La vergonzosa y pesada herencia del militarismo (II)
En la primera parte nos referimos a las diversas variantes del Militarismo desde sus remotos orígenes, manifestados con más fuerza y organización en el antiguo Imperio Egipcio, desde hace unos 5.000 años hasta su decadencia bajo el naciente Imperio Romano, que a su vez fue desplazado de sus posiciones hegemónicas, en su porción occidental por las invasiones bárbaras y en la oriental por el avance de los Otomanos. Retomando lo concerniente a nuestro continente y país, habíamos señalado que existieron grandes Imperios y numerosas tribus en la época pre-colombina, que fueron gradualmente disminuidos por los ejércitos de los Imperios monárquicos europeos, que tras imponerse por la superioridad de sus recursos bélicos (armas de fuego, uso del caballo como vehículo, organización militar), dominaron este lado del Atlántico hasta los procesos de Independencia de estas colonias en las Nuevas Indias, convertidas en frágiles Repúblicas, donde la herencia del Militarismo mantuvo su vigencia y monopolizó el poder en favor de los “próceres” y sus descendientes directos e indirectos. Hoy en día es todavía un factor de peso en la cosmovisión de grandes conglomerados, sobre quienes se mantiene la seducción cuasi-atávica del caudillo militar, del hombre fuerte en quien se deposita la conducción de todos los asuntos republicanos, hipoteca que sacrifica la estricta obediencia a las leyes y permite las arbitrariedades personalistas, a cambio de mendrugos y aparente orden. Proseguimos donde lo dejamos en la primera parte.
Para Venezuela, 1958 fue un año de accidentada transición. El viejo régimen pugnaba por recuperar el poder, al extremo de que en la Junta de gobierno que intenta llenar el vacío dejado por los jerarcas del perezjimenismo, se cuelan dos militares cómplices del dictador en fuga, Casanova y Romero Villate, quienes fueron reconocidos y repudiados de inmediato. La misma Junta de Gobierno puso al frente a un militar, Contraalmirante Wolfgang Larrazábal Ugueto, como mecanismo para complacer a las FFAA, mal habituadas al uso y abuso del poder, con permanente desconfianza hacia los civiles (desde los comienzos de la República, a Vargas en la Presidencia, lo condujeron a la Renuncia). Durante más de un siglo monopolizaron el poder real, aunque en algunos períodos colocaban civiles de su entera confianza, títeres que ofrecían la fachada, tras la cual los de uniforme y charreteras daban las órdenes: Una rima nos ilustra al respecto, hacía burla de esta maniobra de apariencia, utilizada por el “general” Gómez, quien fue un déspota desde 1908 a 1935. Andino de origen, prefería gobernar desde Maracay, por ser un pueblo más semejante que Caracas, a su entorno de montañas y agricultura. Puso sus marionetas en la presidencia -Victorino Márquez Bustillos 1915-22, Juan Bautista Pérez 1929-31-, pero él movía los hilos en las cercanías: “Aquí vive el presidente, el que manda vive enfrente”. También Pérez Jiménez jugó al marionetero, tras el asesinato -nunca investigado a fondo- de Carlos Delgado Gómez (el Chalboud correspondía a su padre Román Delgado Chalboud, quien combatió la dictadura gomecista, organizó la invasión del Falke y fue prisionero del Bagre). Pérez Jiménez puso a Germán Suárez Flamerich 1950-52 en la presidencia, pero toda Venezuela sabía quién era el que batía el cobre tras esa formalidad, que se despojó de toda máscara al desconocer el triunfo de URD en las elecciones de 1952 y tomar la jefatura de gobierno sin tapujos ni maquillajes.
