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¿Las bayonetas sirven para tanto?

¿Cómo se sostiene este régimen que está acabando con el país?  Es la pregunta que nos hace la gente que encontramos en la calle. Por las bayonetas, es la respuesta que se tiene más a la mano, la más fácil de dar.

Realmente, estamos padeciendo un gobierno que, no sólo por ilegitimo, no debiera sobrevivir. Es que ha fracasado en todo cuanto hace. Habiendo recibido los inmensos ingresos de la bonanza petrolera, en vez de invertirlos en el crecimiento diversificado de la economía y haber fortalecido el fondo de estabilización macroeconómica para garantizar los gastos del Estado, como lo exige el artículo 321 de la Constitución, se los robó, los malbarató y los regaló sobornando países a cambio de apoyo internacional. Con el inmerecido, por muchas razones, ascenso presidencial de Nicolás Maduro, la economía venezolana lleva tres años de fuerte recesión: el PIB cayó 3,9% en el 2014, después cayó 5,7% en el 2015, y luego cayó 12% en el 2016, según el Fondo Monetario Internacional, y el pronóstico es que seguirá cayendo en el 2017. Agréguese a lo anterior, el campeonato inflacionario del mundo, la deuda superior a los 160.000 millones de dólares, la crisis humanitaria por la escasez de alimentos y medicinas, y la baja de la producción de nuestra principal industria, PDVSA, convertida en charco de corrupción.

Esa geografía del desastre se completa con unos servicios públicos pésimos; una red vial que pasó de ser la mejor de América Latina durante la era democrática a la más que deplorable, según el Colegio de Ingenieros de Venezuela, que ahora tenemos; una educación con textos escolares de páginas atestadas con fotos de Chávez y currículos calificados de desafortunados por los expertos; un sistema de salud que está en el suelo, bastaría con citar la malaria, que había sido erradicada gracias a la gestión del ministro Arnoldo Gabaldón bajo el Gobierno Constitucional de Rómulo Betancourt, y que ahora durante los 18 años de régimen chavista ha pasado a representar el 48% de los casos de esa epidemia en el continente, en tanto que en el año 2000 apenas representaba el 2%; y, para no alargar más la sarta de cuentas de este rosario lastimoso, citemos la grave inseguridad ciudadana que se revela, como lo informa el Observatorio Venezolano de la Violencia, en la tasa de homicidios del 91,8 por cada 100.000 habitantes, la segunda más alta del planeta, que ha hecho de Caracas la ciudad más peligrosa de la Tierra, con noches de calles desoladas llenas de miedo.

Faltaría mencionar el réquiem político por la muerte del sufragio, expresión  de la soberanía popular y de la democracia, cuyo deceso se produjo con el corte de camino al referendo revocatorio presidencial y la no realización de las elecciones regionales, como correspondía legalmente, el año pasado.

Solo queda espacio para volver a la conjetura inicial del apoyo armado como sostén del régimen. El pueblo se pregunta: ¿Es que las bayonetas sirven para tanto?.

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