela. Ninguno ha dejado de exigir para su lado, mayor número de kilómetros en playas, selvas y arenales. No importa. La potencialidad en hidrocarburos es muy importante, pesa más que la identidad y protección de quienes viven en esos inhóspitos territorios. Porque para la sociedad, un territorio que aún si guardando en sus entrañas inmensas riquezas, en el cual viven seres con derecho a tener futuro con seguridad y expectativas promisorias, para la sociedad repito, continúa siendo sólo selva impenetrable o un arenal donde han nacido seres condenados a vivir arrastrando una existencia miserable.
Así tenemos que en todas las fronteras de los países del terráqueo mundo, tienen residencia enormes peligros para las personas que en ellas residen o que las transitan a diario. Es imperioso destacar que en la que nos separa dela hermana Colombia, los peligros se han potencializado en estos tiempos de ruina económico-social, diseñada por el gobierno socialcomunista, iniciada por el tenientecoronel golpista Hugo Chávez y continuada, en profundidad, por Nicolás Maduro, ignaro marioneta del gobierno cubano y nariceado por el General Padrino López.
De Venezuela han huido más de seis (6) millones de sus habitantes, en diáspora buscando refugio donde se los proteja de la maldad gobernante; la mayoría lo ha intentado por la frontera colombo-venezolana. Mucho migrantes no han logrado trasponer la “raya”, han quedado atrapados sobre ella. Allí han construido sus ranchos y en ellos han comenzado a procrear y han nacido niños que juegan o los entrenan para ser guerrilleros (mejor bandoleros) y niñas que son prostituidas desde antes de trasponer la pubertad.
Pues bien, a esos seres inocentes, a esos niños venezolanos ya les fue amputada la alegría de vivir, les impusieron un trágico destino. La dictadura Socialcomunista encabezada por Nicolás Maduro los lanzó a un estercolero, donde permanecerán hasta que, cuando recuperemos la democracia, se les haga justicia y sean reeducados, para su incorporación a la vida en sociedad y en las tareas de reconstrucción de la Patria.