Los felicitadores del desastre nacional
Leonardo Guzmán
En agosto de 2008, el entonces presidente de la Republica Hugo Chávez, afirmo, lo que terminaría siendo la concepción mesiánica del modelo de Estado propugnado por el chavismo “Yo soy la Ley. Yo soy el Estado”. Meses después, en un acto de “jalabolismo institucional” la entonces presidenta del Tribunal Supremo de Justicia, Luisa Estela Morales, afirmó que “No podemos seguir pensando en una división de poderes porque eso es un principio que debilita al Estado”, y abogó por una revisión de ese principio establecido en la Constitución. Al parecer se trata de un mal endémico, porque ya inicios del siglo XX el periodista, abogado y diplomático tachirense Pedro María Morantes quien escribía bajo el seudónimo de Pío Gil, en su obra “Los Felicitadores” analizaba y calificaba de servil la actitud frente el caudillo de los lisonjeros de la época.
A pesar de que en algo había evolucionado nuestra sociedad y con ella la política y el derecho después de haber transitado en el siglo XX por dos dictaduras formales (Gómez y Pérez Jiménez), en el siglo XXI la alta funcionaria estaba muy lejos de aportar una teoría constitucional de la separación de los Poderes que favoreciera el desarrollo de la democracia, y por ende trajera consigo mayor estabilidad institucional, crecimiento económico y mayor suma de felicidad posible a los ciudadanos, estaba esclavizando su pensamiento a las ideas delirantes del “Comandante Supremo”, en este sentido Gil afirmaba lo siguiente: “Se puede perfectamente cultivar en un país una cualidad dada, para hacer de ella el distintivo típico del carácter nacional. Los griegos cultivaron el sentimiento de lo bello, y fueron artistas; los romanos el sentimiento del dominio, y fueron conquistadores; los cartagineses el sentimiento del lucro, y fueron mercaderes; los yanquis tienen el culto de la voluntad y son hombres de acción. Los venezolanos tenemos el culto de la servilitud y somos felicitadores.”.
En un curso de doctorado en derecho constitucional, recuerdo con profundo afecto las disertaciones del Dr. Pedro León Torres, destacado constitucionalista y administrativista, quien hizo que volviéramos nuestra mirada a Karl Loewenstein, para quien es tan grande el poder que detentan los jueces, que llega a ser superior al del gobierno y el congreso, en virtud de que tienen el poder de evidenciar la correspondencia de las acciones del poder ejecutivo con su base legal, se refería al control de la constitucionalidad de leyes emitidas por el gobierno y el congreso (en Venezuela articulo 266 constitucional: “Son atribuciones del Tribunal Supremo de Justicia: 1. Ejercer la jurisdicción constitucional conforme al Titulo VIII de esta Constitución…Las atribuciones señaladas en el numeral 1 serán ejercidas por la Sala Constitucional”; articulo 334 constitucional: “Corresponde exclusivamente a la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia como jurisdicción constitucional, declarar la nulidad de las leyes y demás actos de los órganos que ejercen el Poder Público dictados en ejecución directa e inmediata de la Constitución o que tengan rango de ley, cuando colidan con aquella.”).
Chávez supo interpretar el alcance de este Poder y consiguió magistrados “felicitadores” en una relación donde Pío Gil advierte que “El servilismo y el despotismo se han colocado frente a frente, influenciándose recíprocamente en una acción de causa y efecto; el servilismo produce el despotismo, y éste, a su vez, genera aquél, en una reproducción que se prolonga espantosamente al infinito, como los espejos paralelos reproducen al infinito la misma imagen.” Si no hubiera déspota no habría serviles; si no hubiera serviles, no habría déspotas.” Hay un refrán que dice el numero de criminales autoriza el crimen, y en ella se refleja en toda su dimensión esa relación servil/déspota-déspota/servil presente en la FANB con el Alto Mando Militar, en la ANC con Diosdado Cabello, en el Poder Judicial con Maikel Moreno y en el Poder Ciudadano con un Fiscal, Contralor y Defensor títeres del Presidente, en fin la tesis de que “la división de los Poderes debilita al Estado” es una falacia que se comprueba en su praxis, en un sistema presidencialista, donde el Presidente es Jefe de Estado, de Gobierno, Comandante en Jefe de la Fuerza Armada (articulo 236 constitucional), la división de los Poderes constituye un equilibrio de poder necesario para frenar al Poder Ejecutivo, ello contribuyó al desastre de la Venezuela actual.
En esta hora menguada de cara al futuro son orientadoras las palabras de Pío Gil, “De manera que los áulicos son co-autores con el déspota de la ruina de un país. Esta sencillísima lección de sentido común debería advertirnos que el castigo que se impone a un tirano, debe alcanzar también a las camarillas co-responsables con el tirano del desastre nacional; y que nada, absolutamente nada habremos ganado con salir de un autócrata, si sus cortesanos rodean al nuevo gobernante, para sugerirle las anteriores prácticas cesáreas.” Alea iacta est.