La renuncia
En años 60 del Siglo XX los comunistas y sus adláteres que es como decir “lobos de la misma madriguera”, a falta de mejores propósitos, se dedicaron a demandar la renuncia del Presidente de la Republica, recién electo y heredero de la crisis económico financiera legada por la dictadura militar. Con el objeto de hacer de conocimiento público su reclamo embadurnaron las paredes con la consigna RR. Expresión gráfica del movimiento subversivo dirigido por partidos extremo-izquierdistas alineados con el castro-comunismo. La respuesta política fue “no renuncio ni me renuncian y gobernaré hasta el último día del período constitucional para el cual fui elegido”. El pueblo asumió como suya la respuesta de Betancourt y la voceó con el estribillo: “ni erre ni erre”. Venezuela estaba conducida por un político de garra, un estadista, un jefe de Estado al que “no se le aguaba el guarapo” a la hora de tomar decisiones en defensa y por el bienestar de los venezolanos, aún cuando fueran impopulares y restaran puntos porcentuales en las encuestas. Asumía el costo político sin descalificar a ningún segmento de la sociedad y menos a los trabajadores, en su aspiración de asumir la conducción del país por la vía democrática.
Esa convicción del líder y estadista, sembrada en la conciencia del venezolano ha sido el muro de contención del castro-comunismo, el valladar imposible que les ha impedido sojuzgar a la sociedad y, antes por lo contrario, ha aportado argumentación ideológica y fuerza moral para mantenerlo a raya, a pesar de la reiterada violación de la Constitución de la República palpada en las tropelías de los cuerpos represivos, la descarada utilización del Poder Judicial en la persecución del adversario, del uso abusivo del poder en contra de los medios de comunicación social y del chantaje al que han sometido a los “capitanes” de la industria y el comercio privado.
Sabido es que no hay plazo que no se venza ni deuda que no se cancele. Contra esa verdad y el muro de los 40 años de democracia representativa con acento social se ha estrellado la pandilla guarecida en lo que denominan “Socialismo del Siglo XXI”. De allí que no valga la pena consumir espacio y hacerles perder tiempo a mis compasivos lectores con el listado de los fracasos de un modelo inviable, de cuya aplicación emergió la ruina de los países fuente única de inspiración de Maduro, el ilegítimo Presidente, y de la caterva internacional de vividores castro-comunistas.
Es así como el ignaro improvisador “Capitán General” que nos desgobierna, una vez debidamente aleccionado por los emperadores de ultramar (Fidel, en situación de cuasi retiro y Raúl, con la sartén cogida por el mango) morigeró la campaña en contra del sector privado de la economía pues colocaba en riesgo la negociación USA-Cuba. Se tragó los términos del revolcón económico anunciado y confesó, de cara al mundo, no estar capacitado para gobernar. Lo proclamó, frente a sus seguidores a quienes, deshidratados por el inclemente sol del mediodía tropical, les cayó como un balde de agua fría justo cuando celebraban el Día Internacional del Trabajador. Dijo con la fuerza de algo que escapa de lo más profundo del miedo a la verdad: “la clase obrera venezolana le falta mucho en organización, en preparación para asumir la conducción económica de la patria, y para vencer a los pelucones, quizá es el reto más grande….”.
Pedir la renuncia de un funcionario y el Presidente de la República lo es, no contraviene precepto constitucional alguno. Por eso creo preciso el momento, vaya por delante su confesión de incompetencia y la suerte de la República, para exigir su renuncia inmediata del cargo que ostenta y cuya legitimidad para ejercerlo es cuestionada por millones de venezolanos, tanto más después de la su auto-descalificación.