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Las plumas de garza

Encontramos un interesante artículo del expresidente Rómulo Betancourt bajo el título “Las plumas de Garza, fuente de grandes entradas pretéritas”, publicado bajo el N° 51 del diario “Ahora”, el 14 de mayo de 1937, es decir hace 86 años. Para ilustración del lector recordamos que entre los años 1937 y 1939, nuestro expresidente encontrándose en situación de clandestinidad y perseguido para la ejecución de la pena de extrañamiento del territorio nacional por un año, tuvo a su cargo la gestión editorial de la columna de dicho diario “Economía y Finanzas”, llegando a publicar 647 editoriales que eran de lectura obligada en el país a la vez que marcaban pauta en la discusión diaria de los ciudadanos. Uno de ellos el que en esta oportunidad tratamos.

En un pasado ya algo lejano las plumas de garza junto a los cueros, el cacao, el café, el añil y otros, constituyeron importante fuente de ingreso para el país. Luego se inicia la explotación petrolera y nuestra economía cambia de manera terminante. El artículo de Betancourt nos permite conocer sobre la actividad y nos induce a averiguar sobre ella.

En las décadas finales del siglo XIX y las primeras del siglo XX, las plumas de garza llegaron a adquirir una gran importancia como complemento indispensable de la moda femenina que se traducía en su gran demanda internacional. Los modistos de las casas de moda de Londres, New York, París, Berlín, y otras importantes ciudades, las incorporaban a sus arreglos, trajes, tocados, penachos y sombreros; era elemento obligado en los trajes de cantantes, atuendos de las bailarinas de vaudeville, así lo testimonian los afiches de la Belle Epoque. Se empleaban en las gorras de los guardias zaristas de San Petersburgo ruso, ornatos de tocados oficiales de las casas reales centroeuropeas y en los trajes de ceremonial de diplomático. Llegaron entonces a tener una calificada demanda mundial.

La búsqueda y comercio de plumas de garza no era exclusiva de América y particularmente de Venezuela y Colombia, sino que se trataba de una actividad  extendida en el mundo, es probable que en nuestro medio se haya debido al exterminio de los garseros en la cuenca del bajo Danubio y en sitios pantanosos del mar Caspio, humedales de los ríos Han y Yangtzé. Florecieron entonces zonas de América, y especialmente en Venezuela, en la cuenca del río Apure y en Colombia, zona del Casanare y el Magdalena que a su vez competían con el Paraná argentino, El Mato Grasso, y la lejana Australia. Muchas eran las especies aviarias que generaban demanda pero especialmente las de la Garza Blanca y la Garza Chusmita, pues satisfacían en mayor grado las demandas ornamentales de la moda europea y americana. Las plumas de garza destacaban por lo largo, su blancura y su permanente limpieza y brillo que derivaba de una particular sección de plumas de su cuerpo que generaban un polvillo que la propia ave con su largo pico distribuía en su plumaje. Destacaban  en especial los llamados Aigrettes, -largas plumas de la Garza Real-, y los Crosse -finos plumones de los pichones de la Garza chusmita.

En nuestro país el ciclo de explotación fue relativamente corto. Se inicia en la segunda mitad de siglo XIX y se extiende a las primeras décadas del siglo XX, y se le conoce como la Época de oro de la pluma de garza o Época del oro blanco.

Rómulo Betancourt asignó siempre marcada importancia a la economía del país que despertaba a la muerte de Gómez e iniciaba el siglo XX, y daba seguimiento a su marcha en todas las regiones del país, tal como lo prueba su preocupación en el pequeño problema de la industria de las pluma de garza, focalizado principalmente en la zona de nuestra región llanera y del estado Apure, pues, tal como señala, había sido fuente de grandes precios, muchas entradas de capital y razón de fortuna de muchos hombres, especialmente en el estado Apure. Sin embargo, refiere en su editorial, que sociedades protectoras de animales y aves en los Estados Unidos del Norte y de Inglaterra, habrían impedido su importación aduciendo de que eran matadas masivamente para tomar sus plumas y comerciarlas. En el caso de Alemania, consumidor de las mismas, luego de 1936, las prohíbe por considerarlas suntuarias y gasto superfluo frente a su maltrecha economía de posguerra. La situación mundial generada por esas organizaciones y cambios de la moda se había traducido en caída de la  exportación de la pluma de garza lo que produjo ruina en los llanos venezolanos y en el estado Apure, principalmente.

