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La “Pripiski” Bolivariana

“Así se ha desarrollado en las filas de la Nomenklatura una práctica llamada Pripiski, que no es más que una estafa pura y simple: se incluyen conscientemente cifras inexactas en las cuentas correspondientes a productos que no han sido fabricados. Esta técnica se funda en la aceptación neta y clara de carácter puramente teórico y burocrático de la planificación y de la contabilidad: los despachos del Gosplan y de los Ministerios prevén disposiciones teóricas sin conocer la realidad; la respuesta tampoco tiene ningún vínculo con la producción real”.

La Nomenklatura: la Clase de los Explotadores”.
Michael Voslensky

Tiene que ser así. Debe ser así. Para esa parte de la burocracia venezolana de nuevo cuño, la de menos de veinte años adherida a la ubre pública nacional, “Pripiski” no le debe ser desconocida.

El término ocupa un puesto común en la literatura política que alimentó el pensamiento, la actitud y el comportamiento de una gran parte de la juventud latinoamericana durante la década de los sesenta, y la cual vio en Fidel Castro Ruz el ejemplo a seguir en el “proceso emancipador”, ante la avanzada norteamericana en la región. La Guerra Fría daba para todo, servía para todo.

Pero, por supuesto, no como un término positivo y demostrativo del resultado del calificado “glorioso proceso revolucionario”. Sino como un campanazo de alerta que tenía su origen en la Unión Soviética, y en donde las intrigas del control del poder comenzaban a desnudar la falsedad de lo que vivían los habitantes del conglomerado de la URSS. Allí, según las autoridades, todo olía a bienestar, prosperidad. Era lo que decían las cifras y los reportes de los que ocupaban posiciones de mando, cuando la verdad es que, a partir de dicha información, todo era mentira; pura mentira.

Para la Rusia de entonces, “Pripiski”, en verdad, no era un accidente. Porque, “en el contexto del socialismo real”, la técnica podía usarse con facilidad. Ya que “dado que la economía planificada (estaba) dirigida por los más altos responsables; las falsificaciones contables no (constituían) un problema atribuible a pequeños estafadores: (eran) los pilares de la sociedad”.

En Venezuela, los ciudadanos de a pie califican lo que intuyen como un hecho irreal, de “pura coba”; de falsedad sistemática; de mentira tropical; de fraude político; de engaño deliberado; de burla nacional. Porque después de tres períodos gubernamentales “de los de antes”, y recibido más de un millón de millones de dólares por la venta del petróleo que supuestamente “es de todos los venezolanos”, el presente es de una inexistencia inexplicable de dinero para pagar deudas, comprar medicinas y comida, cancelar las obligaciones sociales con los trabajadores y pensionados, garantizar -de verdad- que la actividad agropecuaria, industrial, comercial, financiera y de servicios pueden seguir operando sin sobresaltos.

Los que detentan cargos de ministros y de viceministros, o de vicepresidentes y pomposas designaciones en “cadenas de radio y televisión”, insisten en apelar a cifras de producción que nadie puede comprobar, en inversiones que no se pueden auditar, y en opacos acuerdos con gobiernos y países amigos que la mayoría de los venezolanos, sencillamente, no se ocupan de hacerle seguimiento: les basta con considerar que la desinformación obedece a que allí hay un “gallo tapao”.

El Gobierno siempre se ocupó de apelar a la propaganda para convencer a sus seguidores y al resto de la población, de que sus decisiones económicas fueron adoptadas para favorecer al “pueblo”. Inclusive, gastó el millón de millones de dólares “beneficiando al pueblo”. Pero nunca se dedicó a evitar que los pobres fueran más pobres, y los que no eran, terminaran siéndolo. Tanto amor por los pobres sólo terminó multiplicándolos.

