La verdadera historia de Gilber
El diputado Gilber Caro es un amigo que, en estos momentos, se encuentra secuestrado por un gobierno dictatorial, bajo cargos y acusaciones fraudulentas, que buscan, además, convertir sus logros de vida en elementos para el escarnio y la descalificación.
Gilber Caro no es un golpista. Lo conozco desde el 2007, cuando yo participaba en el movimiento estudiantil. Mi aprecio por Gilber fue en aumento a medida que conocí su historia, sobre la que él ha sido siempre franco y sincero. Tuvo una juventud de “malas juntas” y de delincuencia, que lo llevó por diferentes cárceles hasta cumplir una condena de 10 años en el Rodeo 1. Allí, luego incluso de formar una banda carcelaria, Gilber decidió cambiar y se rehabilitó. Se convirtió al cristianismo y a su salida formó una organización, Liberados en Marcha, que trabaja en la reinserción de los privados de libertad.
Como ya he dicho, Gilber es franco a la hora de hablar de su pasado. No lo oculta y lo asume con responsabilidad. En años recientes hemos coincidido en numerosos foros y talleres, relacionados a la cultura de la violencia, la prevención de la inseguridad y la organización de las comunidades. Su testimonio es un ejemplo de redención a pesar de las dificultades, de asumir la responsabilidad de nuestros actos, de rehabilitación y reinserción, como aspecto primordial para el control y disminución de la criminalidad. Ha hecho cursos en el IESA e incluso logró una beca para estudiar en una universidad del extranjero. Un largo camino y un arco vital impresionante desde su juventud problemática, logrado a punta de esfuerzo, responsabilidad y autodeterminación.
El 11 de enero fue detenido de forma irregular, junto con su novia, por el SEBIN, en una de las primeras acciones del Comando Anti Golpe liderado por el vicepresidente El Aissami. Se le acusó de llevar armas y explosivos y se presentó un perfil de su persona, replicado después en distintos medios afectos al oficialismo, en el que se le presentó como a un criminal, manipulando groseramente su biografía. Como ha sido usual en estos casos, Gilber está incomunicado y se desconoce las condiciones a las que está siendo sometido o su estado y el de su compañera. Al momento de escribir estas líneas no ha podido ser visto por familiares, allegados ni representantes legales. En días pasados se han dado a conocer grabaciones de una conversación de Gilber con Lilian Tintori, cuyo contenido se pretende utilizar, bajo una interpretación forzada y sin bases, como prueba de una conspiración desestabilizadora. Todo lo anterior ha sido utilizado por el régimen para vincular al partido Voluntad Popular a un plan golpista e inhabilitarlo.
La historia de rehabilitación de Gilber es un caso atípico y motivador frente a situaciones de impunidad, crisis carcelaria o la exaltación de los antivalores del pranato que tristemente se han vuelto tan comunes en nuestro país. Es inaceptable que el régimen lo tergiverse y lo emponzoñe en la creación de un falso chivo expiatorio. En vez de usarla como un ejemplo de superación, la pervierte, explotando la procedencia y pasado delictivo de esta persona y contradiciendo, de forma hipócrita, el falso discurso progresista e de aceptación de una pretendida revolución. La militancia de Gilber en un partido político, en el que organiza manifestaciones y promueve la activación de un RR, por ejemplo, son actividades democráticas, consignadas en nuestra constitución. Es inaceptable que se criminalicen como acciones golpistas o maniobras desestabilizadoras, por un gobierno que ha destruido toda vía democrática para el entendimiento y resolución de conflictos. Su detención y acusación junto con su pareja, la manera en como funcionarios y voceros gubernamentales han presentado supuestas pruebas y declaraciones, saltándose normativas legales, procesos judiciales y utilizando medios del Estado, es completamente ilegal y fuera de derecho. Es inaceptable que el régimen pretenda normalizar este comportamiento dictatorial, así como las acciones del SEBIN y el Comando Anti-golpe, que funcionan sin control alguno de instituciones como la Fiscalía o la Defensoría del Pueblo.
Defiendo a Gilber porque es mi amigo y estoy convencido de su inocencia. Pero también, sencillamente, porque no puedo aceptar la forma, absolutamente ilegal y criminal, en la que ha actuado el régimen, y el discurso, violento, represor, falso e hipócrita, que pretende sustentar semejantes acciones.
Como muchos venezolanos he llegado a la terrible conclusión de que en estos momentos el país está sometido a un régimen dictatorial. El caso de Gilber es la expresión reciente de esto y un llamado de alarma. Como muchos, también me pregunto cómo enfrentarnos a esta situación. Este no es régimen dictatorial como el que padecieron los venezolanos hace más de 60 años. ¿Cómo adversarlo sin ceder al miedo, la violencia y la anomia? En la construcción de esta respuesta debemos participar todos, ya que signará los tiempos por venir y nuestro destino como país.
Es mi creencia que, en un principio, debemos cuestionar el discurso de quienes quieren someternos y denunciar sus falsedades, mentiras y amenazas.
En el caso de mi amigo Gilber yo defiendo su verdadera historia, una historia de rehabilitación y responsabilidad, por sobre esa farsa atroz de biografía que el régimen se esfuerza en presentar. No acepto que se nos señale como un crimen su labor de demócrata, activista social y líder comunitario. Y denuncio como acto criminal y violatorio a los derechos humanos, su detención, encarcelamiento y el desconocimiento de las condiciones de su estado actual.