Los Antifas y la decapitación de las estatuas
La destrucción o la degradación de las estatuas, los rostros de mármol desfigurados a martillazos o las figuras en bronce manchadas de pintura, son para el historiador Stéphane Ratti una expresión del damnatio memoriae, una manera de maldecir, condenar o destruir la memoria y herir profundamente el sentimiento histórico de la sociedad. Esta escalada de vandalismo contra el patrimonio cultural en muchas ciudades de Europa y América no es espontáneo, obedece a una estrategia contra las sociedades democráticas occidentales nacida de la unión de las organizaciones de extrema izquierda internacional orquestadas con el Islam integrista. Es una turbia marea antidemocrática y antioccidental en la que proclaman luchar contra el racismo y la islamofobia, pero en realidad están tendiendo puentes para la penetración del islamismo radical y el comunismo en sus países. Entre las decenas de organizaciones subversivas que pululan impunemente en las democracias occidentales se encuentra Action Antifasciste, conocida como Antifa.
Como afirma Soeren Kern (Breve historia de Antifa, Gatestone Institute, 21.06.2020), Antifa puede ser descrito como un movimiento insurgente transnacional que pretende, con extrema violencia, subvertir la democracia liberal a fin de reemplazar el capitalismo global con el comunismo. La proclamada meta de Antifa, tanto dentro como fuera de EEUU, es establecer un orden mundial comunista. Antifa está, de hecho, altamente conectada y bien financiada, con una presencia global. Cuenta con una estructura organizativa horizontal, con decenas y posiblemente centenares de grupos en diferentes países.
Los orígenes ideológicos de Antifa pueden rastrearse hasta la Unión Soviética. En la década de 1920, la Internacional Comunista (Comintern) desarrolló el denominado frente táctico unido para «unificar las masas trabajadoras por medio de la organización y la agitación (…) a escala internacional y en cada país» contra el «capitalismo» y el «fascismo», dos términos que a menudo se utilizaban indistintamente. El movimiento Antifa moderno toma su nombre de una organización denominada Antifaschistische Aktion, fundada en mayo de 1932 por los líderes estalinistas del Partido Comunista alemán. Se creó para combatir a los fascistas, término que éste utilizaba para calificar a los partidos pro capitalistas del país. En 1933 pasó a la clandestinidad, luego de que los nazis tomaran el poder. “El antifascismo siempre ha sido fundamentalmente una estrategia anticapitalista. Por eso el símbolo de la Antifaschistische Aktion nunca ha perdido su fuerza inspiratoria (…) El antifascismo es más una estrategia que una ideología”, señala Kern.
La Facción del Ejército Rojo (RAF), por sus siglas en alemán, también conocida como Banda Baader-Meinhof, fue una guerrilla urbana marxista que cometió asesinatos, atentados terroristas y secuestros durante tres décadas con el objetivo de provocar una revolución en Alemania Occidental. Tras el colapso del régimen comunista en Alemania Oriental en 1989, se descubrió que la Banda Baader-Meinhof había recibido entrenamiento, refugio y suministros de la Stasi, la policía política de la RDA. Las tácticas de la RAF, son similares a las que utiliza hoy Antifa, coincidiendo además en que la RAF veneraba a las dictaduras comunistas de la URSS, China, Corea del Norte, Vietnam del Norte y Cuba. Por esta razón, tanto Antifa como los extremistas de izquierda suelen ignorar o legitimar las violaciones de los derechos humanos en dictaduras socialistas o comunistas.
En el Reino Unido, la Anti-Fascist Action (AFA), grupo militante antifascista fundado en 1985, dio origen al movimiento Antifa en EE UU. Tras la caída del Muro de Berlín en 1989 y el colapso del comunismo en 1990, el movimiento Antifa abrió un nuevo frente contra la globalización neoliberal, afirma Kern. Podríamos resumir que el comunismo ha mutado en diversas organizaciones, adaptando sus estrategias de lucha y subversión a nuevos escenarios, aprovechando la carencia de estadistas, los vacíos y las debilidades de las democracias occidentales.
