La puya de Bolívar
Desde que los chavistas empezaron con aquello de “alerta-que-camina-la-espada-de-Bolívar-por-América-Latina” nos han estado puyando con un Libertador desconocido y gruñón, siempre espada en alto, a quien después hurgaron los huesos con el pretexto de un veneno que nunca apareció. El que se presentó y ahora prolifera por todas partes es un Bolívar con cara de campesino aragonés –o de cualquier campo perdido en España, escoja usted a su gusto-, y un lenguaje de batallas, estados mayores, combates, misiones, rodillas en tierra, como si Simón Bolívar no hubiera sido mucho más un estadista que un militar, y como si la independencia hubiera sido sólo una guerra y no un evento político, jurídico y social.
A cuenta de Simón Bolívar, que era aristócrata de larga raigambre y jugosa herencia, Hugo Chávez, que de historia venezolana sabía más bien poco aparte de los tradicionales adjetivos, inventó heroísmos que no existieron y ocultó grandezas como las de José Antonio Páez que vino de abajo y terminó en Presidente, intelectual y escritor, o las de militares brillantes como Arismendi, Mariño, Bermúdez, Campo Elías –ese gran patriota español-, el colombiano José Prudencio Padilla que en la batalla lacustre (más que naval) de Maracaibo consolidó la independencia, y el propio Manuel Piar, a quien Bolívar hizo fusilar por levantisco y peligroso ejemplo de diferencias raciales, y que ahora, por orden de Nicolás Maduro, irá a discutir frustraciones en el Panteón Nacional con el mismo que lo mató después de haber liberado Guayana.
Chávez hizo de Simón Bolívar un mega mito a cuyo lado hábilmente se puso vía propaganda fotográfica e improvisó una revolución inspirada en los gloriosos y disfrazados fracasos de Fidel Castro, sin duda más culto, mas hábil y más famoso que él. Hugo Chávez infló apabullantemente el mito de Bolívar para ponerse al lado, y copió el de Fidel Castro a quien, dicen, pretendió relevar ante los ojos del mundo hasta que la mala praxis de la medicina cubana lo dejó -¿o lo hizo?- morir de un cáncer en las mismas entrañas desde las cuales se sacó la maldición a Israel.
Chávez se murió en fecha dudosa y el chavismo derivó en madurismo que lleva a cuestas la misma mitología pero realidades diferentes, la ruina económica y una creciente politización del sector militar, con generales pendientes de los dictámenes de la jefatura castromadurista, y soldados y oficiales que libran batallas ideológicas pero pierden las de guerra con los narcotraficantes terroristas colombianos.
Se nos vino encima el Bicentenario de la Batalla de Carabobo entre banderas enormes desplegadas en el Panteón sin brisa que las agite, el ya tradicional desfile en Carabobo con una mezcla de equipos móviles bien lavados y de muchos de los cuales los militares alardean de su mantenimiento y recuperación, y carrozas carnavalescas recargadas de disfraces de la época. Se nos vino encima el Bicentenario de una batalla sin duda extraordinaria pero que sin la fuerza de Páez y sus llaneros y de la feroz y valiente resistencia de la Legión Británica (en la cual había voluntarios de varios países, no sólo ingleses) y su valiente y empecinado jefe el coronel Thomas Farriar que ordenó –él sí- rodilla en tierra, que por cierto pertenecía a la Primera División al mando de Páez y que con su coraje salvó al batallón Bravos de Apure, hubiera podido ser perdida.
Para celebrar la gesta los militares inauguraron el día con la solemnidad castrense de izar una enorme bandera que, ante un público de disciplinados cadetes, subió como caída y sin ánimo, y seguidamente otro de los discursos recargados de adjetivos y las eres y erres tan del gusto del Ministro de la Defensa, que se les ingenió para abrir su exposición con loas del heroísmo y la resistencia de venezolanas y venezolanos y cerrarlo con el mensaje político de la resistencia contra los ataques del imperialismo estadounidense, cuyas sanciones –además de las europeas y canadienses- tienen la culpa de todos los errores cometidos por el chavismo nacional.
Quizás pensando en evadir las acusaciones de no construir nada, el régimen de Nicolás Maduro –quien después no viajó para presidir el desfile en Carabobo, gesto, ése sí, inaugural porque hasta ahora la fiesta del Ejército había contado siempre con presencia presidencial- se las ingenió para construir una serie de aditivos al tradicional monumento encabezados por una puya que no se sabe si representa a la espada de Bolívar que camina penosamente por América Latina o colmillos de cazón criollo, una construcción tipo corona de Juego de Tronos y los retratos pintados de los héroes de Carabobo, con la infaltable cara de Hugo Chávez al lado de la del Bolívar, conjunto de afilados elementos que, según nos afirman, es mala copia de un monumento castrista en su Cuba demasiados años reprimida y hambrienta, exitosa en políticas y represiones y rotundamente fracasada en el bienestar de su pueblo.
Celebración que se desarrolló con un cielo hostil que hizo caer una lluvia abrumadora –un auténtico “palo de agua” y terminó con el desfile apresurado, sin Presidente de la República ni Gobernador del estado, sobre pavimento mojado y presidido, no le quedó más remedio, por el Ministro de Defensa y otros militares multicondecorados.
Un desfile tan poco relevante que ni siquiera se sintieron por ahí los espíritus de Bolívar, Páez, Farriar, el Negro Primero y otros héroes protagonistas. Lo que si se sintió fue decepción y el horror por esa especie de “puya” bolivariana que aleja, pero no disminuye, la solemnidad del viejo monumento. Construido también por un tiranos, pero diseñado por arquitectos con criterio de solemnidad histórica que no creían en brujerías ni comunismos.