La política: en alza o en baja
A los latinoamericanos y especialmente a los venezolanos nos ha costado mucho comprender en estos años, y más en esta época de orfandad y pandemia, que los problemas de todo el mundo son problemas políticos y los problemas políticos siempre serán problemas de todo el mundo. Los ciudadanos no podemos seguir despreciando a la política y cuestionando desmedidamente a la democracia por el sólo hecho de que sus actores hayan incurrido en reiterados errores y disociaciones esas actitudes explican lo que acontece en la Venezuela actual.
Como lo ha expresado Daniel Innerarity en su reciente obra “Una teoría de la democracia compleja. Gobernar el siglo XXI” (Galaxia Gutemberg 2020) al analizar la complejidad de la política y la democracia en el siglo XXI, concluye de forma certera que los tres elementos que modificarán la política de este siglo son los sistemas cada vez más inteligentes, una tecnología más integrada y una sociedad más cuantificada… y agrega el propio Innerarity si a lo largo del siglo XX la política giró en torno al debate sobre cómo equilibrar Estado y mercado (cuánto poder debía conferírsele al Estado y cuánta libertad debería dejarse en manos del mercado), hoy la gran cuestión es decidir si nuestras vidas deben estar controladas por poderosas máquinas digitales y en qué medida, cómo articular los beneficios de la robotización, automatización y digitalización con aquellos principios de autogobierno que constituyen el núcleo normativo de la organización democrática de las sociedades. El modo en que configuremos la gobernanza de estas tecnologías va a ser decisivo para el futuro de la democracia; puede implicar su destrucción o su fortalecimiento.
Hemos recalcado que lo que no puede faltar en toda política que se precie de democrática (y por extensión, la democracia como régimen universalmente aceptado por sus bondades), son unos contenidos y valores elementales, ya que su extravío conlleva a un desvío de la democracia y viceversa. Tendríamos así, que tanto la política como la democracia que son proyectos y realidades, no pueden prescindir de sus ideales (y de manera especial del bien común), pues a partir de estos pudiéramos hablar de una cierta perfectibilidad de la política y la democracia respectivamente, en la búsqueda de reducir la brecha o espacio entre las promesas y los logros, los ideales y las realidades en un mundo y una era ciertamente compleja.
Daniel Innerarity es categórico al señalar un fenómeno de profunda importancia en la actualidad referido a que una opinión pública que no entienda la política y que no sea capaz de juzgarla puede ser fácilmente instrumentalizada o enviar señales equívocas al sistema político. Esta confusión explica buena parte de los comportamientos políticos regresivos: la simplificación populista, la inclinación al decisionismo autoritario o el consumo pasivo de una política mediáticamente escenificada que son los fenómenos que pululan en América Latina y manera particular en la Venezuela contemporánea.
Y en esa misma clave analítica coinciden con juicio crítico pensadores como Tzvetan Todorov al expresar que la democracia está enferma de desmesura, la libertad pasa a ser tiranía, el pueblo se transforma en masa manipulable, y el deseo de defender el progreso se convierte en espíritu de cruzada y agrega … La economía, el Estado y el derecho dejan de ser los medios para el desarrollo de todos y forman parte ahora de un proceso de deshumanización.
La etapa actual en la que se encuentra la política y la democracia requiere mesura, juicio crítico no apocalíptico y frente a las situaciones disruptivas o anómicas la necesidad de formular propuestas, ideas y demás. Ya lo señalaba hace algunos años el gran maestro Norberto Bobbio de la escuela florentina cuando refería a las promesas no cumplidas por la democracia. Precisamente frente a los errores o tropiezos es que se requieren ideas, actores, otras lógicas que permitan la recuperación de los tejidos institucionales, reglas de juego, actores, agendas y resultados con una ciudadanía más formada y critica.
La ascensión del populismo radical o autoritario en algunos países andinos, y específicamente en Venezuela, ha ocurrido en paralelo al desprestigio de las instituciones partidistas como mediadores y representantes legítimos del juego democrático. La precariedad de los partidos políticos se expresa, entre otras cosas, como sucede en Venezuela, insistimos, en su inacción y en la orfandad de su dirigencia. Un elemento definitorio y característico de la Venezuela de fin de siglo XX e inicios del siglo XXI es la promoción sostenida del elemento, dinámica y lógica militar. En las dos últimas décadas bajo la presidencia de Chávez y Maduro registramos, como nunca antes visto en la historia de Venezuela, el desplazamiento de civiles y demás por parte de militares que, en situación de retiro o actividad, hoy ocupan embajadas, gobernaciones, presidencias de institutos, corporaciones, curules en la Asamblea Nacional, ministerios y otras instancias. Corresponderá evaluar y diagnosticar su desempeño.
La política y la democracia en Venezuela precisa se recompuesta y reconducida, algunos dirían volverla a parir sobre cimientos cívicos, democráticos, ciudadanos, institucionales. Sin dudas la política democrática atraviesa un largo momento de intermitencia, que exige su recomposición y revalorización frente al oprobio, el desdén y la anarquía actual, fenómeno que amenaza con llevarse por delante los débiles cimientos heredados del siglo XX. Veremos en este laboratorio si los venezolanos tenemos en nuestro ADN democrático suficientes reservas para relanzar el proyecto democrático frente a lo registrado en estas dos décadas de retrocesos, piruetas y desmanes.
Profesor de la Universidad de Los Andes
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