La relación con Venezuela
¿Debe el gobierno de Santos endurecer la política frente a su par venezolano? Así se reclamó en la campaña presidencial en Colombia y desde sectores radicales de la oposición venezolana. Craso error. Nada podría fortalecer más a Maduro que una injerencia externa en la situación de su país. Y las primeras víctimas serían la oposición y las perspectivas de la democracia en Venezuela.
Con frecuencia, Maduro denuncia conspiraciones orquestadas por Washington, supuestamente organizadas desde Colombia. Varias veces ha vinculado a sectores colombianos con las manifestaciones en su contra. Sabe que si pudiera presentar argumentos que le permitan mostrar a Colombia como amenaza externa, se convertiría en adalid de la defensa nacional exaltando el nacionalismo y el anticolombianismo que aún queda en sectores venezolanos.
Los chavistas aprendieron cómo, en los 54 años de embargo parcial y los 49 de bloqueo total a Cuba, estimulado por Estados Unidos, el régimen encontró soporte para rechazar cualquier cambio al mostrar la injerencia externa. Con su tozudo patrocinio del embargo y el bloqueo, la colonia cubana de Miami no ha hecho sino apuntalar al gobierno que ha querido derrocar y entorpecer la democracia. Estados Unidos ya empieza a reconocerlo.
América Latina aprendió la lección. El presidente saliente de Panamá, Ricardo Martinelli, intentó emplazar al gobierno de Maduro en la OEA y se quedó casi solo. Recibió apenas el contraproducente apoyo de Estados Unidos y de Canadá. Ningún gobierno regional lo acompañó. Los países del Alba, los aliados y los miembros de Petrocaribe le dieron a Maduro la mayoría en la OEA por convergencia ideológica o por interés petrolero. Pero el resto de los gobiernos, aleccionados por la experiencia cubana, prefirió respaldar la institucionalidad y el diálogo.
Muchas experiencias internacionales muestran que la mejor manera de allanarle el camino al autoritarismo a un gobierno cuestionado por su propia población es la injerencia y el aislamiento externos. Además, resultan contraproducentes. Nada reemplaza la acción política interna desplegada según reglas de la propia Constitución.
Si Maduro ha podido contrarrestar parte de los costos políticos de la crisis actual y de meses de protestas es por la división opositora. La protesta es apoyada por la mayoría de venezolanos, pero el 75 por ciento rechaza la oposición radical que impulsa barricadas, ‘guarimbas’ y quema de bienes.
La política oficial de Colombia hacia Venezuela es y debe seguir siendo la del respeto a su evolución interna, la solidaridad con los venezolanos que busquen refugio, el apoyo a la gestión de Unasur en el diálogo Gobierno-oposición, la defensa multilateral de la democracia. Puede que el discurso que reta al chavismo sirva para hacer política en Colombia. Pero produce el efecto contrario: refuerza a Maduro, afecta a la oposición que lucha por representar a la mayoría del país y genera una peligrosa espiral de tensiones binacionales. Por fuera de la actuación del Gobierno, la acción ciudadana, los medios de comunicación y redes sociales se irán expresando sobre el callejón sin fácil salida en que está atrapada Venezuela.
Al mismo tiempo, el Gobierno debe atender decididamente a las fronteras, cuya población votó en su mayoría por Santos porque no quiere seguir pagando las tensiones de Caracas y Bogotá y necesita la integración con los vecinos. Pero la respuesta del Gobierno no debe ser la de colmar de potes de mermelada a la clase política local. El reto consiste en transformar la realidad fronteriza para que su población ejerza de embajadora del país ante el vecindario y ayude a revertir la grave situación que allí ambos Estados han contribuido a generar.