La “Pripiski” Bolivariana fue nacionalizada; se le vistió con la bandera tricolor. Y ahora no sólo ha perdido la indumentaria; también está comprometiendo seriamente al Gobierno, porque le está obligando a demostrar que no necesita de la falsedad de las cifras para recuperar credibilidad y confianza entre los que visten de rojo, en prueba de fidelidad y lealtad; también de los que están obligados a vestir con el mismo color para no perder fuentes de trabajo y sacrificar el derecho a alimentarse dignamente. Además, a los mercados internacionales, en donde se evalúa y hace seguimiento a los países en sus desempeños administrativos como en los resultados de dicho proceso, y en la autenticidad y transparencia de las cifras capaces de resistir la “ácida prueba” de la comprobación de su verdad. Le está demandando sinceridad; precisar qué es lo que está sucediendo realmente en el país, sometido a vivir en una economía de guerra y sin estar en guerra.

¿Cómo revertir dicha situación?. Hace más de 24 meses que casi treinta millones de venezolanos han estado aguardando por dicha reversión. Porque ya en el 2013 el país comenzó a percibir que se acercaba una tormenta. Pero, entonces, nada era más importante que mantener el control de poder. De hecho, un ministro defenestrado después de ese episodio, dijo que en esa oportunidad, en la de un proceso electoral, que el Gobierno “echó el resto”. Mejor dicho, gastó lo que debía, lo que no podía, como lo que no estaba permitido; a sabiendas, inclusive, de que el ganador no podría ejercer.

¿Podía una economía como la venezolana, en condiciones de extremo desorden administrativo, y hasta de ausencia de cifras referenciales tranquilizadoras para los habitantes y los mercados, sostenerse sin riesgos de peores resultados durante más de dos años?. Los hechos actuales dicen que no. Los economistas venezolanos dicen lo mismo. Las calificadoras de riesgo del mundo lo confirman. Y los países “amigos” de Venezuela -mucho de los cuales ni siquiera se ocupan de lidiar con la inflación, la escasez y la inseguridad- dejan entrever su sorpresa ante lo que está sucediendo en esta parte del continente, en este maltrecho sitio del mundo.

¿Qué preocupa hoy tanto en Venezuela, como el que la inflación, la escasez y la inseguridad puedan desbordarse y convertirse en un motivo de anarquía social?. Que las autoridades se resistan a admitir que la realidad sobre la que hoy, angustiados, estén casi 30 millones de venezolanos, no es también una “Pripiski” opositora, es decir, una mentida conceptual y numérica. Es una verdad. Gigantesca. Retadora. Imposible de solventar y de derrotar escondiendo “colas” de consumidores, encarcelando a empresarios y a gerentes de empresas. Recurriéndose a espectáculos televisivos sobre supuestos decomisos de bienes de consumo masivo, a conciencia de que dicho erróneo procedimiento no contribuye a debilitar la demanda, mucho menos a estimular inversiones privadas, ni a convertir a la nación en un destino para el riesgo financiero corporativo global.

Durante los dos años de espera, estoicamente, decenas de miles de modestos emprendedores, de medianos empresarios y hasta de ejecutivos de reconocidas firmas industriales, comerciales y financieras que operan en suelo venezolano, han dado a conocer su disposición a no claudicar en su esfuerzo productivo de cada día. Pero la respuesta gubernamental necesaria para capitalizar esa voluntad de aporte y participación, ha terminado en un sistemático desplante administrativo; un continuo proceso descalificador del trabajo ciudadano; un sometimiento por la fuerza al cumplimiento de las más sorprendentes como estrambóticas disposiciones normativas, con los peores y más costosos resultados que empresa alguna pueda registrar, comparativamente con lo que sucede en países vecinos.

Aun en presencia de lo que ha sucedido recientemente con Cargill, Distribuidora Herrera, Farmatodo, Cárnica y Día a Día -convertido todo en una especie de nuevo trofeo de la antilógica económica-, los gremios empresariales han insistido en que urge dialogar, conversar, analizar lo que está planteado, y procurar actuar en respuesta a lo que la población reclama y Venezuela necesita: entendimiento, soluciones coyunturales y estructurales. Mejor dicho, impedir que el empeño en desconocer el problema, en flotar sobre la inexactitud de cifras y resultados que parecieran haberse convertido en los amos de la voluntad gubernamental, obliguen a tener que seguir por el camino tortuoso del presente, aun a conciencia de que no conduce a ninguna parte.¿0 es que existe otro “gallo tapao” con dicha forma de dirección, para gobernar sobre las ruinas del país?.

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