Lecciones de un referéndum
En una histórica jornada democrática, marcada por una participación récord (84,6 por ciento), el referéndum independentista fue ganado por el ‘no’ (55,3 contra 44,7), lo que significa que la tres veces centenaria unión continuará junta su camino.
Pero, como en todo lío de partición de sábanas, el arreglo se hizo a un precio altísimo, pues el gobierno de Londres, en un ataque de pánico ante el avance del ‘sí’ en los sondeos, prometió el oro y el moro a cambio de que el matrimonio no se disolviera. Y va a tener que cumplir. Así que los escoceses gozarán pronto de más autonomía y una ampliación de sus competencias.
Hábilmente, con su referéndum, los líderes independentistas se pusieron en una situación de gana-gana. Si triunfaba el ‘sí’, disfrutaban de las bondades de la vida independiente y satisfacían sus legendarios anhelos nacionalistas, aunque también asumían más deberes y responsabilidades. Si ganaba el ‘no’, igual lograrían grandes concesiones de Londres, tal como lo prometió, estando contra la pared, el primer ministro, David Cameron.
El ‘derrotado’ Alex Salmond, líder nacionalista escocés, le ganó de lejos la mano al gobierno conservador británico, que ahora va a tener que enfrentar las críticas de sus correligionarios, que consideran que las promesas fueron excesivas. También se va a tener que medir en el 2015 con los laboristas en unas elecciones en las que son evidentes sus debilidades, y, si es el caso, cumplir luego la promesa de hacer un referéndum en el 2017 para definir si el Reino Unido se queda o se va de la Unión Europea. Desafíos muy grandes para un gobierno que ahora deberá darles algún contentillo a Gales e Irlanda del Norte, los otros integrantes del matrimonio en problemas. El último aún sueña con un futuro referéndum que le permita unirse a la independiente República de Irlanda.
Pero el asunto es más complejo. En el plano europeo, la victoria del ‘no’ se convirtió en una bálsamo refrescante ante el terremoto que se veía venir si Escocia se independizaba. La razón es que el proceso escocés, realizado bajo el amparo de la ley y con todas las garantías, se percibe muy inspirador para otros nacionalismos latentes, que buscan emular la gesta de Salmond.
En la cercana España, en Cataluña, avanza un proceso soberanista que podría convocar a un referéndum para el próximo 9 de noviembre, que, al contrario del caso escocés, es considerado ilegal y no cuenta con el acompañamiento del Ejecutivo de Madrid. A la luz de las manifestaciones callejeras, el apoyo popular a la iniciativa es mayoritario, pero aún debe superar enormes escollos jurídicos. El pulso es un quebradero de cabeza para el gobierno conservador de Mariano Rajoy, que, con una España que apenas levanta la cabeza por la crisis económica, debe enfrentar un reto mayúsculo, que pone en entredicho su integridad territorial.
Los vascos, también en España; los flamencos del norte de Bélgica, e, incluso, los quebequenses de Canadá, entre otros pueblos, tomaron atenta nota de lo sucedido el viernes en la madrugada en Edimburgo. Es claro que el mapa de Europa parece querer redibujarse. La Unión Europea (UE), silente en todo el proceso para no inclinar la balanza o intervenir indebidamente, según ella, respiró tranquila, sin duda, pues aún no tiene respuestas claras a las preguntas que se originarían si Escocia se hubiera independizado. ¿El nuevo Estado sería miembro automático o tendría que hacer fila, como los demás aspirantes? ¿Los países con tensiones secesionistas permitirían su ingreso?
Más allá de tales consideraciones internas, todos estos procesos nacionalistas, anclados en viejas disputas y acontecimientos históricos, podrían verse como un taco de dinamita para el tan admirado y laborioso proyecto europeo, que logró llevar paz a unas naciones que no paraban de hacerse la guerra y que, por eso mismo, se hizo acreedor al Nobel de Paz en el 2012. Una de sus columnas es precisamente superar las fronteras físicas en pos de una integración real, que fuera más allá de lo económico o lo militar. La libre circulación, la moneda común, la unión aduanera, entre otros auspiciosos procesos, jugaban un importante papel en ese sentido y sustentaban el sueño de sus inspiradores.
Pero sobresaltos económicos recientes y sentimientos nacionalistas nunca olvidados ponen a prueba las bases del proyecto común en una sucesión de hechos a los que Bruselas debe responder no solo con declaraciones políticas, sino con medidas concretas, que contrarresten las tormentas que en el panorama se perciben.
De la misma forma, los gobiernos deben hacer lo posible por satisfacer a tiempo las necesidades puntuales y los reclamos de los pueblos que integran sus entidades nacionales, para que la amenaza soberanista no termine siendo un problema desestabilizador. Es bien sabido que las crisis económicas y los desencuentros no bien atendidos terminan alimentando a los partidos nacionalistas e, incluso, a los xenófobos, que han ganado no poco terreno en Europa.
El caso escocés es una señal de que, dependiendo de cómo la lean los líderes de la UE, puede convertirse en un desastre o en una nueva oportunidad.
(Editorial)
Tendría este Editorial que haber definido lo que interpreta como «las bondades de la vida independiente», para los casos de Escocia (que por mayoría obviamente encuentra más bondades en formar parte del Reino Unido) y las otras porciones con síndromes secesionistas. Insólito que afirmen que «Alex Salmond le ganó de lejos la mano al gobierno de Cameron»: ¡ Si tuvo que renunciar !! Llegó de segundo, en una competencia en la cual sólo participaron DOS !! No hubo empate, como para sostener que ganó-ganó !!