En relación a las estatuas existen dos conceptos antagónicos. El primero hace referencia a una remota concepción del origen de las estatuas en la Grecia clásica: “Una estatua no representa a alguien, actualiza la presencia de un ser ausente: es su presencia. En la tragedia de Eurípides (Siglo V a. C.), hay una escena que muestra al joven Hipólito, ofreciendo una corona de flores trenzada a la diosa Artemisa, mientras le dice a la estatua: «Estoy contigo. Estoy hablando contigo y tú me estás hablando a mí. Tu cara no es visible para mí, pero escucho tu voz”. La verdadero Artemisa no es la estatua, que el héroe tiene ante sus ojos. La verdadera Artemisa está viva, habla y la escucha porque su presencia se ha convertido en una realidad para él (sin duda psicológica), gracias a la estatua (Stéphane Ratti, Les statues, objet de piété et de haine, Le Figaro, 14.06.2020). La segunda concepción nos hace entender el por qué de las decapitaciones, derribos y profanaciones de las estatuas de Colón, Cervantes, Churchill, de Gaulle y otras grandes figuras, después de hallar algunos indicios en el Corán. En los compendios del Hadiz (recopilación de las sentencias de Mahoma, escritas por los sabios y eruditos) tomados de los libros canónicos de Abu Daud, entre otras recopilaciones orales del Profeta, se cita que el Arcángel Gabriel cierta vez rehusó entrar en la casa del Mensajero de Allah porque había una estatua cerca de la puerta. Tampoco entró al día siguiente; entonces le dijo al Profeta : «Manda a que decapiten la estatua». La interpretación del pedido de Gabriel de que la estatua quede sin cabeza, sin rostro, es con el fin de que al mirarla no genere sentimientos hacia ella, ya que Alá es al único al que se debe admirar y demostrar sentimientos por ser el único dios, pero es «incognoscible», es decir, que no tiene representación. Para el Islam, es un pecado mortal representar de ninguna manera a su Dios. De allí que también esté estrictamente prohibido colocar estatuas que perpetúen la memoria de reyes, grandes hombres o cualquiera que sea digno de admiración. Solo Alá lo merece.
Cuando observamos a estos fanáticos destruyendo estatuas y cruces, quemando iglesias y bibliotecas, demoliendo los museos, degollando y quemando vivos a los cristianos de Irak, masacrando a los periodistas de Charlie Hebdo por haber publicado una caricatura de Mahoma o asesinando a quienes no se plieguen a sus creencias, en realidad están despejando el camino para la refundación del mundo según el Corán. Sería una ingenuidad pensar que todas estas acciones vandálicas contra las estatuas que estamos presenciado en occidente no tienen correspondencias con el islamismo radical que en alianza con la internacional comunista buscan destruir las democracias.
¿Por qué en Francia, L’Action Antifasciste o Antifa, junto a las demás organizaciones y partidos de izquierda, se oponen fieramente al Estado de Israel? Después de la caída del Muro de Berlín y el alejamiento del proletariado obrero de las causas socialistas en el mundo, la izquierda ha visto en el Islam la religión de los pobres, los marginados, los explotados. Los islamistas son los nuevos “condenados de la tierra”, con quienes expiarán su pesada carga de culpa colonialista. Como bien lo define Pascal Bruckner, el pensamiento de izquierda, huérfano de ideales, ha encontrado en el Islam un substituto a la idea del ‘proletariado’ y un ‘modelo revolucionario’. Pero además, el carácter antioccidental del Islam les procura el aura de una religión del Tercer Mundo (Pascal Bruckner, Un racisme imaginaire, 2017). El odio a Israel y el apoyo a la causa palestina de los terroristas de Hamas y Hezbollah, esta última dirigida por Irán, se han convertido en símbolo de la nueva “lucha de liberación de los pueblos”.
La ambigüedad de los políticos europeos y las celestinas de la prensa que tildan de ‘fascistas’, ‘ultraderechistas’, ‘racistas’ e ‘islamofóbicos’ a los que no piensen como los Antifas, han contribuido a la expansión e impunidad de los enemigos de occidente. Es vergonzoso observar la claudicación de los dirigentes occidentales ante la arremetida terrorista en nuestras ciudades, arrodillándose ante los vándalos o presurosos cubrir las esculturas o descolgar las pinturas que puedan escandalizar a los facinerosos. No nos extrañaría que las próximas estatuas a ser destruidas sean el David, la Piedad, el Moisés, el Pensador o la Estatua de la Libertad. Como las estatuas no pueden defenderse y los gobiernos las han dejado en el desamparo, hay que pensar en cómo rebelarnos ante la barbarie y hacerle frente a estas acciones destructivas de nuestros valores occidentales. Es cuestión de supervivencia. De no ser así, tras decapitar las estatuas vendrán por nuestras cabezas.
París, junio 2020
@edgarcherubini