La plata dulce. Corrupción y fútbol en América Latina
Marc Koch
En diciembre de 2017, el diario argentino Clarín publicó una foto («Una foto…», 22.12.2017). Fue grabada en 2012 durante un congreso de la Confederación Sudamericana de Fútbol, Conmebol, en Buenos Aires, y muestra a quince hombres, mayoritariamente de edad avanzada, todos vistos de traje.
La primera fila se encuentra sentada y la fila detrás de pie, en alusión a las fotos habituales de los equipos de fútbol. Pero estos hombres no son futbolistas, son funcionarios. Son los diez jefes de las asociaciones nacionales de fútbol sudamericanas y algunos altos funcionarios. En el borde de la imagen alguien anotó a mano y con tinta azul los nombres de las personas y cifras correspondientes: los números van desde 12,2 a 2,2. Representan millones de dólares estadounidenses. Son sobornos que se supone que los funcionarios embolsaron entre 2010 y 2016.
En la parte superior de la lista se encuentra Julio Grondona, el difunto expresidente de la Asociación de Fútbol Argentina, AFA, de quien se dice que cobraba USD 12,2 millones de coimas. En el otro extremo de la lista también se encuentra un argentino: José Luis Meiszner, expresidente de Quilmes AC, club de la primera división y ex secretario general de la Conmebol. Se dice que Meiszner recibió USD 2,2 millones, una pequeña luz mala en el pantano corrupto del fútbol sudamericano. Solo uno de esos quince hombres aparentemente ha desafiado con éxito todos los intentos de corrupción: es Sebastián Bauzá, hasta 2014 presidente de la Asociación Uruguaya de Fútbol. La investigación en su contra fue suspendida en 2017 («Una foto…», 22.12.2017).
La foto de los funcionarios sirvió como prueba número 100 en un juicio espectacular en Nueva York, que terminó por mandar a prisión al expresidente de la Conmebol, el paraguayo Juan Ángel Napout, y al exjefe de la Confederación Brasileña de Fútbol, José María Marín, por formar una organización criminal, por fraude bancario y por lavado de dinero («FIFAgate…», 22.12.2017). Fueron las primeras sentencias de una investigación preliminar, hoy día bien conocida como FIFAgate, que empezó en 2015 con el arresto de altos funcionarios de la asociación mundial del fútbol FIFA en Zúrich y cuyo final está lejos de terminar. Se trata, en todos los casos, de corrupción en la adjudicación de torneos, contratos de equipos deportivos y derechos de transmisión de televisión. Y muchas pistas conducen a América Latina. En ninguna parte del mundo el fútbol es tan corrupto como en este continente.
Incluso el mayor escándalo de corrupción en la historia del deporte comienza en América Latina: la empresa de marketing suiza, International Sports and Leisure (ISL), adquirió en los años ochenta y noventa los derechos de emisión de los eventos deportivos de las asociaciones deportivas y los trasladó a emisoras de televisión, patrocinadores y comercializadores. Entre sus clientes estaban las asociaciones mundiales de atletismo, de natación y de tenis, así como el Comité Olímpico Internacional y la FIFA. Antes de ir a la quiebra en 2001, la ISL pagó USD 182 millones en sobornos a funcionarios deportivos. Uno de los principales beneficiarios fue el brasileño João Havelange, funcionario deportivo y, entre otras cosas, desde 1974 hasta 1998 presidente de la FIFA, quien cobró junto con su yerno más de USD 20 millones («Korruption…», 24.6.2013, p. 13). Este abogado había establecido durante su mandato un sistema de beneficios, que internamente se llamaba cadena alimentaria («Havelange, Joao», 13.5.2017). Sus agentes indirectos en Brasil eran los llamados cartolas (‘cilindros’), funcionarios dependientes y por lo tanto leales, cuya influencia se extendía profundamente hasta los clubes nacionales del continente. La propia familia de Havelange se beneficiaba del extenso sistema: sy nieta Joana trabajó en el comité organizador de la Copa Mundial 2014 y ganó USD 50.000 al mes.
