La nueva ola democratizadora de Venezuela
Uno de los grandes aportes al pensamiento político transicional, evolutivo y transcultural, lo encontramos en las famosas obras de Samuel P. Huntington. Desde las olas democratizadoras [Waves of democracy] hasta Choque de civilizaciones [Clash of Civilization], Huntington adopta una serie de variables “causa-efecto”, como factores de impacto social, político, cultural y geopolítico, determinantes en los procesos de evolución o involución democrática, decantación de poder, mutación de regímenes [autocráticos a democráticos o viceversa] y conflictos globales.
El caso venezolano es un ejemplo de involución democrática de la otrora democracia electoral e institucional, a un régimen autocrático y autoritario, caracterizado por la ausencia de separación de poderes, cooptación del derecho a elegir, deterioro social, desigualdad económica y debilidad institucional. ¿Cómo volver a la democracia? ¿Estamos en ese tránsito?
La república democrática venezolana [1958-1998] quedó en proceso de acomodo. Fue sustituida por un nuevo régimen autárquico, ausente de fisonomía política real. No es una ‘nueva república’ en términos ciudadanos, liberales y estado de derecho. ¿A dónde nos lleva este río profundo de represión, anomia y caos? ¿Estamos al filo de una nueva ola democratizadora en Venezuela? Demos un vistazo a ciertas tendencias históricas e indicadores sistémicos de metamorfosis de poder.
Las olas siempre orillan. Pero tienen que ser olas no tolvaneras
La primera ola democratizadora, según Huntington, tuvo lugar entre el siglo XIX y el año 1922, entre la revolución francesa y la marcha de Benito Mussolini a Roma. La llegada del fascismo [nacido de la izquierda radical] significó una sensible involución democrática. El principal factor de caída del fascismo en Italia [1943] fue la inminente derrota de la II Guerra Mundial, siendo el cese de la monarquía, el referéndum de 1946, donde por estrecho margen ganaron los republicanos, inspirados en ideales socialistas y comunistas contra el fascismo corporativo.
Las transiciones concluyen, cuando: i.-Se supera la violencia y abusos del pasado, para iniciar procesos auténticos de verdad, justicia y reparación; ii.- La sociedad alcanza un período de convivencia, apertura y cambio, y iii.- Se logra la consolidación de instituciones democráticas genuinas, desterrando las prácticas autoritarias y corruptas que provocaron la violencia y confrontación.
¿Vivimos en Venezuela una ola democratizadora? Juan Linz y Alfred Stepan, reconocidos investigadores de las transiciones políticas, han señalado que hablar de un proceso de consolidación democrática, es decir, de superación de la confrontación, la violencia y la autarquía, no sólo deben reunir condiciones normativas e institucionales propias de un régimen libre, competitivo y responsable, sino que debe haberse convertido además en «el único juego aceptable y aceptado por los ciudadanos y por los actores políticos (the only game in town)”. En Venezuela los actores de oposición han adoptado el juego democrático como el único juego aceptable y aceptado para salir del régimen. Sin embargo, elecciones justas como regla de oro para conseguir la metamorfosis, exhibe una dinámica visiblemente cuestionada.
Podríamos decir que existe una ola de democratización en Venezuela en pleno desarrollo. Un 85% de la población desea cambio. Y quiere lograrlo en las urnas, votando y eligiendo, como sucedió en las olas democratizadores posteriores a la II Guerra Mundial. La república democrática Italiana-por ejemplo-nace en 1946. Desde esa fecha, casi 80 años más tarde, han pasado más de 70 gobiernos. Portugal es otro caso de sucesiones militares post Salazar. La España posterior a Franco consigue su democracia mediante procesos constituyentes, reformistas y progresistas, basados en la papeleta. Y Europa del este-después de la caída del muro de Berlín-desmonta el bloque soviético sobre la base refrendaria.
Al decir de Huntington, el quiebre y caída de regímenes comunistas, autocráticos, estados corporativos, fascistas y/o totalitarios, sucumbieron sin tirar del gatillo, sin soltar una bala. ¿La razón? El único juego fue el ideal democrático y de cambio, que es libertad, apertura, prosperidad y convivencia en paz. Esa ola luce indetenible en Venezuela. Después de 25 años de autarquía y anarquía, la gente se planta por el rescate de la república y de un Estado liberal. El escamoteo electoral, no será el muro que contendrá “el agua”, la ola fluye, que avanza inexorablemente, que se mete y no retrocede, implacablemente. El cambio no lo lidera un hombre sino el tapón, el hartazgo.
Es importante alertar que la transición democrática no es secesionista. En Venezuela la abrumadora mayoría de la población, aun en crisis económica e elevada insatisfacción, se aferra a las instituciones y procedimientos democráticos para la renovación gubernamental. Nuestra maduración política y social nos ha llevado a entender que [la población] rechace alternativas de acción política antisistema o desestabilizadoras (Linz y Stepan, 2001). Si el interés colectivo de cambio es una salida política pacífica y participativa, la trampa electoral, apaga los cañones.
Es el caso de las revolución de los claveles de Portugal y la salida de Salazar; las protestas de octubre de 2000 en Yugoslavia y derrocamiento de Slobodan Milošević en Yugoslavia en 2000; la revolución de las rosas y la salida del poder de Eduard Shevardnadze en Georgia en 2003. La revolución naranja y elección de Víktor Yúshchenko en Ucrania en 2004; la revolución de los tulipanes y la salida del Gobierno de Askar Akáyev en Kirguistán en 2005. La revolución del Cedro y la salida de las fuerzas de Siria del Líbano en 2005. La revolución de los Jazmines y la salida del Gobierno de Zine Elle Abbedin en Túnez en 2010; la revolución del Nilo y la salida de Hosni Mubarak en Egipto en 2011; la revolución de las rosas y la salida del Gobierno de Ali Abdullah Saleh en Yemen en 2012; la revolución de terciopelo de Armenia y la salida del Gobierno de Serzh Sargsyan en 2018.
