Tiempo atrás, suscribimos un modesto texto referido a las comunidades digitales cristianas que motivó al Padre José Martínez de Toda (SJ) a escribirnos. Comprometidos para hablarle del tema en el transcurso de la semana, acudimos a su misa dominical que también acostumbramos.
Solemos ubicarnos en la primera fila de los bancos no por vanidad, sino por la comodidad de apreciar cercanamente la liturgia. Esperábamos encontrarnos con el sacerdote jesuita el lunes para conversar un poco sobre la idea, por cierto, nada original de una pastoral de la interconectividad, pero él, ese domingo, se dirigió al fondo de las bancadas lanzando una interrogante sobre la materia: nos vimos obligados a alzar la mano y participar brevemente de su homilía, pues, no nos conocía de trato y comunicación, aunque sí de vista.
Cayendo en su estupenda trampa, no sólo acudimos al día siguiente a la residencia de San Francisco, incorporándonos a los ejercicios ignacianos que promueve e impulsa incansablemente para todo aquél que libremente los necesita y desea, sino que inmediatamente nos obsequió con dos de sus libros. Uno de ellos, con el rigor de su formación académica, “Los años riojanos de Íñigo de Loyola” (UCAB, Caracas, 2012).
Ya habíamos tenido noticias de la obra relacionada con la etapa anterior a la conversión de Ignacio de Loyola, aunque no estuvo en la lista de nuestras prioridades. Ahora, después de leer su autobiografía, nos adentramos en la vida inicial de Ignacio que muy bien ha sabido tejer e interpretar el Padre José con la sagacidad de un investigador que pisa los terrenos del soldado renacentista que, además, cumpliría con los más exigentes requisitos para egresar de la más importante universidad europea de entonces.
Íñigo anduvo un difícil camino que lo sacó del orgullo, confort y banalidad de sus blasones y, combatiente empedernido para honrarlos, no tuvo reparo en humillarse para demandar el perdón del otro: “Entonces Ignacio, desde el púlpito, dio el nombre del perjudicado, que por suerte estaba presente. Le pidió perdón públicamente y delante de todos le dio dos heredades que él tenía, como compensación”.
Recomendando ampliamente esta obra del Padre José, el feliz tramposo de la misa dominical, insistamos en algo que es extraño en la Venezuela actual, aunque algunos puedan convertirlo en un trivial y simplificado trámite de urgencia: pedir perdón es necesario y, lejos de avergonzarnos, siendo creyentes o no, nos concede un sentido de trascendencia, acaso inesperado en los tiempos del fácil engaño. Próxima la fecha navideña, convencidos del perdón que se pide más del que se da, nos valemos de la ocasión para desearles a nuestros amables lectores que la Buena Nueva los proyecte hacia un 2015 realizador de sus sueños, afrontando la rica dimensión del perdón y la reconciliación.
@LuisBarraganJ