La revolución de Pierrot el loco
Para tratar de comprender los sucesos de mayo de 1968 en Francia, habría que comenzar por entender a una sociedad surgida del siglo de las luces y de la revolución de 1789, que descabezó el absolutismo dando inicio a un régimen basado en el principio de la soberanía popular, germen de una democracia moderna, pero que durante los siglos XVIII y XIX basculó entre la revolución y el terror, el imperio napoleónico, la monarquía constitucional y finalmente en la democracia republicana. Marchas y contramarchas donde siempre prevaleció una burguesía rica y culta que se convirtió en la fuerza política dominante del país desde que Francia entrara en la fase de industrialización.
La educación en la Francia de los años sesenta, se destacaba por una gran rigidez enmarcada en un modelo cartesiano tradicional, encaminada a sostener los valores de una extendida clase media urbana y provincial, así como los logros del desarrollo y la estabilidad económica que por primera vez disfrutaban los franceses después de las dos guerras mundiales. Pero, como sostiene Inglehart, “el crecimiento económico de un país trae consigo cambios en la escala de valores de los ciudadanos por la adopción de valores de auto-expresión (self-expression), que exigen mayores libertades”.
Sobre la crisis de mayo de 1968, pienso que hay varias circunstancias que inspiraron y encendieron las revueltas y que minaron esa solidez aparente de Francia, dando paso a los que Zygmunt Bauman denomina “la modernidad líquida”, signada por la inestabilidad y la desaparición de referentes, donde se pasa de la rigidez, la estabilidad y la repetición, a la liquidez, a la flexibilidad y a la incertidumbre. Ese año, la Quinta República fundada por Charles de Gaulle en 1958, estaba por llegar a su fin.
Aburrimiento, liquidez e incertidumbre
Un primer evento tiene que ver con la incertidumbre, reflejada en un film de Jean Luc Godard: “Pierrot el loco” (Pierrot le fou), realizado en 1965, tres años antes de la llamada revolución de mayo. Es un film clásico
– no hay trucaje – y a la vez moderno en su narrativa, libre e intuitiva. Habría que agregar algo más, fue un film premonitorio.
Como la mentalidad del francés se caracteriza por una bipolaridad entre el cartesianismo y el surrealismo, la película se hizo viral. El personaje es un “Bo-Bo” (bourgeois bohème), perteneciente a una clase social caracterizada por sus valores consumistas junto con comportamientos y gustos bohemios, actitudes hedonistas y pulsiones asociales. Ferdinad o Pierrot, que admira a “un poeta llamado revólver” (en alusión a Robert Browning) y al pintor español Velazquez “porque no buscaba pintar cosas precisas, sino lo que yace entre cosas precisas”, no soporta su incertidumbre existencial y escapa de la estabilidad de su matrimonio y entorno familiar, iniciando un aparatoso viaje sin retorno. Todo comienza la noche en que asiste con su esposa a una fiesta familiar. Es genial la escena donde los invitados, altos ejecutivos con sus esposas, conversan animadamente entre ellos, pero poco a poco el espectador se da cuenta que los parlamentos son los mensajes publicitarios de marcas comerciales en voga en el mercado francés.
Pierrot deja la fiesta y decide huir con una antigua amiga. Durante la travesía no para de leer en voz alta los diálogos de los personajes de La bande des pieds nickelés (La banda de los pies niquelados o pies impecables), publicadas en L’Epatant, un semanario de historietas que versaban sobre un universo enrevesado. Pierrot y Marianne, su compañera, inician una deriva hacia el sur de Francia, hacia “donde los vendavales arrastraron los siglos”, una aventura romántica plena de poesía, filosofía, extravagancias y riesgos, que culmina en la exacerbación del nihilismo y finalmente el suicidio: “que bella muerte, tan
estúpida”, exclama Pierrot en la escena final, mientras enciende la mecha de decenas de cartuchos de dinamita atados alrededor de su cabeza (el filme fue prohibido a menores de 18 años).
