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Las relaciones humanas en las Universidades

Entre octubre y diciembre del 2015, se llevó a cabo un levantamiento de información acerca de cómo se presentaban las relaciones humanas en los recintos Universitarios de Venezuela. Se tomó muestras aleatorias de quince Universidades, públicas y privadas, y uno de los ítems que me llamó la atención es la marcada fragilidad (con un 95% de consenso en la alternativa Totalmente de Acuerdo, de un cuestionario en la modalidad de escala Likert) en que están las relaciones humanas, a lo interno, en nuestras Universidades. El estudio, que forma parte de otros cinco que coordino para el Programa al Estímulo para la investigación y la Innovación (PEII), deja un sabor amargo en el aspecto que les comento de las relaciones humanas, por ello ahondo un tanto en algunas conclusiones que surgen de ese porcentaje tan alto que muestra una debilidad que pone el riesgo los criterios de formación.

En este sentido, valga decir que un aspecto que sobresale en los ambientes académicos, a lo interno, sobre todo en la relación entre docentes universitarios, es la tendencia de “irrespetar” a los semejantes. Como la mayoría anda con una nube en la cabeza creyéndose “académicos” y sabios, olvidan que lo fundamental es interrelacionarse y crear empatía entre los miembros de la comunidad universitaria. No respetan “canas” no “grados académicos”; creen que, por haber alcanzado un grado académico nuevo, por decir hoy, los que lo alcanzaron hace años no tienen ya porque merecer su respeto, si es que alguna vez lo hubo. Esa actitud hostil crea fricciones insalvables en los ambientes de trabajo académico y va minando cualquier éxito o brillantez que se pudiera alcanzar en la labor formadora.

En este aspecto, se piensa que lo expresado es un asunto ajeno al sentido de la academia, pero es todo lo contrario, define la orientación y direccionalidad de la academia. Debe prevalecer el respeto, porque de lo contrario se está ante un vacío de sensibilidad humana que termina por hundir el inmenso esfuerzo de un trabajo permanente de creación y producción intelectual.

A todas estas, la envidia y el egoísmo, son sentimientos humanos válidos, pero extralimitarlos lleva al caos y de allí al rompimiento total de las relaciones entre los semejantes. Llegar hasta situaciones de este tipo es lamentable y palidece todo el esfuerzo que se pueda ir haciendo, por ello, para quienes construyen la Universidad del futuro, no cultiven esas situaciones, respeten las “canas” y “los títulos”, no sean lugar común para depositar odios y rencores. Dejen a un lado la arrogancia, ustedes no son mejores que otros, ni porque entren por Concurso o porque tengan la oportunidad de construir una docencia, investigación y extensión de alta calidad. Respetarse a sí mismo es respetar la dignidad y majestad de nuestros futuros estudiantes. No crean que son capaces de descubrir el “agua tibia”, sean humildes, sinceros, transparentes. El ser humano falso tiene corta existencia y tiende a no trascender. Valga que observen cuántos de esos seres “aves de rapiña” que recorrieron los pasillos de nuestra Universidad, hoy se les sigue viendo la cara en los pasillos de las instituciones de educación superior. Ninguno, todos han sido borrados por la centrífuga de la vida. Aprendan a ser humildes, bondadosos, seres que proyecten luz y no oscuridad.

Hay muchas cosas que cambiar en nuestras Universidades, sobre todo lo que tiene que ver con ese lenguaje leguleyo que busca mostrar las salidas y soluciones de los problemas, recurriendo al “Reglamento”. No hay peor vicio que delegar en el “Reglamento” (estoy de acuerdo que es un instrumento idóneo para regir los procedimientos académicos, pero cuestiono su uso, no su existencia), todas nuestras incapacidades. Ese es el lenguaje de la ignorancia, de la incapacidad para dirigir componentes académicos; es la excusa para la trampa, para el manejo licencioso de los intereses de pequeñas élites que aún se creen superiores y tienden, en ese laberinto de frustraciones y contradicciones en que gravitan, pensar que las metodologías, los pensadores, las propuestas, todo cuanto otros hagan y ellos son incapaces de hacer, no tienen validez.

En una palabra, para transformar la Universidad se debe demoler esas Comisiones de tarea que “hacen y rehacen” procedimientos, ese es mi criterio, como un acto sublime de morbosidad no de academia. En nuestras Universidades se tiende a colocar los obstáculos más inverosímiles a los estudiantes, en ocasiones sin ningún interés por formar, sino para dar la sensación de que es una institución exigente y altamente compleja. Cuando el papel en las Universidades debe ser de diálogo, de practicar la concertación, de respeto a los revisores, y, sobre todo, de modelarse como una institución donde no se construya a las espaldas de los docentes, mitologías falsas ni perfiles maliciosos.

Como ven, tenemos graves problemas en las relaciones humanas de nuestras Universidades, no practicamos la dialógica académica, le damos crédito a la mediocridad del grupismo. Eso nos aísla en la tarea por venir; por ello, convoco a los que hacen vida académica a que reflexionen, que no sean parte de esa Universidad oscura que está dilapidando motivaciones, orquestando acciones que tristemente, con nuestro silencio a veces, legitimamos y las hacemos parte de la cotidianidad académica: “…un docente universitario que obre en contra de la dignidad de las personas, no tiene legitimidad humana para ser calificado como docente universitario, por lo tanto, lo desconozco como tal”.

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