La sustancia china
Si al venezolano más desprevenido le hubieran dicho que la actual pandemia del COVID 19 se debe al contubernio de un murciélago con un pangolín, seguramente habría contestado: “Sí, claro. Ya conozco esa historia”. Y es que en Venezuela cada vez que se produce un colapso del sistema eléctrico consecuencia de malas políticas, desinversión y corrupción, el régimen lo explica por la intervención de alguna iguana, zamuro o rabipelao, cuando no es una conspiración de los EEUU.
Exactamente lo mismo que hacen los comunistas chinos que, de poner el foco de atención sobre un pangolín, un simpático animalito más bien parecido a un cachicamo, sin solución de continuidad lo pasaron a un funcionario, Zhao Lijian, Subdirector del Departamento de Información del Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Popular China, quien con absoluta estolidez afirmó que el virus lo llevaron unos soldados americanos durante los juegos militares mundiales celebrados en Wuhan en octubre del año pasado, bulo replicado inmediatamente por Telesur.
Podría pensarse que los comunistas son todos iguales y siempre se comportan de la misma manera, no importa si son cubanos, rusos o chinos; o bien las técnicas de desinformación son universales, porque parten del principio compartido por todo mentiroso según el cual mientras más inverosímil sea el relato más probabilidades tiene de ser creído, por el simple razonamiento de que nadie se atrevería a decir algo así si no fuera verdad.
Otro aspecto del asunto es la actitud observada en occidente en las interacciones sociales, sean políticas, jurídicas, comerciales o de cualquier tipo, que se basan en la buena fe y en la presunción general de veracidad, que si no fueran de este modo harían prácticamente imposibles la mayoría de los intercambios individuales y colectivos.
Nunca se termina de entender que cuando se trata con comunistas o musulmanes estos principios se vuelven inaplicables sencillamente porque no creen ellos, tienen su propia cartilla de valores que consideran superiores a todos los de “burgueses” o “infieles” a quienes es lícito derrotar por cualquier medio que sea, sin limitación alguna.
Si el venezolano más desprevenido es también lo suficientemente mayor, podría recordar el espectáculo de la lucha libre, en que los luchadores iban decantándose entre los “limpios”, que siempre actuaban según las reglas establecidas, y los “sucios” que echaban mano de cualquier tipo de artimañas y bajas maniobras.
El campeón de los sucios era el Dragón Chino, sujeto sombrío que tenía entre sus trampas características una “sustancia” que en los momentos en que se encontraba en aprietos les propinaba a sus contrincantes para salir del lance y tomar una indebida ventaja.
Lo increíble es que los buenos nunca se daban cuenta de las celadas del Dragón Chino, se paseaban por el ring con aire triunfal mientras el público les trataba de advertir clamando desesperadamente.
Pero nada, el Dragón Chino ejecutaba su ataque y por si alguien no se había dado cuenta el locutor vociferaba: “¡Le echó la sustancia!” Nuestro héroe se retorcía de dolor, dando tumbos enceguecido; mientras el Dragón Chino desafiaba los abucheos del público que le gritaba: “¡Sucio!, ¡tramposo!” y otros epítetos menos repetibles.
Nunca supimos qué era la sustancia, ni cómo es que la aplicaba, sólo veíamos sus efectos, que ponía de rodillas al oponente e invertía el estado de la contienda, que hasta ese momento se perfilaba como una inminente victoria.
¿De dónde sacaría occidente que podía declararle una guerra comercial a China y ésta se resignaría a perderla mansamente sin echar mano de algún recurso deshonesto? Quizás de eso que los anglosajones llaman el fair play, que hace que las contiendas se desenvuelvan dentro de un ámbito que pueda considerarse civilizado, cualquiera sea el sentido atribuido a esa expresión.
Siempre que se planifica una ofensiva se calcula el número estimado de bajas y hay que reconocer que China las ha tenido bien pocas, apenas un personal que ellos consideran prescindible cuando no una carga de ancianos y enfermos, mientras su aparato industrial militar se conserva intacto, frente a la devastación económica y social de occidente.
Atenidos estrictamente a los hechos, el virus chino ha destruido en tres meses la riqueza de capital acumulado en tres años de gestión de Trump, todos sus éxitos en materia de creación de empleos, arruinado completamente la vitrina de logros domésticos en el año de la reelección, imposible imaginarse una interferencia mayor en los comicios.
Los medios globales, unánimemente anticapitalistas y antiliberales, no se han enfocado en la maniobra china sino todo lo contrario: inventaron una falsa disyuntiva entre salvar vidas o a la economía, como si fueran excluyentes, informan de la reversión del calentamiento global, cómo se ha reparado un tercio de la capa de ozono, reducido a la mitad la emisión de gases de efecto invernadero.
Los más panglosianos celebran cómo hemos rescatado nuestras relaciones familiares, los padres juegan con sus hijos en vez de trabajar, hemos recuperado los verdaderos valores de nuestra existencia alienados por la sociedad de consumo, ahora tenemos tiempo para meditar, saldremos de esto más solidarios; dentro de poco, el virus chino será una bendición en vez de una ignominiosa agresión.
Si este no es “el fin del siglo americano” como sentencia Xi Jinping, sin duda que China es “la amenaza primordial de nuestros tiempos”, como concluyó Mike Pompeo.
A muchos nos pasa el que, aún desagradándonos Trump y su banda de corifeos, mal intencionados y de trayectoria delincuencial, nos cuesta mucho juzgar a los gringos de mala manera, pues algunos tuvimos la oportunidad de convivir con anglosajones y a decir verdad, aún conservamos viejas amistades desde cuando apenas teníamos 21 años, teniendo hoy 71. Nos pasa igual con los judíos y donde familiares se han convertido a esa religión y viven en Israel, amén de mis muchos compañeros de estudio que de niños lo eran y de donde tengo también, grandes amistades, hasta el momento presente. Y como estamos en una honda de sinceridad confieso que, prefiero a un ruso a tener como amigos a un palestino o a un chino. De los palestinos prefiero no opinar porque han llevado plomo parejo y ya no levantan cabeza más nunca ; y de los chinos, que son asquerosamente repugnantes, que comen cuanto bicho se arrastre, vuele, repte o camine ; que son falsos como moneda de palo ; que tratan mal a los coreanos (los »come ajos») y que con eso de la »ruta de la seda» nos quieren colonizar y hasta exterminarnos si eso pudiesen. Son tan canallas, que se vengaron muy mal, pues por el asunto de los aranceles, no tenían porque ponernos en medio de su guerra biológica y ponernos a chupar su COVID 19, y menos convertir al verdadero pueblo gringo, en montones de carne rostizada en unos hornos nazis, sin derecho a pataleo y enterrarlos en fosas colectivas, como si nunca hubiesen tenido familia. Y confieso también, que de no ser por la baratura del arroz, el espagueti de tornillito y algunos productos de contrabando que, a la calladita dejan colar, hace tiempo, los hubiéramos a dormir junto a San Pedro. Y que con esa marisquera de andar de la manito con los chulangas cubanos y los rusos mafiosos, ya, casi que, se nos acaba la paciencia con solo verlos con sus sonrisas sin expresión como máscaras de sidosos sin sentimientos … ¡ LÁSTIMA DE ESOS GRINGOS DE PORQUERÍA QUE NOS VIERON CARA DE PENDEJOS !.