Aunque las acusaciones contra João Havelange habían sido documentadas en miles de páginas, el patriarca y su familia siempre negaron haber sido sobornados. Al contrario: Havelange, que murió en 2016 a la edad de 100 años, se jactó de haber profesionalizado el fútbol y de haber hecho grande a la FIFA:
Cuando llegué a la sede de la FIFA en Zúrich, encontré una casa vieja y algo de dinero en un cajón. Cuando renuncié a mi puesto, 24 años después, la FIFA tenía más de USD 4000 millones en contratos y activos. («Havelange, Joao», 13.5.2017)
Havelange finalmente reinaba sobre más asociaciones nacionales del fútbol que miembros hay en la ONU. No sin razón, el escritor uruguayo Eduardo Galeano lo describió como un viejo monarca:
Ha cambiado la geografía del fútbol y lo ha convertido en uno de los más espléndidos negocios multinacionales. Bajo su mandato se ha duplicado la cantidad de países en los campeonatos mundiales. […] Por lo que se puede adivinar a través de la neblina de los balances, las ganancias que rinden estos torneos se han multiplicado tan prodigiosamente que aquel famoso milagro bíblico, el de los panes y los peces, parece chiste si se compara. (2005, p. 167)
Con sus métodos, Havelange y sus funcionarios han convertido el fútbol en un producto comercial. Ya en la década de 1990, el fútbol profesional movía USD 225.000 millones al año. A modo de comparación: el entonces mayor grupo mundial, General Motors, de EUA, alcanzó una facturación de USD 136.000 millones. El sistema Havelange estaba en el mundo y despertó deseos que continúan hasta hoy día. Las estaciones de televisión desempeñaron un papel cada vez más importante: el fútbol y la televisión entraron en una sociedad muy unida, dice el exdirector deportivo del Real Madrid y entonces jugador internacional de Argentina, Jorge Valdano:
Nadie duda de que la televisión haya impulsado el fútbol. […] El fútbol, un mediador infranqueable de las imágenes, no pudo mantenerse apartado durante el espectáculo de la observación. (2006, pp. 234-235)
El poeta e hincha de fútbol Eduardo Galeano hizo hincapié, ya en los años noventa, en las consecuencias económicas de esta interacción:
La venta de los derechos para televisión es la veta que más rinde, dentro de la pródiga mina de las competencias internacionales, y la FIFA […] recibe la parte del león de lo que paga la pantalla chica. (2005, p. 169)
Este sistema está alimentado por las estructuras de las políticas deportivas y de medios en América Latina: miles de emisoras están inundando a las personas con información y entretenimiento, cultura y deporte. Pero solo unas pocas dominan el mercado continental. Poderosas empresas de medios privadas, que no solo tienen una densa red de estaciones de televisión, estaciones de radio y periódicos, sino que también suelen tener las mejores conexiones en política. Una transmisión pública con los órganos de supervisión adecuados prácticamente no existe, para ella no hay lugar entre la televisión comercial dura y los medios de propaganda del Estado. La influencia de estos últimos en el negocio del fútbol no debe subestimarse, como muestra bien un ejemplo de Argentina: Allí, la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, que gobernó entre 2007 y 2015, lanzó un programa en el que todos los hinchas podían seguir los partidos de la Primera División, de la copa nacional y de las competiciones internacionales de clubes con participación argentina en vivo y gratis. A cambio, la audiencia se vio inundada de propaganda progubernamental. Después de tres años, Fútbol para Todos había costado 4000 millones de pesos (actualmente USD 195 millones), incluidos los pagos a la AFA por los derechos de transmisión (Casar González, 9.12.2012).
Cuando el programa se suspendió, en 2017, probablemente le había costado al contribuyente argentino mucho más dinero. Aquí también hubo sobornos; al menos eso dijo el ex-CEO de un comercializador de derechos deportivos en una audiencia durante el proceso FIFA en Nueva York, cuando afirmó que dos personas a cargo de Fútbol para Todos habían recibido de su compañía USD 4 millones (Casar González y Mathus Ruiz, 14.11.2017). Uno de los dos acusados, el abogado argentino Jorge Delhon, unos días más tarde se arrojó delante de un tren en Buenos Aires.