Otro evento lo produce el manifiesto publicado por la Internacional Situacionista en septiembre de 1966, titulado Sobre la miseria en el medio estudiantil, panfleto que fue reeditado ese mismo año por los estudiantes de docenas de universidades en muchos países. El primer párrafo del texto resume el contenido: “Hay que hacer más infamante la infamia, denunciándola. Podemos afirmar, sin gran riesgo de equivocarnos, que en Francia el estudiante es, después del policía y el sacerdote, el ser más universalmente despreciado”. Le sigue una agresiva crítica a la izquierda, en especial al Partido Comunista, a la Unión de Estudiantes (UNEF), a los partidos del estatus, a los medios de comunicación y a la sociedad de consumo. Las exigencias de reformas estudiantiles y sociales no se hicieron esperar ese año en las universidades de Estrasburgo, Nantes y Nanterre, con manifestaciones y barricadas.
En 1967, son publicados dos libros fundamentales para entender la revuelta de mayo, se trata de La sociedad del espectáculo, de Guy Debord (1931-1994), quien fue el fundador de la Internacional Situacionista, y El tratado de saber vivir del filósofo Raoul Vaneigem (1934). Ambos libros le dan un sustento conceptual a la protesta juvenil. En la introducción de La sociedad del espectáculo se lee: “Y sin duda nuestro tiempo, prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser. El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas, mediatizada a través de imágenes” (Eso mismo es lo había plasmado Godard en su film).
Vaneigen, por su parte, se dirige sin ambages a los jóvenes, he aquí dos párrafos tomados al azar de su libro: “Tu voluntad individual es un arma poderosa que, manejada por otros, se vuelve inmediatamente contra ti”
, “Que coincidan diez hombres decididos a la violencia fulgurante antes que a la larga agonía de la supervivencia, e inmediatamente se acaba la desesperación y comienza la táctica. La desesperación es la enfermedad infantil de los revolucionarios de la vida cotidiana”.
Lo que sucedería el siguiente año, se podía respirar en el ambiente. El artículo de Pierre Viansson-Ponté publicado en Le Monde el 15 de marzo de 1968, es un retrato caustico de la vida del francés burgués promedio, de su individualismo e indiferencia en su mundo bien organizado: “Lo que actualmente caracteriza nuestra vida pública es el aburrimiento. Los franceses están aburridos. No participan mayormente en las grandes convulsiones que sacuden al mundo (…) además la televisión repite al menos tres veces cada noche que Francia está en paz por primera vez hace casi treinta años (…) El joven francés está aburrido, mientras en España, Italia, Bélgica, Argelia, Japón, Estados Unidos, Egipto, Alemania y en la propia Polonia los estudiantes manifiestan, protestan, se mueven, pelean, ya que tienen conquistas que emprender…”.
La imaginación toma el poder
Los sucesos de mayo se producen y desencadenan espontáneamente, las ideas creativas, el sexo, el humor, todo lo que estaba reprimido es volcado en las calles compulsivamente y vaciado en los muros: “La imaginación toma el poder”, “Seamos realistas, demandemos lo imposible”, “Prohibido prohibir”, “Desde ahora, la poesía está en las calles”, “Desabotona tu mente, tantas veces como desabotonas tu bragueta”, entre otras tantas frases que brotaron de los sprays multicolores. Una de estas, podría haber sido pintada por Pierrot: “El futuro no tiene futuro”.
Los partidos políticos, como suele ocurrir, no entendieron la rebelión juvenil. El Partido Comunista calificó de “falsos revolucionarios” a los estudiantes, acusándolos de “prestarse a intereses fascistas y ser agentes del gran capital”, denigrando y atacando duramente a Daniel Cohn-Bendit, que en ese momento era el líder estrella de la revuelta. Los comunistas, que hasta esa fecha no se habían desprendido de su equipaje estalinista, tuvieron y siguen teniendo posiciones reaccionarias ante cualquier expresión de libertad o ante manifestaciones individuales o colectivas que ellos no autorizan o no comprenden. Los comunistas le tienen horror a lo espontáneo y al humor. Durante ese mes se comportaron como la inquisición católica que prohibió la risa, por pecaminosa. Quizás les molestaron pintas como esta: “Yo soy marxista tendencia Groucho” o “Abajo el realismo socialista, viva el surrealismo”.