Si las elecciones no son libres, no son el único juego aceptable, una ola primaveral, un movimiento de movimientos, renacerá por el respeto al cambio elegido. Como se le plantó el Cholo Toledo a Fujimori, Bolivia a Evo o Venezuela a Chávez en el 2007.
¿Podrá lograrlo Edmundo? Un pacto de estado
Nos comenta Huntington: “La segunda ola democratizadora que se vivió en el planeta fue entre 1945 y la década de los sesenta, años durante los cuales surgieron treinta y seis democracias con el derrumbe de Estados fascistas, de gobiernos coloniales y de personalismos militaristas. La tercera ola, que tuvo lugar entre 1974 y 1990, se tradujo en el advenimiento de treinta y cinco democracias gracias al reemplazo o a la transformación de las anteriores autocracias (sistemas unipartidistas, regímenes militares y dictaduras personalistas)”.
Venezuela vivió las propias [olas democratizadoras]. La primera ola democratizadora vino con la declaración de la independencia en 1810 hasta la cosiata en 1830. La segunda ola la ubicamos desde 1936 [muerte de Gómez] a 1945 [trienio adeco]. La tercera ola de 1958 a 1998 [la democracia puntofijista]. Y la nueva [ola] que arrancó en el año 2018, con el desconocimiento del gobierno de Nicolas Maduro-producto de una elección inconstitucional-inspirada por una asamblea constituyente, ilegítima. Esta ola democratizadora comienza con la conformación de un gobierno interino que coloca como único juego aceptable sobre la mesa la consolidación democrática mediante elecciones libres. Surge el Acuerdo de Barbados…
El Acuerdo [Barbados] no es un hecho aislado. Se debe a un proceso previo de decantación política, sangre, lágrimas y asfalto, por el cambio. Ni María Corina, ni Edmundo ni todo el mundo, están donde están, sin Pernalete, Genesis Carmona, Bassil Da Costa, Roberto Redman, Marcel Pereira, Albert Rosales, Romney Tejera; más de 43 muertos en 2014, 163 en 2017, miles de heridos y desaparecidos, miles de perseguidos y exiliados, miles de presos políticos y millones de desplazados. Hoy el único y aceptable game in town es redimir en paz un país ungido de miseria, muerte, miedo y desolación. La ola democratizadora crece y no regresa.
La tercera ola identificada por Huntington es la más importante de los bloques o conjuntos de transiciones democráticas. En ella quedó evidenciada la inviabilidad económica y política del totalitarismo comunista. La «caída del Muro de Berlín», sin que mediara acción bélica alguna, puso de manifiesto que los intentos de planificación y de control centralizado de todas las actividades de una sociedad, en la que se suprimen las libertades económicas y políticas, se encuentran condenados al fracaso. La gradual apertura económica –aunque no política–de la República Popular China, iniciada en 1978 por Deng Xiaoping, ilustra la inoperancia de los regímenes totalitarios (Cf. Jordán y Grant, 1990).
El colapso del comunismo, su vocación represiva y cruel, fue denunciado por Nikita Kruschev. Purgas y represión generalizada de un régimen totalitario [el stalinista] cuyo culto a la personalidad [de Yósif Stalin], significó genocidio y barbarie. Las persecuciones y ejecuciones realizadas por el régimen genocida de Pol Pot en Camboya, que entre 1975 y 1979 aniquiló alrededor del 15 por ciento de la población de ese país (Cf. Robins y Post, 1997). Venezuela también colapsó. Han sido 25 años de hambruna, crueldad, éxodo y violencia de un Estado de terror, que abren paso a la transición inevitable.
El Embajador Edmundo González representa una oposición con actitud democrática. La vía legitimadora será la fuerza de una victoria electoral indiscutible e incuestionable. O lo contrario. La fuerza deslegitimadora será un fraude electoral. La gente sabe quién representa el cambio real. No son aquellos que no participaron en la primaria. No son aquellos que el pueblo sospecha, pactan con el régimen. La gente confía en aquel liderazgo que es compatible con una democracia moderna, liberal, propietaria, industriosa. Ese cambio lo personifica María Corina y el testigo lo tiene Edmundo González
La profundización democrática
De allí la importancia de prestar atención a modelos evolutivos como el propuesto por Andreas Schedler (2001). “De resultar exitosa esta fase evolutiva, a través de una votación universal, directa y transparente y de un escrutinio confiable […] se hace posible transitar hacia la democracia liberal, en la que se busca garantizar efectivamente los derechos civiles, políticos y humanos”. La profundización de esta forma democrática puede, a su vez, conducir a la estabilidad política, es decir, a una transición plausible.
Parafraseando a Schedler, a Linz y Stepan, existen factores de fragilidad, inestabilidad e incertidumbre capaces de erosionar la transición democrática y hacernos retroceder a etapas superadas. Una de ellas es la división política, la intolerancia, la búsqueda de salidas no institucionales, violentas y la incapacidad de celebrar pactos de gobernabilidad.
La llegada y auge de Hugo Chávez, fue un retroceso democrático. Chávez llegó al poder mediante elecciones y su era terminará por elecciones. El país demandaba una transición a la democracia liberal, a un proceso de redención social y política, impostergable.
Han sido 25 años de desinstitucionalización y confrontación. De pérdida de nuestra fibra cultural y nuestro tejido social. Hoy estamos a tiro de rescatarlo. Y ese anhelo de felicidad y reencuentro es el brío y el vigor de la nueva ola democratizadora de Venezuela.
@ovierablanco