Los injustos castigados de la revolución bolivariana
El que a hierro mata a hierro muere.
San Mateo
La hablachenta e ineficiente Revolución Bolivariana es pródiga en lo no debería serlo, ha hecho del castigo colectivo una pertinaz política de Estado: Castigados estamos todos aún no siendo culpables, con excepción ya sabemos de los enchufados, los corruptos de cuello rojo, los intocables con charreteras, la Nomenklatuta bolivariana y los sempiternos vividores de aquí y allá que disfrutan de las prebendas de unos gobernantes que administran el patrimonio nacional como un botín personal, sin contar por supuesto a los que asesinan, atracan, violan, roban y secuestran a voluntad, conscientes de que son inmunes e impunes porque para ellos no hay castigo bolivariano.
Castigados están por merecerlo los que, en criterio de los mandamases de turno, son calificados de oligarcas, pelucones, apátridas, fascistas, pitiyanquis, vendidos y entregados al Imperio, escuálidos, capitalistas y neoliberales, puntofijistas, mayameros, sionistas, cuartorepublicanos. Para ellos sin más y claro y raspao: gas del bueno y colectivos a granel.
Castigados están también, esta vez por no merecerlo, los sempiternos afectos al proceso revolucionario, quienes con su voto en repetidas elecciones amañadas han legalizado lo inegitimable. Son aquellos que los mercádologos, sociólogos y encuestólogos denominan las clases D y E, los pobres y más pobres, a los que se dirigían, en palabra machacona de los hablachentos y locuaces dirigentes bolivarianos todos los esfuerzos del gobierno revolucionario. Ciertamente estos conciudadanos vienen siendo los más castigados: los alienaron en la esperanza.
Sin hospitales ni ambulatorios a los que asistir, sometidos a la inexperiencia de una medicina isleña primaria falta de conocimiento y modernidad que dio buena cuenta de la vida del Eterno; carentes de las proteínas mínimas para una vida sana; sin escuelas o liceos aptos para el estudio, penosamente dotados de maestros desactualizados y mal pagados; sin agua potable ni luz eléctrica; sujetos cotidianamente a los ajustes de cuentas de las bandas de adolescentes rivales, sin dinero para enterrar a los suyos luego de una larga espera en una morgue ahíta de sangre y dolor; en fin, sumidos en la imposible esperanza de vivir mejor: esperan el día de esperar también. El barrio es un pequeño infierno donde la vida no vale nada.
Castigados continúan – sin visibles posibilidades de remisión en esta bolivariana patria – los que ancestralmente ya lo eran, los parias, los condenados de la tierra, los excluidos, los prescindibles, los carne de cañón, los necesarios sin camisa que requiere el populismo para preservarse. Sobrada razón tenía el Premio Nobel, nuestro Gabriel García Márquez, al afirmar con absoluto sentido de realidad, totalmente aplicable a los injustos castigados de la Revolución Bolivariana: El día que la mierda tenga algún valor, los pobres nacerán sin culo.