A medida que se extendieron las manifestaciones y desórdenes, los sindicatos de izquierda y organizaciones extremistas, trataron de aprovecharse del desorden. Durante la gran marcha por los bulevares, George Marchais, el secretario general del Partido Comunista francés, intentó sumarse, siendo rechazado por la multitud.
Mientras ustedes duermen, nosotros soñamos
Aquí un breve recuento de los acontecimientos: El 3 de mayo, los estudiantes de La Sorbona apoyados por los de Nanterre toman las instalaciones de la universidad y ocupan el teatro Odeon. En el barrio latino, los estudiantes se enfrentan a la policía con el resultado de cientos de heridos. El 10 de mayo se conoció como la noche de las barricadas (La nuit des barricades). Durante una de las escaramuzas nocturnas, alguien pintó un enorme graffit
i que decía: “Mientras ustedes duermen, nosotros soñamos”. El 13 de mayo, en La Sorbona, los estudiantes creían haber revivido La Comuna de París de 1871, mientras ese mismo día la izquierda convocaba a su militancia para pescar en río revuelto, pidiendo la renuncia del presidente de Gaulle. Ya para el 19 de mayo, Francia estaba paralizada, no había combustible, los bancos seguían cerrados y los obreros de las fábricas de los suburbios estaban en los bulevares de París reclamando reivindicaciones laborales, entre ellas la de trabajar menos horas y ganar más. Comenzaba a reinar la anarquía y el desabastecimiento a causa de los motines y el vandalismo de grupos extremistas. El 29 de mayo, el presidente de Gaulle toma un helicóptero y se dirige a la base francesa de Baden Baden en Alemania, para reunirse con militares leales, entre ellos los generales Hublot y Massu, para asegurarse así el sostén a su gobierno. De regreso a Francia, pronuncia un vigoroso discurso utilizando la televisión como si fuera la radio. En pantalla solo se veía una foto fija de la bandera de Francia y la voz de Gaulle en “off”, para lograr un efecto subliminal al evocar su famoso discurso de 1940 convocando a los franceses a la resistencia desde Londres. Fue enfático al decir: “No me retiraré … no cambiaré al primer ministro … hoy disuelvo la Asamblea Nacional …”.
Esa misma tarde, un millón de personas desfilaron desde la plaza Concorde a la plaza Etoile respaldando al presidente. A la cabeza de la multitud se vio marchar al admirado escritor Andre Malraux, entre otras personalidades. Manifestaciones similares de apoyo a de Gaulle se dieron en las demás ciudades del país. Al día siguiente hubo transporte público, correos, bancos, panaderías abiertas, los trabajadores asistieron a las fábricas y oficinas.
El 7 de junio, el presidente de Gaulle utiliza la televisión para hacer un análisis de la crisis y explicar al país las decisiones y reformas que serán aplicadas para remediar las demandas populares. Días más tarde, las legislativas son ganadas por los Gaullistas con una abrumadora mayoría. Volvió la calma. “Las gasolineras fueron surtidas, no para utilizar la gasolina en bombas molotov sino para llenar el tanque y tomar carretera en el puente vacacional de Pentecostés (…) Fue una revolución hecha en nombre del pueblo por los hijos de la burguesía (E Zemmour, Mai 68, la grande désintégration). Según este pensador, mayo del 68 dio inicio a la fragmentación de Francia y sus valores tradicionales e identitarios.
Sumido en su individualismo, el francés promedio siempre ha exigido un espacio personal para diferenciarse y evitar rozar al otro, por eso sintió por un instante disueltas las distancias y diferencias en el tumulto de mayo. Sentirse estrujado por la masa, marchar de brazos con obreros de la Renault, juntos lanzar adoquines a la policía y cantar a coro la Marsellesa era una sensación que evocaba la consigna “Libertad, igualdad, fraternidad”. De allí la percepción, por demás irreal y efímera, de una revolución.
Después de treinta días, todo retornó a la normalidad y a la cotidianidad. Una revuelta plena de creatividad y poesía, que murió de “una bella muerte” como el rebelde Pierrot. Si bien no hubo un cambio real de paradigmas, aceleró transformaciones que cincuenta años después aún vivimos, para bien o para mal.
@edgarcherubini