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La respuesta está dentro del chavismo

“Entramos en la dimensión desconocida”, advierte un dirigente de la oposición en medio de la resaca del 28 de julio. Nadie dijo que sería fácil, pero sin duda este es uno de los escenarios más complejos. La oposición ha denunciado un fraude masivo en las elecciones presidenciales, quizá la última raya roja que le quedaba por cruzar a Nicolás Maduro.

No hizo falta escuchar el boletín del Consejo Nacional Electoral. Vestido de campaña -militar y electoral-, el ministro de la Defensa, Vladimir Padrino López, dictó sentencia. Repitiendo el discurso de su comandante en jefe, Padrino López fue mucho más elocuente que cualquier otro vocero del partido de gobierno. La cúpula de la Fuerza Armada Nacional anunciaba al país que Maduro permanecerá seis años más en Miraflores.

Los expertos señalan que frente a regímenes autoritarios como el que padece Venezuela, más que la solución al problema, las elecciones se convierten en una oportunidad para potenciar la agenda del cambio. Es decir, que la votación no es necesariamente el punto de llegada o la panacea definitiva, sino un factor que puede contribuir de forma relevante en la conquista de la transición a la democracia.

Se entiende que desconocer la voluntad popular expresada en las urnas, tendría un alto costo político para la coalición dominante. En principio, pondría bajo máxima presión la unidad de los capitostes de la dictadura. Tendrían que estar todos perfectamente alineados, sin sombra de dudas, para enfrentar el repudio del pueblo y el rechazo de la comunidad internacional. De lo contrario, asomaría la amenaza de fisuras.

La oposición ha venido haciendo su parte. Se mantuvo cohesionada y firme en la ruta electoral, pese a los múltiples obstáculos que puso el chavismo. Sin embargo, ahora le toca un desafío mayor: demostrar claramente las irregularidades del proceso y canalizar el malestar de la ciudadanía de forma pacífica y democrática. Evitar a toda costa que se caiga en la frustración y la apatía, y mantener viva la llama que recorrió al país durante la campaña.

La comunidad internacional mueve sus fichas. Exige transparencia y se niega a aceptar un resultado opaco. No obstante, los hechos han demostrado que su alcance es limitado. Ya se conoce el estribillo: El problema de Venezuela solo lo resolverán los venezolanos.

Entonces, se vuelve al meollo del asunto: el oficialismo. ¿Los últimos acontecimientos provocarán divisiones en el gobierno? ¿Estarían todos dispuestos a imponer a sangre y fuego la continuidad del régimen en el poder?

Prácticamente desde su llegada a la Presidencia de la República, Maduro se ha dedicado a resistir aplastando el clamor popular y desafiando los llamados del mundo democrático. La elección de 2018, tachada de fraudulenta por la oposición y las potencias globales, marcó un punto de inflexión que abrió paso a la peor crisis política que se recuerde.

El líder del PSUV superó la prueba, es la verdad. Mientras los venezolanos se hundían en la miseria y huían de su tierra, Maduro se aferró con uñas y dientes a la silla presidencial, apostó e indujo el desgaste de sus adversarios internos y se vio beneficiado por la tempestad que sacude al tablero geopolítico. Venezuela perdió, pero él ganó.

Teniendo en cuenta esos antecedentes, debe subrayarse que el escenario actual es distinto. Primero, por las consecuencias de esos seis años trágicos de madurismo. Y lo más importante: La oposición esta vez sí se contó en la elección. Nadie está solicitando la renuncia de Maduro. La Plataforma Unitaria y la comunidad internacional están llamando a acatar la decisión de una sociedad que se manifestó sorteando todas las trampas imaginables.

Al momento de escribir estas líneas, el CNE proclama a Maduro presidente electo. Al fondo no se escuchan trompetas de triunfo para celebrar la victoria, sino cacerolas de indignación en todo el país. ¿Habrá alguien dentro del chavismo que oiga con claridad el repiquetear de las ollas?

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