Los “ácidos de la modernidad” y la reacción conservadora
Fareed Zakaria en su reciente y muy recomendable libro, “Age of Revolutions”, recuerda que Walter Lippman, ya en la primera mitad del siglo XX, advertía que los cambios acelerados, que producía la vida moderna, tenían un fuerte impacto psicológico y dejaban a la gente sin la fe, la tradición y la comunidad que, por mucho tiempo, habían sido sus anclas. Estos “ácidos de la modernidad”, decía Lippman, están corroyendo la vieja forma de vida. El progreso material eleva la calidad de vida, pero también puede desmoronar comunidades y desarraigar personas. En la sociedad occidental, el incremento de la libertad del individuo ha sido enorme. Pero la libertad y la autonomía a menudo vienen acompañadas por una disminución de la relevancia de la tradición y la religión. El individuo gana, pero la comunidad pierde. El resultado, dice Zakaria, es que nos sentimos más ricos y libres, pero también más solitarios. La gente busca algo o dónde llenar ese sentido de pérdida, ese vacío que el filósofo Blaise Pascal llamó el “abismo infinito”. En efecto, buena parte de la sociedad occidental está impregnada por un materialismo asfixiante, un hedonismo promiscuo y un egoísmo despiadado. Se trata de una sociedad caracterizada por el consumismo. Una cultura que identifica a la persona con lo que está en capacidad de procurarse para conseguir placer. El “homo sapiens” se está transformando aceleradamente en el “homo videns” de Giovanni Sartori, que lee poco y mal, ve muchas imágenes, pero maneja muy escasos conceptos. Una verdadera “videocracia” que se enriquece por la infinita estupidez humana (Einstein dixit). Se está formando una humanidad “novólatra y cuantofrénica” que, como el hombre necio de Antonio Machado, confunde valor y precio. Una sociedad vulgarmente conformista, que está pendiente de la última idiotez, que sale de la boca de algún “influencer” o “tiktoker”. A esto hay que agregar los efectos del aumento excesivo en el ritmo de la inmigración ilegal. Las leyes del asilo político fueron pensadas en función de un relativamente pequeño número de perseguidos políticos y no de las enormes masas actuales. Frente al individualismo hedonista y la abultada inmigración ilegal, se advierte una reacción conservadora. Putin en Rusia, los hermanos Kaczynski en Polonia y Orban en Hungría, para no mencionar al propio Trump en EEUU, se aprovechan oportunista e hipócritamente de esta reacción y proyectan un mensaje nacionalista que defiende los valores de la familia tradicional y la religión frente a un “globalismo woke”, que fomenta en cambio una mal llamada “corrección política”, llevada a veces a excesos francamente ridículos, como identificar a la mujer como “ser menstruante” y utilizar el término “ser procreador”, para evitar la palabra madre. También los excesos grotescos de las fiestas del “orgullo gay”, con niños disfrazados de condones y el feminismo más extremista de las llamadas “feminazis”, han creado las condiciones para esta reacción, que no debería ser monopolio de estos autócratas populistas. Afortunadamente, Giorgia Meloni, en Italia, se ha caracterizado por una conducta sensata y moderada, su defensa de los valores tradicionales y el patriotismo, se combinan con una clara oposición a la autocracia y a la invasión rusa a Ucrania. Mantiene una sólida posición a favor de la Unión Europea y la alianza atlántica.
@sadiocaracas