En su editorial Rómulo Betancourt le sale al paso a la campaña que pregonaba la muerte de las aves para la obtención de sus plumas, indicando que no era de esa forma como se recolectaban sino que se hacía levantando de los caños y lagunas las que soltaban las propias aves durante la noche, porque la pluma arrancada de una garza muerta presentaba particularidades que las distinguían de las que habían sido arrojadas espontáneamente. La faena de la recolección -según Betancourt- conllevaba una ruda y peligrosa tarea por la inhóspita naturaleza de los llanos en la que los trabajadores quedaban expuestos a los caimanes, a la plaga o al paludismo.

Rómulo Betancourt en el empeño que Venezuela tuviera una acertada conducción de su economía y a pesar de que él no fuera gobierno sino oposición al de López Contreras, nunca dejaba de enviar buenos mensajes de iniciativa o de estímulo a sus emprendimientos, o críticas serias pero debidamente fundadas. Una de ellas era que la cancillería debía adelantar negociaciones con los países destinatarios de las plumas de garza en Europa y Estados Unidos, para reabrir la colocación de las mismas en esos mercados por ser generadores de ingresos. Refiere que ya en tiempos de Gómez, exportadores patrios de la pluma de garza se habían dirigido a la sociedad protectora de animales de Inglaterra, explicándole cuál era el método usado para cosechar las plumas a la vez que daban seguridad de qué no mataban a las aves, sino que colectaban las plumas que estas soltaban espontáneamente. La sociedad inglesa estuvo dispuesta para iniciar el procedimiento de verificación y venir al país, pero el dictador, a la vez poderoso latifundista y productor de ese producto, no dio el apoyo.  Mas siendo el caso que había acaecido la muerte de Gómez y que había otra categoría de hombres al frente de la cosa pública, hacía el llamado de ocuparse nuevamente del negocio de la pluma para abrir los mercados cerrados por la presión de las sociedades conservacionistas.  Agregaba Betancourt para dar importancia a su llamado que personas bien enteradas aseguraban que Apure podía producir hasta 4.000 kilos de plumas a un promedio de 500 bolívares por kilo, es decir un ingreso de dos millones de bolívares, que traducidos a divisas constituía un muy importante ingreso para esas desasistidas regiones. Así llamaba la atención de los dueños de garceros y comerciantes para su reactivación. Pero, Betancourt, seguramente, para el momento que escribió el artículo no estaba en posesión de la información que se fue acumulando en los subsiguientes ochenta años.

Los altos precios de las plumas de garza luego de avanzado la segunda mitad del siglo XIX llegaron a convertirse en una importante actividad económica que alimentaba las demandas de la moda mundial. La región de los llanos y los humedales se llenaron de aventureros buscadores de la preciada mercancía a la que también se sumaron los peones de fincas y hatos que las abandonaron por razón de los halagüeños réditos; sus pagos eran superiores a los salarios del peonaje y que los beneficios de la venta de los productos pecuarios y agrícolas. En la región llanera se produjo una generación de cazadores y recolectores de plumas de garza, a los que se les aludía que estaban “garceando” o “plumeando”. En los sitios de extracción se fueron organizando campamentos de cazadores y recolectores que enviaban los productos a las poblaciones apureñas, donde se acopiaban y se remitían a los grandes comerciantes de San Fernando de Apure, y a su vez desde ésta a Ciudad Bolívar con tránsito al exterior. Si bien el ciclo económico intenso de la actividad fue relativamente corto, unos treinta años, se había desatado una fiebre incontrolable con efectos que implicaron la búsqueda de las distintas especies en nuestra geografía, de manera especial en los humedales sabaneros y ecosistemas de nuestros ríos, destacando las aguas del sistema del río Apuré. Resultaron así diezmadas algunas especies como la Garza Blanca, la Chusmita, la Garza morena, la Paleta, el Garzón soldado y otras.

