La Red y el Ocaso de la Democracia
“Me aniquilo a mí mismo dentro de mis propios muros.”
De generación en generación, el ser humano permanece esencialmente igual. Nuestra conducta se repite incansablemente una y otra vez, cada uno dentro de su personalidad, pero, en esencia, somos los mismos. Los errores y los aciertos se balancean de una generación a otra. Así transcurren la guerra y la paz, el amor y el odio, y miles de contradicciones más, propias de nuestra imperfecta naturaleza humana.
Con el desarrollo tecnológico y el esfuerzo constante de la ciencia, el ser humano ha tratado de descifrar estos misterios y contradicciones con resultados parcialmente satisfactorios.
Por un lado, lo que conocemos como «calidad de vida» ha sido un éxito; pero, por otro lado, los avances militares, especialmente las armas atómicas y químicas, han sido un fracaso que hoy ponen en riesgo el futuro de la existencia humana.
Uno de los grandes descubrimientos científico-tecnológicos ha sido el internet, o lo que llamamos también web o Red. Este mundo digital nos conecta a todos los seres humanos, en cualquier lugar del mundo, en tiempo real y sin importar las distancias. Esto ha generado un mundo globalizado donde las fronteras desaparecen. Sin embargo, este mundo digital ha creado un espacio social paralelo al que todos conocíamos, lo que nos lleva a identificar dos mundos en uno: el real y el digital.
Desde mi perspectiva, hoy el ser humano cohabita en estos dos espacios en un mismo tiempo. Con el paso del tiempo, este espacio digital ha evolucionado rápidamente, siguiendo el vertiginoso ritmo de los avances tecnológicos, que supera al lento y progresivo desarrollo del mundo real.
En esta dualidad de espacios se desarrolla la cotidianidad del ser humano. Sin embargo, como toda dualidad, es conflictiva, pero también real. Y, como tal, debe ser entendida y aceptada para lograr un equilibrio que evite el caos.
El ser humano entendió que, para convivir, era necesario un pacto social que asegurara una vida civilizada. De ahí nacieron los Estados, las naciones, las cartas magnas o constituciones, las leyes, los reglamentos, los convenios, las organizaciones internacionales, los tratados y todo aquello que garantiza la convivencia social, el progreso y, en general, el bien común.
Llegar a este punto no fue tarea de días; ha sido un proceso lento, propio de los tiempos humanos, y necesario para consolidar cualquier proyecto civilizatorio. Al final, este espacio real es un espacio público regulado por los Estados y sus instituciones. En los últimos siglos, la democracia ha jugado un rol estelar, destacándose por sus valores: la convivencia, el respeto mutuo, el respeto a las minorías, la alternabilidad del poder y los espacios de participación, entre otras bondades que promueven la coexistencia pacífica entre los seres humanos.
En contraste, el espacio digital, hoy, es un espacio privado que aparenta ser público, con muchas zonas grises. Un pequeño grupo de empresas lo monopolizan, cuyo único interés es generar ganancias sin importar los medios para lograrlo. Su objetivo final es uno solo: acumular capital.
Cuantas menos regulaciones existan, más libertad tendrán para generar dinero, en especial manipulando a los seres humanos en su fragilidad y contradicciones.
El control detallado de los datos personales que entregamos voluntariamente, sin recibir nada a cambio, a través de contratos de adhesión que nadie lee —y que, si no aceptamos, nos impiden acceder al imprescindible mundo digital—, permite a estas empresas, mediante herramientas poderosas como la inteligencia artificial, los algoritmos, las redes sociales y los buscadores, manipular nuestra conducta.
Por muy racionales que intentemos ser, no podemos controlar esta influencia. La fórmula de «nuestro yo controlando nuestro yo» nos confunde y engaña, generando una sensación de libertad y plenitud que en realidad no existe. Tal como lo expresa el filósofo Byung-Chul Han: “De forma paradójica, es precisamente la sensación de libertad la que asegura la dominación.” Por su parte, Shoshana Zuboff nos recuerda: “La oportunidad de vivir ‘mi vida, a mi manera y a un precio que pueda permitirme’ fue la promesa humana que rápidamente se instaló en el corazón mismo del proyecto digital comercial.”
Quizás por esta razón, estos empresarios están tan interesados en participar en política. Saben que el único obstáculo para sus ambiciosos proyectos son las regulaciones que provienen del mundo real, regulaciones que hoy existen, pero con mucha timidez y ambigüedad.
Destruir la democracia, radicalizar el mundo y promover proyectos libertarios son esenciales para someter el espacio real al digital. En un mundo donde el aparente progreso humano está atado a un interminable crecimiento económico, dominar el espacio digital se hace vital para los multimillonarios y todo aquel que desee controlar el mundo.
La humanidad enfrenta grandes retos frente a esta dualidad. El espacio digital no puede ser un espacio ajeno al real. La economía y el mundo digital, hoy grandes aliados, deben ser sometidos a una humanización urgente, claramente definida en leyes y acuerdos internacionales, especialmente en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Los Estados y sus instituciones, junto a la democracia, serán vitales para lograrlo.
Un mundo cada día más alejado de estos valores traería una humanidad nunca antes conocida que, en mi opinión, luce desoladora.
La Red no puede estar en manos de unos pocos; debe ser abierta, con la oportunidad de que cualquiera pueda participar en su administración. El mundo real y los Estados serán claves en esta democratización. Por eso, el mayor reto que enfrenta la humanidad en estos momentos es luchar, salvar y hacer prevalecer la Democracia.