Conatos de golpe militar y conflictos de todo tipo signaron el año 58, pero a pesar de las dificultades, la campaña electoral tuvo lugar y la mayoría respaldó la candidatura de Rómulo Betancourt, de AD, aunque antes los líderes de los tres principales partidos -AD, COPEI, URD- se habían comprometido en un Pacto de Gobernabilidad (llamado Pacto de “Punto Fijo”, por ocurrir las conversaciones en una casa así llamada), que hizo posible que el país mantuviera su ruta democrática, gobernado por civiles respaldados por el pueblo en elecciones directas (las segundas: En diciembre de 1947 fue elegido Rómulo Gallegos, tomó posesión en febrero de 1948, pero a los 9 meses fue derrocado por el cáncer del supremacismo militar). Betancourt tuvo que superar grandes escollos, intentonas de cambiar el curso democrático, provenientes tanto de la ultraderecha (vinculada al perezjimenismo) como de la ultraizquierda (influenciada por la “épica” en torno a Fidel Castro, cuya guerrilla había tomado el poder al huir de Cuba el dictador Fulgencio Batista, la madrugada del 1º de enero de 1958). El entonces incipiente fenómeno castrista llenó el vacío gubernamental en Cuba, y desde la época de la Sierra Maestra ya se proyectaba positivamente entre los pueblos de América, ganando simpatías que se transformaron en apoyos tangibles, dinero y armas (Larrazábal también contribuyó), cuando la mayoría sólo alcanzaba a ver lo que al Comandante camaleón le convenía mostrar (ofrecía elecciones libres y Democracia, con un crucifijo al cuello, bien visible, para garantizar que la imagen reforzara las promesas). El primer viaje de Fidel al exterior fue a Venezuela, y como la Junta de Gobierno -presidida por el civil Edgar Sanabria, porque Larrazábal debió renunciar para dedicarse a su campaña como candidato a la presidencia, que obviamente perdió- no podía comprometer al país en vísperas de la toma de posesión del presidente electo, Fidel le pidió a Betancourt ayuda financiera para Cuba (primera de una cadena de gestiones para satisfacer la condición parasitaria que siempre ha caracterizado a la revolución castrista). Rómulo le negó el dinero solicitado, alegando que las arcas del estado venezolano las dejaron vacías los peculadores de la dictadura militar perezjimenista (lo cual era tan cierto, que una de sus primeras medidas fue devaluar el bolívar –de 3,35 a 4,50/x$- para impulsar la Substitución de importaciones y la diversificación económica. Única vez que, al producirse algunos de los cambios buscados, el gobierno procedió a Revaluar el bolívar, que se mantuvo en 4,30 por dólar hasta el 18 de febrero de 1983, cuando el gobierno de Luis Herrera impuso la primera de una lamentable serie de devaluaciones, que de 1999 a 2016 multiplicaron los valores de la depreciación de nuestra moneda, envilecida a tal grado que tuvieron que eliminar tres ceros, para que no fuese tan evidente su debilidad -hoy se requieren 620 bolívares “Fuertes” para adquirir UN dólar en el mercado oficial DICOM, más de BsF 1.000 en el mercado negro-. Esta mención de la inconducente reunión entre Betancourt y Castro es importante, porque de allí deriva el odio visceral que el criminal del Caribe sintió por el llamado Padre de la Democracia, y se explica el constante empeño de Fidel en destruir a Venezuela por cualquier vía, enfermiza compulsión que se intensificó cuando fueron derrotadas las guerrillas que él inspiró y financió (con parte del dinero que recibía de la URSS, que lo mantuvo, hasta su colapso en 1991). Para empeorar la situación del indigente Fidel, uno de sus barbudos, parte de la comitiva, murió destrozado por una hélice del avión que los llevaría de regreso a La Habana. Ambos mal ubicados durante su estadía en Venezuela. El personalismo signaba el “proyecto” fidelista, otro régimen fundamentado en el militarismo y la constante represión.
