La perspicacia de Moreno en Ecuador
Jorge V. Ordenes-Lavadenz
El sufragio ecuatoriano del domingo 4 de febrero de 2018 bloqueó el retorno al poder de Rafael Correa, el dizque más preparado, vociferante e intenso sobrino del CELAC, UNASUR y el Pacto de San Pablo, que entre otras cosas se benefició de la dolarización de la economía ecuatoriana aunque su increíble habilidad para enemistarse con la empresa privada y sobre todo con la prensa de su país lo condujeron a la derrota más categórica de la historia del izquierdismo desaforado de América Latina. El 70 por ciento del voto, o dos de cada tres votos, rechazaron la reelección presidencial por más de dos periodos lo que no solamente fue un golpe a las pretensiones de Correa, sino que también fue un mensaje para el gobierno de Bolivia que insiste e incluso pugna contra viento y marea por desacreditar el 21F que también votó porque no vuelva a candidatear el señor Evo Morales. Nicolás Maduro también busca continuar en el poder de Venezuela tras seguramente ganar una elección con fecha de fines de abril de este año sobre todo porque está buscando que nadie más candidatee. Será que el poder no solamente embelese sino que descuida la responsabilidad de cómo queda uno ante la historia de millones de futuros humanos que juzgarán las decisiones de los de ahora. Será que ver de quedar bien ante la historia es cosa de unos cuantos.
Lenin Moreno, paraplégico desde que le dispararon en 1998, goza del 70% del apoyo popular, según Bloomberg News. En solamente diez meses de gobierno ha conseguido dialogar con empresarios, líderes de oposición y medios de difusión. También puso en vereda a gente corrupta incluyendo al vicepresidente Jorge Glas, un allegado de Correa que en diciembre fue declarado culpable de haber actuado ilícitamente en el asunto coimas financiadas por el brasileño Odebrecht. Lo de Glas resultó un verdadero campanazo ético que todavía resuena en los confines de Suramérica.
Correa gobernó diez años en los que todo parecía que se ganaba el apoyo de millones de ecuatorianos pobres con programas sociales y de salud que consolidaban su poder que por desgracia resultaría en la creciente explotación de recursos extractivos en territorios indígenas lo que gestó corrupción y desde luego descontento en la población. La semana pasada los manifestantes arrojaron pintura y desperdicios al vehículo de Correa en la ciudad de Quinindé. Este señor hizo lo que le dio la gana en una nación andina pobre que por fortuna, de las pocas, contó con un vicepresidente que en diez meses prácticamente ha deshilachado la fofa “revolución ciudadana” de Correa.
Urge mentar sobre todo la inteligencia política del Presidente Moreno que, conociendo la astucia y dedicación zurda de su (en su momento) presidente Correa, cabe recordar que navegó con él política y discretamente, sopesando error tras error populachero del jefe, hasta concluir, en algún momento, que sin el concurso de todos los ecuatorianos incluyendo la población indígena vilipendiada por Correa, la empresa e iniciativa privadas en general, el pueblo no saldría adelante y el país tampoco. Desde el momento que Moreno subió a la presidencia se vio que su perspicacia política había de salvar a Ecuador y con ello se daba un gran paso adicional hacia el rescate democrático de Latinoamérica. Recientemente la Unidad de Inteligencia de la revista The Economist calificó a Moreno como un político brillante añadiendo: “Nadie esperó que hiciese tanto en tan poco tiempo.”