Lo extrajudicial se hace cotidiano
Como si se tratará de una adaptación autóctona de aquella famosa frase del Che Guevara “lo extraordinario se hace cotidiano”, en la Venezuela de los tiempos presentes “lo extrajudicial se hace cotidiano”. Y no es poca cosa decir que las balas suplantan las leyes en un país que cuenta con una constitución, aún vigente, que establece como garantía fundamentalísima el derecho a la vida y que vive bajo una mal llamada “revolución” que alardea todos los días son de carácter “humanista”.
Cuentan periodistas de la “cuarta” que algunos de los actuales dirigentes de la élite gobernante los perseguían en el pasado con carpetas para denunciar violaciones a los DDHH. Era obvio, muchos de los detenidos en ese entonces eran sus compinches, hoy también captores del poder. Valga la aclaratoria que los entonces presos pagaban condena no porque exigían elecciones libres o alimentos, sino por intentonas golpistas, intentos de magnicidio, asaltos de blindados y hasta tentativas de bombardear Caracas.
Digamos que el poder cambia, pero también pervierte y si de perversiones se trata lo que vimos esta semana refleja lo que se ha convertido en una política de Estado: la institucionalización de la pena de muerte. Pero como si la perversión no fuera suficiente, esta escala a niveles tan macabros como lo que significa jugar con el dolor de las víctimas y su milenario derecho de enterrar a sus muertos. Decimos milenario porque desde que el mundo escribe su historia, las más antiguas civilizaciones le han permitido al enemigo aún en tiempos de guerra, ofrecer honores fúnebres a sus caídos.
Pero que podemos decir, vivimos en un país donde al asesino se le rinde homenaje, al que siente empatía por las víctimas se le censura y a los muertos, a los muertos se le vuelve a matar con impunidad y la humillación de aquel que sintiéndose poderoso escupe sobre su memoria. Mientras tanto los que sobrevivimos, luchamos por vencer esa resignación que si dejamos que se apodere completamente de nosotros significaría también una forma de matar, esa de aquel que viendo las injusticias prefiere guardar silencio.