Betancourt sobrevivió a la violencia; De la guerrilla pro-castrista (que produjo tres sangrientos golpes militares -Barcelonazo 1961, Carupanazo y Porteñazo 1962-, y se redujo a su mínima expresión para el quinquenio siguiente, con Raúl Leoni de Presidente). De la explosión magnicida patrocinada por su enemigo declarado, el dictador Trujillo de República Dominicana (24 de junio 1960), y superó también el desprendimiento de URD (firmante del Pacto de Punto Fijo) a raíz de la expulsión de Cuba en la OEA, con pruebas de su intromisión armada para apoyar la subversión armada y derrocar al legítimo y democrático gobierno en Venezuela. URD mantenía sus simpatías con el castrismo, junto a otras disfuncionalidades que produjeron la gradual desaparición de ese partido, liderado por Jóvito Villalba, de la generación de 1928. Las Fuerzas Armadas fueron paulatinamente abandonando su tradicional propensión a imponer su arbitrio, y se dedicaron a cumplir sus funciones exclusivamente militares, de defensa de la Nación (en lo cual se inscribía el combate a las guerrillas, subalternas de potencias extranjeras -Cuba y la URSS- que buscaban establecer el sistema Totalitario que imperaba en ellas), para lo cual las FFAA reconocieron y obedecieron al Poder Civil y al Marco Legal vigente.
Las divisiones internas de Acción Democrática (en especial las que generaron al MIR -que se fue a las guerrillas con el PCV-, y al MEP, que levantó tienda aparte en plena campaña del 68), le restaron un importante apoyo electoral, lo que permitió a Rafael Caldera ganar la presidencia con un pequeño margen a su favor (si AD no se divide, mantiene las preferencias y la presidencia, y muy probablemente Caldera no habría sido presidente nunca. Su permanente y egoísta obsesión, muy por encima de sus deberes para con el país y con el partido que fundó, a cuyos nuevos líderes impidió avanzar, sistemática e inescrupulosamente). Caldera recibió un país con las guerrillas urbanas y rurales inactivas, reducidas a cifras ridículas, de manera que le correspondió la formalidad de la “Pacificación”, mediante la amnistía y la inserción de los pocos alzados en armas que quedaban, en la dinámica normal ciudadana (aunque ahora sabemos que en muchos de ellos prevalecía el resentimiento por la derrota, y mantuvieron sus dogmas intactos, a través de los grandes cambios que en el mundo ocurrieron, produciendo en 1992 dos golpes militares con COMACATES (coroneles, mayores, capitanes y tenientes) infiltrados en las FFAA como parte del Plan B de Fidel, a raíz de la derrota del Plan A, el de las guerrillas.
En los tres primeros quinquenios, 1959-1974, hubo avances graduales, con ingresos reducidos administrados eficientemente (el último presupuesto de Caldera I fue de Bs 14.000 millones), en la primera presidencia de CAP el conflicto en el medio oriente produjo un alza en el precio del barril petrolero, que triplicó los ingresos por exportación de Venezuela (a Bs 42.000 millones subió el primer presupuesto de CAP I, 1974-1979), y a pesar de que se creó un Fondo para guardar parte del excedente, el país sufrió un cambio negativo de actitud, se mal habituó a la circunstancia temporal de la súbita riqueza y los gastos superfluos, al extremo de que aquella época se llamó la del “Ta’barato, dame dos”. Al final de la gestión de Luis Herrera, 1979-1984, el obvio desbalance entre ingresos y egresos fuerza la Devaluación del bolívar, de 4,30 a 6 y 7,50 por dólar (39,53% y 74,42%), a la que siguieron otras devaluaciones durante los quinquenios de Lusinchi (1984-1989), CAP II (1989-junio1993) –*CAP es injustamente destituido, el Congreso nombra encargado a Ramón J. Velásquez-, y Caldera II (1994-1999). Venezuela había logrado mantener a los militares en estricta obediencia al marco legal y al poder civil, salvo por los dos golpes militares del 92, que fracasaron pero volvieron a destapar esa caja de Pandora, en virtud de que desde el espejismo de abundancia de la primera presidencia de CAP, el afán de lucro y gasto substituyó a la disciplina partidista y la disposición al sacrificio que caracterizó a la política, en los tiempos difíciles (contra la dictadura perezjimenista, contra las guerrillas). El debate ideológico y la organización de tareas, cedieron sus lugares al Clientelismo y la Viveza criolla, y cuando el déficit asomó de nuevo, surgió en paralelo la “anti-política” que culpaba a los partidos exclusivamente, fertilizando el terreno para el arrebato caudillista, el retorno del militarismo, representado por el golpista del 4F cuyo discurso repudiaba los vicios en que había caído la debilitada Democracia representativa, y ofrecía resolver los problemas y erradicar la Corrupción, en todas sus variantes. El desastre actual demuestra que “del dicho al hecho, hay mucho trecho”.
