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Lo bueno por conocer

Detenido ante la encrucijada, uno podría imaginar al receloso peregrino, alguien que a contrapelo de las bondades que -según escucha- ofrece la ruta inexplorada, opta al final por el destino que tiene ya prácticamente tallado en su memoria. “Arriesgarse a cambiar también entraña la posibilidad de un arrepentimiento”, se dirá, un poco para convencerse, un poco para despachar ese miedo mezquino que le niega el salto de fe. “Más vale malo conocido que bueno por conocer”, remacha con alevosía el viejo refrán: y así, esa pequeña promesa de avanzar hacia algo superior, se diluye en trecho malogrado por la inercia. ¿Habrá alguna expresión de la llamada “sabiduría popular” que resulte hoy tan tóxica como esta, por su prédica de apego al conformismo, al atascamiento en la zona de confort? ¿Cuánta engañifa hay en la previsión de no arriesgar lo que se tiene por algo aparentemente mejor, alegando que así se esquiva una virtual equivocación?

La resistencia al cambio, esa “fuerza restrictiva de obstaculización” que surge en los individuos ante la percepción de amenazas de inestabilidad e incertidumbre implícitas en toda potencial modificación de sus entornos (El “orden interno” del cerebro reptiliano, que exige eliminar lo ambiguo) puede ser condena demoledora para una sociedad. Asumiendo que –según dicta la Teoría General de Sistemas- para derrotar la entropía y poder seguir funcionando efectivamente, los sistemas abiertos necesitan cambiar constantemente, la negativa a hacerlo es también negación a evolucionar. Y sin una evolución promovida por la habilidad para responder a nuevas demandas, es difícil que esa sociedad sobreviva.

Sumando a esa premisa la presión de una crisis que, de no resolverse por vía pacífica y democrática, comprometería seriamente el futuro del país, urge vislumbrar lo que nos viene. Acá, dos escenarios simples se oponen a la hora de anticipar los resultados de las parlamentarias: o gana el oficialismo (y con ello, la opción del continuismo, la del atascamiento, la no-sorpresa; el modelo del “malo conocido) o gana la oposición: la opción del cambio, la posibilidad de mejorar, pero también la del riesgo y la duda: la opción del “bueno por conocer”. Aun cuando hoy todas las condiciones hablan de ventajas a favor de la segunda (a pesar de todo el poder que, sabemos, detenta el adversario) no podemos negar que buena parte de los potenciales electores –los resignados, los perfeccionistas, los despechados, los escépticos, los amenazados; el “chavismo light” y el oficialismo no-madurista, especialmente- lidia con el “sacrificio de sus recuerdos”, con la incertidumbre sobre los efectos que puede suponer esa ruta desconocida, y el dolor de asumir, como también indica John Huxtable Elliot, el ingrediente esencial de la supervivencia: la voluntad de cambiar.

En línea con el planteamiento de Elliot, y en atención a la idea de que no nos resistimos al cambio propiamente dicho sino al sacrificio de una pauta de vida conocida, es decir, a la posibilidad de pérdida (real o imaginada), el Dr. Ramiro Ponce equipara ese íntimo proceso de obstaculización con el modelo que Elizabeth Kübler Ross propone para las etapas del duelo. Así, pasamos de la negación (“Aquí nada va a cambiar”) a la cólera; de allí a la negociación, el regateo interno; luego al valle de la “desesperanza transitoria”, y finalmente, a la aceptación, el crecimiento. En atención a esto, es fácil entender por qué ese segmento de población frustrado por el incumplimiento de sus expectativas, acicateado por el duelo no elaborado -la pérdida del líder que reconocieron como “único” y cuya memoria se manipula compulsivamente- y la amenaza que desde el Gobierno le advierte sobre un eventual cataclismo “si gana la oposición”, parece atascado en la primitiva negación. ¿Cómo animarlos a asumir ese riesgo necesario, como convencerlos de que en esta elección Venezuela se juega la posibilidad de avanzar o caer? ¿Cómo disuadirlos del error de estancarse en una situación poco prometedora y hasta destructiva, y llevarlos a identificarse con un sentido positivo de la urgencia?

Toda elección supone perder una cosa para ganar otra: eso convierte la decisión en una inversión. En ese sentido, resulta vital garantizar apoyos que fomenten la credibilidad de esa promesa, la progresiva supresión de la ambigüedad, no sólo a partir del discurso articulado y realista de los líderes de la Unidad, sino de la animosa incorporación de toda la ciudadanía al reto de vencer el temor a tomar decisiones “equivocadas”: porque eso serán, eventualmente, si no se toman. Después de todo, administrar el cambio político que se avecina a partir de este año significará también administrar el miedo hacia lo desconocido.

Arriesgar para ganar: ante el ideario entumecedor del “Bien está San Pedro en Roma, aunque no coma” (¿“Con hambre y sin empleo, con Maduro me resteo”?) es prudente recordar que “el futuro no tiene puertas clausuradas ni horizontes prefijados”, como bien nos dice Carl Popper.

@Mibelis

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