Los muertos de Venezuela
El asesinato del líder opositor Luis Manuel Díaz en Guárico y las denuncias de Lilian Tintori de que la quieren matar marcan un punto de inflexión inquietante en la campaña hacia las elecciones legislativas del 6 de diciembre en Venezuela, en las que por primera vez en 16 años los sondeos perfilan una posible derrota del chavismo.
Díaz y Tintori estaban en un mitin electoral cuando se sintieron las ráfagas. El hombre, secretario de Acción Democrática (AD) en Altagracia de Orituco, se desplomó por la acción de las balas, mientras Tintori, esposa del condenado líder Leopoldo López, se arrojó al piso para salvar su vida y luego denunció el “terrorismo de Estado” y responsabilizó al régimen de Nicolás Maduro de lo que le pudiera pasar, que pronto salió a destruir la memoria del difunto Díaz al decir que su muerte era producto de una “venganza entre bandas rivales”. Después, el jefe de campaña oficialista, Jorge Rodríguez, la completó: “Era el último integrante de una banda criminal dedicada a la extorsión, el sicariato y el secuestro”.
Claro, tan apresurada y brutal descalificación no cayó nada bien entre detractores y ni siquiera entre los propios amigos del Gobierno. En distintos tonos, exigieron investigación concienzuda unos y garantías otros. La misión de acompañamiento electoral, que no de observación, de la Unasur, ente muy cuestionado por su cercanía con Miraflores, pidió una investigación exhaustiva; Brasil solicitó al Gobierno que “cele” para que el proceso sea “limpio y pacífico”, y el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, dijo que esa muerte “no tiene ninguna justificación”. Estados Unidos y la ONU, entre otros, también se sumaron al coro, al igual que varias ONG defensoras de derechos humanos.
Pero quizás el pronunciamiento más duro fue el del secretario general de la OEA, Luis Almagro, quien dijo que dicho asesinato buscaba “amedrentar” a la oposición, por lo que el mismo día se ganó el apelativo de “basura” por parte de Maduro. El mandatario acude de nuevo a los insultos como arma electoral, que podrá despertar simpatías ante su público interno pero que deja en evidencia su pobre talante democrático.
Almagro no se arredró, y fue más allá. Cuatro días después del crimen, y en carta abierta, le pidió a Maduro desarmar a los grupos civiles, “especialmente a aquellos que dependen del Gobierno o del partido de gobierno (…) porque supongo y espero que tenga influencia y poder sobre ellos, señor Presidente”.
Más allá de la polémica, es claro que el Gobierno venezolano no está brindando las garantías para el ejercicio de la democracia. No es solo lo del asesinato de Díaz o los sospechosos incidentes en las avionetas que transportan en campaña a Tintori y su equipo. También, el acoso generalizado a los candidatos opositores, las dificultades para que realicen con tranquilidad su campaña y el ventajismo característico, en el que se vale de su enorme chequera para colmar de prebendas y regalos al electorado.
Las legislativas del domingo perfilarán lo que puede ser el país en los próximos años. De Maduro dependerá que sea un constructivo y enriquecedor proceso democrático y no un traumático ejercicio de violencia y represión. Porque, como escribió Almagro en su carta, “ser basura sería que no dolieran los muertos en Venezuela”.