La patria en llanto y sangre
Kluivert, de 14 años, salía de su liceo cuando una patrulla se le acercó. ¿Su arma? Una pañoleta del grupo scout al que pertenecía. Sabiendo como todo venezolano que los cuerpos armados no son de fiar, corrió a una casa vecina para guarecerse. El funcionario de la PNB, de 23 años, sin misericordia y sin mediar palabra, lo alcanzó con su arma y el niño cayó con un tiro en la cabeza. Dos chamos: la víctima y el verdugo. Ambos, hijos de la “revolución”, la del hombre nuevo, la de la policía humanista que ejecuta a sangre fría, con gatillo alegre, bajo la protección de un número siniestro, 8610.
8610, el número de la resolución del Ministerio de la Defensa que permite inconstitucionalmente a los cuerpos de seguridad del estado el uso indiscriminado de armas de fuego contra la población civil, sin que medie ninguna provocación salvo la corazonada del funcionario, transgrediendo cualquier convenio internacional sobre la materia.
Ese mismo ministerio que se cobija bajo los postulados del delirante plan de la patria con que el régimen pretende el equilibrio del universo, la paz planetaria, preservar la vida en el planeta y salvar a la especie humana, nada menos, mientras se junta con los impresentables totalitarismos del mundo que buscan la guerra universal, se destruye el medio ambiente, se mata a mansalva a nuestros propios niños y se deja actuar a la delincuencia para que nos mate a todos.
Una violencia que no tiene freno, porque aquí en Venezuela el crimen sí paga en ese inmenso 93% de impunidad en homicidios que nos ha colocado vergonzosamente como el segundo país más inseguro del planeta.
José Daniel, Julio Alejandro, Kluivert, Gerardo Gabriel, Jhon, Yamir, Luis, Rodrigo, Franklin, promediando unos 20 años, en menos de dos semanas suman sus nombres a una macabra lista de jóvenes asesinados en condiciones sospechosas, varios de ellos después de haber sido retenidos por cuerpos de seguridad, jóvenes que no han conocido otro sistema de gobierno que éste de destrucción, ruina y muerte.
Quisiera meterme en el corazón de sus padres para sentir con ellos la desolación de la ausencia definitiva de quien debió crecer, graduarse, casarse, tener hijos y estar allí cuando sus padres partieran de este mundo. No a la inversa. Pero por más que lo intento no puedo imaginarme ese dolor lacerante, eterno, que nunca los abandonará.
Se nos muere la patria con cada uno de ellos, jóvenes con sus vidas segadas cuando apenas se abrían a la vida, todo por un poder que hará cualquier cosa para mantenerse allí. Ya son legiones. Son los de esta semana, los del año pasado, los de tres lustros de represión sistemática, de estudiantes caídos, de seres que salieron de sus casas en la mañana a cumplir sus actividades regulares y ya no volvieron.
No es que la actuación de un uniformado escape a los lineamientos de la nueva policía humanista, como dijera una alta funcionaria del régimen, en busca de exculpar motivaciones. Porque al contrario, la política general es precisamente la represión despiadada, sintetizada en la malhadada resolución 8610. Es lo que estamos viendo y sintiendo. Allí están sus frutos: los muertos de hoy, de ayer, del último mes. Jóvenes, la mayoría de ellos, participando en protestas pacíficas para exigir un mejor país, ese país al que todos aspiramos y al que ellos, más que nadie, tenían derecho.
Quisiera hacer más de lo que hago. Pero sólo sé escribir para llevar a tantos padres, madres, hermanos, mi voz solidaria, para decirles que aquí estamos con ellos. La imagen del hermano de Kluiverth, semidesnudo, arrodillado frente al piquete de robocops que cuidan la morada y la humanidad del gobernador, exigiendo justicia por su hermano asesinado, nos simboliza a todos los habitantes de este sufrido país, pidiendo paz, reconciliación y vida para simplemente vivirla con nuestros seres queridos, disfrutando de las sonrisas infantiles, de las alegrías en pareja, de un baile, de una cena compartida con amigos, sin las angustias de esta barbarie que nos está carcomiendo como sociedad.
Es la hora del dolor de todos, por todo.