Las aves siempre apegadas a su hábitat en esteros, caños y lagunas, sitios de alimentación durante la época de sequía, formaban a sus orillas los llamados Garceros, en los cuales se anidaban y reproducían a partir de agosto y desarrollaban a sus crías, donde resultaban fáciles para los cazadores. Los machos se iban a la copa de agrupaciones de árboles que se conocían como dormitorios. Para los cazadores era en estos sitios en que se recolectan con facilidad las plumas desprendidas naturalmente, y también en otros lugares denominados Gambotes, puntos de escala de las migraciones anuales. La caza y la recolección se daba entre los meses de agosto a noviembre. El hábitat de estas aves, por supuesto, terminó depredado inmisericordemente y afectó la biodiversidad entre el siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, en los estados llaneros y principalmente Apure. Las vedas de las especies no fueron respetadas resultando por tanto que el número de garceros disminuía anualmente.

Los números e índices de la actividad bastan para asegurar que la búsqueda de las plumas de garza había llevado a un casi exterminio de las especies, en la cual participaban de manera importante las casas comerciales que en su mayoría tenían su representación en París, principal destinatario de la recolección, con un 69,40% entre 1905 y 1939. Baste decir que se requerían 300 garzas para producir un kilogramo de plumas y por tanto el valor de las plumas llegó a alcanzar precios similares a los del oro. En París hacia 1898 cerca de 10.000 personas se dedicaban al comercio y tratamiento de las plumas; y en Londres una sola casa sacrificaba 200.000 garzas para la confección de sombreros.  En cuanto al costo ecológico de la explotación de pluma de garza venezolana, se estima que entre 1890 y 1913 la exportación implicó la matanza de un mínimo de 8.349.340 garzas blancas y 1.454.796 garzas chusmitas. La demanda decayó a consecuencia de las campañas conservacionistas, pero en 1925 se recibieron en Apure pedidos de plumas a precios altos: 1.500 bolívares por 500 gramos. Rómulo Gallegos en Doña Bárbara, se refiere al tema de las plumas, y señala como Balbino Paiba robó dos arrobas de plumas que el amo del hato de Altamira el doctor Santos Luzardo, enviaba para la venta, y su precio fue tasado en veinte mil pesos oro”. Por su gran valor era una actividad a la que se le daba un cuidado muy especial en la que las plumas eran cuidadosamente seleccionadas y agrupadas en paquetes embalados en cajas de zinc y remitidos a Ciudad Bolívar, desde donde partían al exterior.

El negocio llegó a ser tan grande y rentable que importantes casas extranjeras instalaron sedes importantes en el estado Apure: Casa Hnos. Barbarito y Cía., fundada por italianos; H. Ligeron, de capital francés, la Casa Rodríguez y Pulido, también propietaria de una flotilla de veleros para el intercambio comercial. A su vez todas esas casas comerciales tenían oficinas en París. Del estado Apure, refería en el Libro Azul de Venezuela, que “Apure era el estado con el primer mercado de la República en ganado, pieles y plumas de Garza y cuenta con un comercio fuerte y en constante actividad…”.

Pero la Garza Blanca y la Garza chusmita no fueron los únicos elementos aviarios que fueron perseguidos y disparados, lo mismo sucedió con los llamados colibrí en sus diferentes especies que eran destinados a satisfacer la creciente demanda de la moda femenina. Existe dentro de la colección del Concejo Municipal de Caracas, un hermoso ramillete con pajarillos colibrí disecados, propiedad de Ana Teresa Ibarra de Guzmán blanco, confeccionado en 1860.

Venezuela ha tenido sus ciclos de oro. La persecución y matanza de garzas que casi extingue a la especie se tradujo en oro blanco, así se le llamo; luego tuvimos la del petróleo que fue nuestro oro negro al que muchos debemos pero que también ha dejado honda huella en nuestra idiosincrasia y actitud ante la vida, y hoy se nos presenta en Venezuela un nuevo oro, la explotación del arco minero que explotado irracionalmente y ajeno al interés nacional transforma las riquezas del oro real y otros valiosos metales en oro de sangre.

El artículo de Rómulo Betancourt nos permitió adentrarnos en el tema. Nos servimos de notas de Iván Capecchi, la geohistoria de Cunill Grau, y otros. La garza blanca sigue existiendo, es un valor esencial e inacabable de nuestro hábitat y folklore, sin ella el llano y el ecosistema de nuestros ríos no serán nuestros llanos, y mientras tanto hacemos honor a la bella ave que “vestida de garza blanca la brisa de la mañana trajo en el arpa viajera…”.  

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