El oportunista y codicioso Caldera, manipuló, en favor de una segunda presidencia, el descontento social, el antipartidismo y la resurrección del caudillismo militarista, impulsada por el demagógico teniente coronel golpista, cuya popularidad crecía a medida que mermaba la confianza en los partidos y procedimientos tradicionales. Caldera logró su objetivo, dio la espalda al país y a su propio partido COPEI. Y demostró su profundo agradecimiento “por los favores recibidos”, al beneficiar a los golpistas con un muy celestino y conveniente Sobreseimiento (en lugar del Indulto que, él como abogado lo sabía de sobra, les hubiera impedido ingresar a la política y hacer el enorme daño que han sido capaces de infringirle al país), y les dejó como legado el Chiripero ya organizado y predispuesto a seguir ciegamente al próximo populista. La ambición de unos pocos revivió al Frankestein del militarismo.
Durante 40 años Venezuela se mantuvo en el marco de las libertades sociales, políticas y económicas, con altibajos sin duda, pero avanzando hacia la modernidad, aumentando la urbanización, la alfabetización, la industrialización y el equilibrio social, que ofrecía oportunidades para el progreso individual, familiar y grupal. Pero los principales partidos se enchinchorraron, bajaron sus defensas naturales, suspendieron el debate interno y los controles para evitar desviaciones en lo ideológico y en la praxis gubernamental. El clientelismo y la corrupción administrativa invadieron a los partidos del status, y ese desorden produce otros factores para generar un terrible desenlace; La ceremonia de “coronación” de CAP II y los saqueos del caracazo, en febrero del 89, los dos golpes militares fallidos del 92, la insólita concatenación de ataques -desde todos los sectores- contra los partidos y la Democracia, hicieron proliferar el antipartidismo, y encumbran a su pretendido Antídoto.
Más de 17 años de sistemática destrucción de lo que estaba en construcción por parte de una Democracia imperfecta pero perfectible; La secta militar estimuló los resentimientos latentes, sembró odios y vicios, corrompió a civiles y militares por igual, fue minando las Instituciones, la Economía, la Convivencia, y usó los abundantes recursos del país (aumentados por el boom petrolero que llevó el barril sobre los 100 dólares) para comprar solidaridades y adeptos, que obviamente han ido reduciéndose a medida que bajan sus mesadas. Hoy el respaldo popular al régimen no pasa del 30%, con el otro 70% dispuesto a revocar al indocumentado, que en lugar de resolver, empeora la grave Crisis. Sus palos de ciego incluyen los ilegales nombramientos de magistrados del TSJ así como los dictámenes de éste contra cada decisión de la AN, y el último desesperado enroque; Usar de escudo al general Padrino, pretendiendo con esa maniobra (que no produce soluciones a la grave crisis de producción y distribución, derivada de su constantes ataques a la empresa privada, y expropiaciones que sólo causaron la quiebra de las empresas a cargo del Oficialismo), sostenerse mediante la amenaza de la represión militar, que de nada le sirvió a Videla-Galtieri, Noriega, Pinochet, mucho menos será eficaz en un civil torpe e indocumentado, que ni siquiera respaldó los golpes militares del 92: un sobrevenido. Fin del ciclo militarista en Venezuela, comienzo de la transición para la recuperación de la Democracia, la Convivencia, la Institucionalidad y la Prosperidad. Opciones inmediatas; 1. Eliminación de las Fuerzas Armadas. 2. Depuración y Reestructuración a fondo de las FFAA.