Lo que dejó la tempestad
Es el título de una obra escrita por el dramaturgo César Rengifo que, por los años 60 del Siglo XX, despertó gran interés tanto entre los habitué del teatro como entre cronistas del hecho cultural, tratadistas de la historia y círculos políticos. El autor pone en escena, a la par que la miseria y tierra arrasada que dejó la Guerra Federal (1859-1863), el enaltecimiento de Ezequiel Zamora y sus mesnadas, a pesar de patentizar la ruina total que dejó como legado, pegando candela a todo asentamiento humano que resistió sus cargas y a cuanta finca productiva que encontró a su paso; además de estimular a sus más allegados lugartenientes para que ofrecieran a su tropa la propiedad de las tierras recién incendiada y, a la vez, convidarlos a “entrar a Caracas para matar a blancos y a quienes sepan leer”.
Un estado de disolución social, de postración física, moral y económica fue el resultado de la guerra convocada para liquidar el dominio de los godos y elevar al nivel de dignidad a que tienen derecho los desposeídos. Conquistar la redención social. Es cierto que el triunfo de la revolución y la toma del poder produjo algunos avances mediante la ejecución de políticas de corte liberal, especialmente en la construcción de edificaciones gubernamentales, la escolaridad obligatoria, la creación del Registro Civil y la aprobación del divorcio. Pero la problemática social continuó inamovible. Los desheredados que “comieron balas” en la guerra, continuaron viviendo en la miseria.
Y es mi perecer que los mínimos avances se debieron, en alguna medida, al balazo en la cabeza que bajó a Ezequiel Zamora del caballo. Porque es válido suponer que el país, en las condiciones en que lo dejó la guerra, con Zamora en el poder, pudo haber sido ocupado y repartido entre las potencias acreedoras que ya estaban conjuradas para hacerlo.
Pero la guerra no concluyó con el Tratado de Coche. Cada gamonal que se creyó dueño del despojo mortal de Venezuela leyó su proclama, reclutó campesinos y cogió el monte. Así hasta 1903 cuando otro gamonal que había tomado el gobierno en 1899 los derrotó y metió en cintura. 33 años después se entreabrieron las puertas por donde entró de la democracia que, superados 10 años de un bache dictatorial (1948-1958) fue restituida, ahora con mesurado acento social, manteniéndose en pié durante 40 años signados por la libertad, la participación ciudadana y la ejecución de políticas para el desarrollo integral de la nación. Por supuesto que se cometieron errores, pero se fueron corrigiendo en la medida en que afloraban y se mantuvo firme condena a la corrupción, estimulada por inescrupulosa gente de negocios en conchupancia con algunos funcionarios públicos.
Para políticos de viejísima actuación como para castro-comunistas, las posibilidades de libar las mieses del poder se alejaban en la medida en que el sistema democrático se entremezclaba con el tuétano de la sociedad, a pesar de que faltaba un trecho largo para alcanzar el estado de bienestar, pero hacia esa meta apuntaban la voluntad política y la acción gubernamental, con acento social. Godos y castrocomunistas formaron comandita con militares. Usaron los medios de comunicación anunciando la hecatombe que arrasaría con todo y a guisa de misil contra la democracia lanzaron los cuadros terroristas para desatar la violencia que, en medio del caos, daría paso al “salvador de la Patria”. Ese debió ser el epílogo del “espontaneo” caracazo del 27 y 28-02-1990. Pero a los presuntos “salvadores de la Paria” se les mojó la pólvora, incluyendo al comandante Hugo Chávez que se escondió en el cuartel La Planicie, mientras un río de sangre de soldados y civiles venezolanos inundaba las calles alfombradas con sus cadáveres.
Esa es la historia. La democracia adelantó la construcción económica, física, intelectual y moral de un país que venía dando tumbos entre baches dictatoriales y una democracia mediatizada. Expandió la educación, desde primaria hasta universitaria, llegando a los hasta los más remotos lugares del territorio patrio; construyó carreteras, puentes, represas, hospitales, iluminó cada casa, elevó a nivel mundial el hecho cultural y SUMA Y SIGUE.
Pero el Socialismo del Siglo XXI, como la Guerra Federal, solo dejará RUINAS.