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La urgida sensatez

Del consabido decreto parcial del Estado de Excepción que puede extenderse, tal como lo reclaman los parlamentarios del gobierno como si fuese toda una reivindicación, en lugar del golpe que le propinan al normal desenvolvimiento ciudadano,  no hay una explicación profunda, sobria y convincente, a pesar de sus graves e impredecibles consecuencias.  No la es el constante latiguillo propagandístico del decretante que, pronto, tomó un avión para China y Viet-Nam, ni el de los voceros que únicamente destilan arrogancia, bravucunería e improvisación.

El constituyente de 1999, como los redactores de las constituciones precedentes, establecieron el control parlamentario como la mejor ocasión para argumentar y contra-argumentar las medidas excepcionales adoptadas por el Ejecutivo Nacional. No fue tampoco la monocolor Comisión Delegada de ahora, precisamente,  el escenario para ello, por lo que – rechazándolas – la mayoría de la población ya no espera explicación alguna, más o menos coherente, pidiendo la derogatoria de un recurso que, ampliado, ha de agravar su situación.

Inevitable pedagogía política, importantes voceros de la oposición cuestionaron y cuestionan el decreto. Contrastando con las sílabas envalentonadas del oficialismo, dan razones que, por un lado, verifican la versión de familiares y relacionados que lo padecen en el Táchira, e, incluso, por el otro,  estimula la búsqueda de la opinión de los especialistas que suelen visitar los portales digitales, con miras a perfeccionar – digamos – artesanalmente la propia.

La demanda más urgente es la de una sensatez extraviada por el poder establecido, y la recuperación de la política como una experiencia compartida, al padecerla y protagonizarla todos, frente al enfermizo empeño de monopolizarla, que es decidir, por unos pocos que la confunden hasta con el propio ánimo personal, volviéndose necia y caprichosa a pesar de las consecuencias que genera.  Va tomando cuerpo la libertad como una opción para recobrarla, multiplicando los foros, reivindicando las instancias deliberantes, superando toda la premodernidad a la que hemos retrocedido en medio de una dictadura ya no de tan cuidadosa fachada democrática, muy del siglo XXI.

Revisando por estos días, un viejo título de Agapito Maestre (“Modernidad, historia y política”, Verbo Divino, Navarra, 1992),  hallamos un importante comentario en torno a la originalidad de la cultura moderna: “… La política como ámbito de mutua comprensión y coordinación de intereses ha de ser el resultado de los acuerdos siempre revisables entre los hombres, y no fruto de cualquier imposición de la tradición, o de la trascendencia, o de cualquier élite tecnocrática o vanguardia de partido”. Además, añade que un “Estado democrático de derecho no puede admitir la supremacía de un poder sobre otro, ni tampoco de una institución sobre cualquier otra”, señalando la “importancia futura que tendrá el desplazamiento de lo político desde las instituciones estatales clásicas hacia la nueva sociedad civil emergente, que logrará borrar lo peor de la distinción entre sociedad civil y Estado, [que] se ve limitado un día sí y otro también por posturas y propuestas como de un tiempo premoderno” (240 ss.).

Por consiguiente, el esfuerzo opositor en ésta y otras campañas semicompetitivas, susceptibles de convertirse en nada competitivas, más allá de las naturales emociones, ha de afianzarse como una experiencia didáctica, de explicación, de razonamiento, de la cordura que hoy extrañamos. Y contextualizarse en el propósito de una modernización que nunca antes la adivinamos como una novedad y exigencia del siglo que comenzamos a transitar.

El último recurso que le queda al régimen es la difamación y el morbo, sin que aparezca la contra-réplica por alguna parte. Quienes dicen cotizarse por los programas televisivos realizados a punta de los informes de los servicios de inteligencia del gobierno,  que no transmiten una sola idea ni construyen un solo planteamiento, contentándose con escudriñar y revelar  la intimidad de los adversarios, afincados en el denuesto, temen a la razón, a la sensatez, a la cordura, a los acuerdos, a la confluencia, a la pluralidad.

@LuisBarraganJ

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