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Las dos mitades de Raúl Castro

A la otra patria de Italo Calvino llegó Raúl Castro y, al igual que el vizconde de aquel libro, aterrizó dividido en dos, partido por la mitad. Venía de un baño de soldados y armamento en el desfile de la Plaza Roja de Moscú, donde se mostró como el nostálgico comunista que recuerda los «tiempos gloriosos» de la Unión Soviética. A Roma, sin embargo, arribó con su otra parte por delante. En el Vaticano volvió a ser el hombre educado en un colegio jesuita y hasta le confesó al papa Francisco que podría estar dispuesto a regresar a la Iglesia y volver a rezar.

Este domingo, los dos trozos contradictorios e irreconciliables de Raúl Castro han retornado a Cuba, a un país también fragmentado entre la celeridad con la que se alimentan las esperanzas y el lento paso de la realidad. Los medios oficiales solo refirieron la gira de una de las partes del general, aquella de los compromisos de continuidad y del abrazo con los camaradas del Kremlin. Sin embargo, sobre el encuentro con el papa apenas informaron las palabras de agradecimiento por la mediación entre Cuba y Estados Unidos, acompañadas por una referencia a la próxima visita del pontífice a la Isla.

¿Por qué no relataron el noticiero estelar ni el periódico Granma las declaraciones de Raúl Castro sobre un posible retorno a la fe? Porque esa parte no conviene ser ventilada puertas adentro, solo debe ser expuesta a un público foráneo. Dentro de casa, hacia el interior de las fronteras nacionales, la imagen debe seguir siendo la del hombre recio, firme, de puño cerrado, que no tranza ni exhibe ninguna debilidad. En Cuba no está dispuesto a mostrar el talante moderado, ni el lado diplomático del que ha hecho gala durante su viaje. Aquí, quiere dejar bien claro quién manda y reafirmar que no hay espacio para la diferencia ni la oposición.

Para agregarle más contradicción al asunto, mientras el general presidente estaba de gira por el extranjero, Fidel Castro publicó unas reflexiones que reforzaban la elección del marxismo leninismo. Rompía lanzas por una ideología atea y materialista a pocas horas de que su hermano menor fuera recibido por el sucesor de Pedro. No fue un texto casual, ni al descuido. Estaba enfocado en ponerle las riendas a ese lado reformista que Raúl Castro exhibiría ante los gobiernos demócratas. El comandante en jefe necesitaba también dejar claro el límite de las transformaciones que vive Cuba, que hasta ahora se han enfocado tímidamente en el plano económico sin trascender a los cambios políticos.

Como en la historia escrita por Italo Calvino, es muy difícil que puedan convivir sin enfrentamiento esas dos mitades de Raúl Castro. El papa, el presidente francés y Barack Obama, entre otros, han estrechado la mano del político que dice estar dispuesto al diálogo. Les falta observar en el propio suelo cubano cómo se vive con la parte castrense e intolerante que también lo compone. Bajo ese Raúl Castro, se autorizan los actos de repudio contra disidentes, la seguridad del Estado acosa y vigila a los activistas y la mayor parte de la población ni siquiera se atreve a decir en voz alta una crítica al sistema.

¿Cuál de las dos mitades prevalecerá? ¿Un Raúl Castro que regresa a la fe religiosa, impulsa una reforma integral del país y se sienta a conversar con su oposición interna o esa otra, formada por el militar intransigente, que azuza el odio político y pone los intereses de su clan familiar por encima de las urgencias de la nación? Habrá un momento en el que no pueda seguir sosteniendo tal duplicidad.

En la última parte del libro del famoso escritor italo-cubano, las dos mitades del protagonista vuelven a ser cosidas y conviven en armonía después de intentar aniquilarse. En el caso cubano, esa podría ser la más nefasta de las variables. Un Raúl Castro que consiga mantener el buen talante hacia fuera y el autoritarismo hacia adentro resultaría un pésimo escenario para el futuro.

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