La verdadera lealtad
Recientemente, Gustavo Coronel —un apreciado amigo y uno de los pocos venezolanos que admiro por sus múltiples virtudes y por una larga vida fructífera y sin tacha— escribió en su blog un artículo que tituló: “La verdadera lealtad es a los valores de rango universal”. Lo que haré hoy, con expreso permiso de Gustavo, es “fusilar” su contenido. Están avisados…
Comienza explicando que alguien le reprochó que tuviese doble ciudadanía, puesto que, en el hipotético caso de que hubiese un conflicto entre esos dos países, se podía ser leal a uno de los dos. Se demoró años en contestar ese alegato; lo hizo apenas el pasado viernes. Utilizó como ejemplo, el caso de un oficial del Ejército de los Estados Unidos, el teniente coronel Alexander Vindman, héroe de guerra, herido en acción, que debió declarar bajo juramento en el Congreso de los Estados Unidos en razón del posible juicio político al presidente Trump. Allí debió informar, entre otras cosas, que “tenía conocimiento directo” de que el presidente le había exigido a su colega ucraniano que investigara al candidato presidencial demócrata y al hijo de este; “que, en caso de que no se hiciera, no (…) se le facilitarían los dineros de ayuda que ya estaban aprobados”. Vale decir, un claro chantaje motivado por intereses políticos partidistas, no de la nación; el empleo descarado del poder para obtener ventajas de cara a las próximas elecciones. El presidente, en esa manía de tener siempre la razón, y disparando desde la cintura, acusó a Vindman de “ser desleal a la presidencia”. Algunos copartidarios de míster Donald, para ponerse en la buena, tuvieron la osadía de poner en duda el patriotismo de Vindman (nacido en Ucrania y emigrado a Estados Unidos durante su niñez) y de acusarlo “de anteponer los intereses de Ucrania a los intereses de los Estados Unidos”.
Gustavo considera las acusaciones en contra de Vindman “trágicas y absurdas”, y explica por qué. Primero, que “no existe tal dilema entre patriotismo y doble nacionalidad porque mi lealtad es hacia valores y principios de rango universal”. Y aunque “existen legítimas lealtades de naturaleza familiar, de amistad, gremiales o políticas, estas lealtades son (…) claramente secundarias a mi lealtad hacia principios y valores que deben caracterizar al ser humano civilizado, los cuales necesariamente trascienden fronteras políticas o tribales”. Que, usualmente, los conflictos no son “entre dos países sino entre dos gobiernos o entre líderes de ambos países. Por ejemplo, en una situación de conflicto entre el gobierno de los Estados Unidos y el régimen de Nicolás Maduro, como el que claramente existe hoy, no dudo en ponerme al lado del gobierno de los Estados Unidos”. Después, “y esto es fundamental en mi universo ético, si se tratara de algo más profundo, de una posición antagónica sobre asuntos que involucran principios y valores que atesoro, me pondría al lado de esos valores y principios, no importa cuál sea el país involucrado. Yo no podría, en conciencia, estar al lado de mi país de nacimiento si llegara a adoptar una posición reñida con valores y principios que tienen, para mí, un rango universal, claramente supranacional. Por la misma razón, no podría ponerme al lado de mi país adoptivo si estuviera de espaldas a esos principios y valores”. En fin, que Gustavo no cree aquello que atribuyen indebidamente a Stephen Decatur: “my country, right or wrong” porque es una “postura absurda que ha llevado a la humanidad, con excesiva frecuencia, a la guerra y a la muerte. No podría arroparme con una bandera que adopta posturas violatorias de mis principios éticos”.
Los alegatos de Gustavo son más extensos y pueden terminar de leerlos en su blog, “Las armas de Coronel”, pero creo que ya es hora de que deje de glosarlo: que me queda poco espacio y, además de poner algo mío, debo señalar a quién va dirigido mi escrito de esta semana: es a la oficialidad de las Fuerzas Armadas de Venezuela. Es ilógico, irrazonable y, por tanto, inadmisible, que hayan aceptado y repitan como loros aquello de “leales siempre, traidores nunca”. Que en principio no pasa de ser una verdad tautológica; si eres leal, no puedes ser traidor. Pero que, además, debe ser aclarada: ¿a quién se debe esa lealtad? ¿Al presidente, al partido, al cogollo? —que es lo que esperan quienes inventaron e impusieron ese ridículo precepto— ¿o, más bien, “a la patria y sus instituciones”, que fue lo que juraron el día de su graduación? No existe la lealtad incondicional y automática a las individualidades, solo a la nación en su búsqueda de lo correcto, de lo justo.
Estoy seguro de que los oficiales escogerán siempre lo segundo, a Venezuela; no a algunos circunstanciales mandatarios cuya legalidad todos ponemos en duda. Ya resulta nona la hora para esa reflexión. Creo que la institución armada debió haberla hecho, y reaccionado, mucho antes. Todavía está a tiempo para recordar aquello de Patton: “Se habla mucho de la lealtad de los subalternos hacia sus superiores. Pero la lealtad de arriba hacia abajo es más necesaria. Y mucho menos prevalente”. Sinceramente, a mí no me parece que la cúpula militar actúe lealmente para con la patria; ni siquiera para con sus subalternos.
Por último, les manda a decir Gustavo que “nunca es tarde para clarificar nuestras posturas en la vida”. Que seamos “leales a nuestros principios y valores de rango universal”.