La política pública en Venezuela o el cuento del gallo pelón
Es poco menos que un escándalo la forma en la que se han implementado muchas políticas públicas en Venezuela en los últimos 17 años. Son tan pobres los resultados que cuesta calificarlos como mera decidía, accidente o un entramado finamente hilado con el fin de fracasar. Son muchos inventos disfrazados de política pública los que hemos visto en estos años en varios ámbitos de nuestra vida: salud, economía, educación, cultura, etc.
Vale la pena recordar que la política pública, a pesar de tener mucho de política, es un proceso, de hecho, es un ciclo que debe ser virtuoso. En primer lugar, el germen de la política pública es el estudio concienzudo de las necesidades de la población ¿Qué hace falta? ¿Qué debe corregirse? ¿Hay algo que eliminar? Eso incluye una evaluación del posible impacto de la medida que se vaya a poner en práctica.
Casi por definición, es imposible que una medida proveniente de un ente gubernamental haga feliz a todo el mundo, siempre habrá personas en desacuerdo. Y es que el objetivo no es contentar a todo el mundo. La vida real está muy lejos de Narnia. La mejor política pública es aquella que mejora la situación de la mayor cantidad posible de personas. Esto con todo y su tufillo a second best.
Luego de haber estudiado en forma rigurosa todos los por qué, cómo y para qué de una política pública, se procede al diseño de la misma. Este diseño jamás se puede hacer de espaldas a la sociedad. Aislar a los policy makers de la opinión pública es un gravé error que puede transformar un parto difícil en aborto, esto es mucho más probable cuando los expertos a cargo del diseño se creen conocedores absolutos de la verdad y se cierran a los posibles opositores de su propuesta. Cualquier medida que vaya a afectar a la población debe ser discutida en forma diáfana.
Una vez concluido el diseño de la política pública, viene su implementación. Esta implementación debe ser hecha de forma inteligente. Es decir, no debe atropellar a quienes no están de acuerdo y ser tan progresiva en el tiempo como sea necesario.
Se debe informar a la población con suficiente antelación sobre las características y alcances de la medida, en particular a aquellos segmentos de la sociedad que se muestren en desacuerdo. Aquí es importante hacer una distinción entre campaña informativa y campaña publicitaria. Toda la población (o la mayor parte de ella) debe estar informada, no es cuestión de venderles una nueva moda.
Una vez implementada la política pública, viene una etapa fundamental: La evaluación. En esta etapa se evalúan los logros de la medida, su impacto y alcance definitivo, en otras palabras, se valora su rentabilidad social. Si ésta no es positiva o no tan alta como se esperaba, hay que hacer ajustes cuya magnitud dependerá de las falencias de lo implementado.
Es en esta fase de ajustes donde comienza en el ciclo virtuoso. Cabe destacar que la evaluación debe ser periódica y si en definitiva se concluye que la medida implementada no funciona, ni siquiera incorporándole ajustes, pues debe eliminarse.
Ahora bien, ¿qué ha pasado en Venezuela? Pues hemos visto iniciativas lanzadas con bombos y platillos, en cadena nacional, con música en vivo de fondo y hasta con bailecitos y todo. Algunas han funcionado a medias, otras solo son enunciadas y no toman cuerpo, otros nacen, mueren y reviven, pero nunca abandonan su andar torpe y errático.
Por último, me atrevería a decir que ninguna cumple con sus metas, es más algunas ni las tienen. Quizás las más tristes son aquellas que se desvanecen en el tiempo, poco a poco, sin que nadie las llore. Algunas tardan meses en desaparecer, a otras les toma unos cuantos días. Todo esto bajo el patrocinio de un enorme despilfarro de recursos que sin duda resta al bienestar de la sociedad.
Por si fuera poco, se invierten ingentes recursos en propaganda. No para informar sobre los beneficios de la medida, sino para intentar cubrir los fallos de la misma. Es como vivir entre cortinas de humo continuas. Todo ello es preferible a dar la cara, aceptar la responsabilidad y enmendar aquello que deba corregirse.
Para muestra, un billete de 100 …
Hace poco vivimos una clara muestra de lo antes descrito. El domingo 11 de diciembre de 2016 se anunció al país que el billete de 100 Bs. saldría de circulación en 72 horas. Esto en época de zafra, como llaman los banqueros al último trimestre del año, en el que la actividad comercial vive un auge. Además, la crisis de efectivo aún estaba en su apogeo y la plataforma tecnológica que respalda el sistema de pagos electrónicos estaba herida.
Más allá de si las razones de la medida son válidas o no, fue notoria la improvisación de la medida, la cual generó una crisis de histeria generalizada. Precisamente, esa crisis llevó a la reconsideración de la medida y dos ampliaciones del plazo (¿por ahora?).
Ahora bien, ¿dónde está el beneficio de esta medida del ejecutivo? Pues, la única que se me ocurre es que aprendimos a querer un poquito más a nuestro devaluado billetico de 100 Bs. Y dudo mucho que el encariñamiento con un billete tenga mucha ponderación en el bienestar de cualquier nación.
La idea no es anunciar iniciativas solo porque suenan bonito. Como mencioné anteriormente, cada medida debe estar respalda por un análisis robusto y debe implementarse si y solo si es sustentable, de lo contrario entrará en el purgatorio de las políticas públicas venezolanas, el cual por cierto debe estar casi lleno.
@carpioeconomics