Argentina también domina el negocio del fútbol en los medios privados: muchas radiodifusoras importantes y vendedores de derechos están activos en todo el continente y, con la excepción de Brasil, no tienen barreras idiomáticas. En cambio, influyen en el mercado desde México a Chile. Las sucursales hispanohablantes de las redes estadounidenses Fox Sports y ESPN tienen comentaristas predominantemente argentinos. Y no es raro que los reporteros deportivos trabajen incidentalmente como asesores de jugadores.
Si este poder económico, la falta de transparencia y las estructuras descontroladas de las asociaciones de fútbol se encuentran, la puerta a la corrupción está abierta. Esto demuestra el caso del expresidente de la Conmebol, el uruguayo Eugenio Figueredo, quien en el contexto del FIFAgate fue puesto bajo arresto domiciliario. Figueredo admitió, al fiscal que investigaba el caso, haber recibido de diversas fuentes cientos de miles de dólares para la asignación de derechos de emisión de TV. Pero la energía delictiva fue aún más lejos, dice el fiscal Juan Gómez.
[Figueredo] reconoce que al ser evidentes los manejos indebidos de dinero en la Confederación (Sudamericana de Fútbol), y por los contratos que esta firmaba, al asumir como presidente procuró legalizar (sic) la plata dulce (sic) que se repartían [en] una red de corrupción, que lamentablemente azotó al fútbol sudamericano, en impunidad que se ha mantenido durante décadas. («FIFAgate: Figueredo declaró…», 25.12.2015)
Como «legalización» entendió el exoficial de fútbol y exvendedor de coches Figueredo invertir los sobornos en inmuebles de lujo en California, Panamá y Uruguay. Cómo los millones negros pudieron pasar las autoridades sigue siendo un misterio.
El caso de Figueredo también arroja luz sobre los daños que causa la corrupción directamente al fútbol latinoamericano y a sus clubes, porque la comercialización de los torneos Conmebol siempre fue cedida a la misma compañía. En la víspera de la Navidad de 2013, siete clubes uruguayos y la Mutual de Jugadores Profesionales de Uruguay denunciaron a autoridades de la Asociación Uruguaya de Fútbol e incluso a Eugenio Figueredo. La demanda se retiró apresuradamente, después de que a los clubes se les dejó inequívocamente claro que, de lo contrario, se los excluiría de los torneos internacionales, lo que, por supuesto, les era financieramente lucrativo («FIFAgate: Figueredo declaró…», 25.12.2015). La amenaza vino del entonces director general de la Conmebol. Su padre, hoy en día suspendido de todos sus cargos, pero aún influyente, fue presidente de la Real Federación Española de Fútbol. Esto muestra qué dimensiones internacionales tiene el tema de la corrupción.
El fútbol de clubes de América Latina todavía está dominado con demasiada frecuencia por funcionarios corruptos y muy poco por jugadores talentosos. Pero lentamente crecen las fuerzas que podrían drenar el pantano. Por ejemplo, Romario de Souza Faria, legendario jugador de la selección brasileña y hoy senador, logró en 2015 que las acusaciones de corrupción en el fútbol fueran investigadas. Tales intentos siempre habían sido prevenidos en las décadas anteriores por los señores mayores de las asociaciones latinoamericanas. Pero Romario fue campeón del mundo y dispone de una gran credibilidad. Era más dificil comprarlo por funcionarios corruptos.
Bibliografía
GALEANO, Eduardo (2005). El fútbol al sol y sombra, 3.ª edición. Madrid: Siglo XXI.
«Havelange, Joao» (13.5.2017). Wikipedia.
«Korruption – Wie die Weltmeisterschaft nach Brasilien kam» (24.6.2013). Berliner Zeitung.
«Una foto en Buenos Aires, la prueba número 100 en el FIFAgate» (22.12.2017). Clarín.
VALDANO, Jorge (2006). El miedo escénico y otras hierbas, aqui citado por su edición alemana Über Fußball, Múnich: Bombus.