La masacre de Charlie Hebdo
Hace ocho años, el siete de enero de 2015, un comando terrorista irrumpió en la sala de redacción del semanario Charlie Hebdo en París, donde se encontraban reunidos su director Stéphane Charbonnier con la plantilla de redactores y los populares caricaturistas Cabu y Wolinski, los doce periodistas fueron masacrados al grito de “Allahu-akbar” (Alá es el más grande), proferido entre ráfagas de kaláshnikovs. Al día siguiente, impactados por la noticia, los periodistas de todos los medios salimos a las calles de París junto a cientos de miles de franceses indignados por lo sucedido, como lo recoge el editorial de L’Echo: “No solo ha sido herida mortalmente la libertad de prensa sino los valores de la República”. Thierry Desjardins, director adjunto de Le Figaro escribió: “Los islamistas pretenden destruir la civilización occidental, la democracia, los derechos del hombre, la igualdad entre hombres y mujeres, el progreso como nosotros lo concebimos”. Francia aún no termina de comprender que la concepción de la Yihad o guerra santa del islam fundamentalista, en su guerra a muerte contra Occidente, considera enemigo e infiel a todo aquel que piense diferente a sus creencias asesinando incluso a su propia gente cuando desobedece sus dogmas y normas, como el horror de lo que actualmente les acontece a las mujeres y jóvenes en Irán.
Charlie Hebdo, ya había sufrido atentados y hostigamientos debido a su línea editorial que desde 1970 se caracteriza por un humor incisivo y una crítica mordaz hacia el gobierno de turno. Sus denuncias sobre corrupción han contado siempre con fuentes bien documentadas, por lo que presidentes, empresarios y políticos le temen. Ha sido mordaz e irreverente frente a la iglesia, los judíos, los extremistas de derecha y de izquierda, con especial desafío al islam radical, siendo sus icónicas caricaturas fuente de comentario en todos los bistrots y cafés de Francia.
Entre las caricaturas sobre el islam que supuestamente provocaron el ataque de ese día, se destacaba una en la que Mahoma, arrodillado y maniatado, está a punto de ser degollado por un encapuchado, a quien el profeta le dice: “Yo soy el Profeta, ¡idiota!”, a lo que el verdugo responde “¡Jódete, infiel!”, queriendo expresar con esto la psicopatía de los yihadistas que incluyen entre sus enemigos no solo a judíos y cristianos, sino a musulmanes que no aceptan la Sharía o Ley Islámica.
Una caricatura, más allá́ del humor, sea este cínico o irreverente, es en el fondo una reflexión inteligente sobre el acontecer de nuestra sociedad. El caricaturista, dotado de una visión aguda e incisiva, es el traductor de los sentimientos de indignación de la gente ante los abusos del poder o cualquier hecho cotidiano que cause malestar o sorpresa entre los ciudadanos. Eso no tiene cabida en la dogmática moral musulmana y sus equivalentes en Occidente como son el fascismo, el progresismo y el comunismo, en fin, es parte de una psicopatía política que busca destruir el derecho y la libertad de pensar. Es por eso por lo que Glucksmann se refiere al “terror como la última ratio de cualquier estrategia totalitaria” (André Glucksmann, Dostoïevski à Manhattan, 2001).
Yo soy Charlie
Volviendo a la terrible efeméride de hoy, pienso que, frente al mal y al silencio que este trata de imponer a sangre y fuego, el individuo es impulsado a afirmar su humanidad y su dignidad armado de palabras, de imágenes y de caricaturas, como un dictado infalible de su propia supervivencia espiritual, moral y cultural, con las que ejerce plenamente su libertad.
La portada de la edición de Charlie Hebdo del 14 de enero, a la semana siguiente de la masacre de su plantilla, muestra al profeta Mahoma con una lágrima en el ojo, sosteniendo un cartel que dice “Yo soy Charlie” y sobre su turbante, la frase “Todo está́ perdonado”. En su editorial y en el resto de las páginas, Charlie renació con su irreverencia de siempre, burlándose inteligentemente de los políticos y del islamismo radical. “Charlie, diario ateo, ha logrado lo que todos los santos reunidos no hubieran podido, el milagro de que las campanas de Notre Dame repicaran en su honor”, escribe Gérard Biard en su editorial, para luego exigir la profundización de la laicidad: “Ya sea por cobardía o cálculo electoral, si seguimos legitimando o tolerando el comunitarismo y el relativismo cultural, le abriremos el camino al totalitarismo religioso”. Entre caricaturas y chistes, denunciaban en forma contundente la ineficacia de las políticas de seguridad del gobierno de Hollande y de los gobiernos que lo han precedido para contener el auge del islamismo y la ambigüedad de los políticos, que por temor a perder votos entre los seis millones de musulmanes que habitan en Francia, han adoptado la estrategia del avestruz. Un ejemplo de esto fue la mentecata y tristemente célebre declaración de Hollande, luego de conocerse públicamente la identidad de los asesinos: “Ninguna relación con la religión musulmana” (Aucun rapport avec la religion musulmane). Ningún portavoz del gobierno pudo aclarar dicha frase, a sabiendas que los tres terroristas eran musulmanes y actuaron en nombre del integrismo sunita. El filósofo Alain Finkielkraut en declaraciones a Le Figaro, fustiga a los políticos que “insisten en buscar una justificación al odio contra Francia, de aquellos que maldicen una República que los recibe, que los acoge, que los instruye, que los apoya y cuida de su salud, el colmo de la ingratitud. Para comenzar a resolver la crisis de ‘vivir unidos’, se debe cesar de alimentar la excusa de la discriminación y de la exclusión, mientras los salafistas subvierten moral y jurídicamente los valores de la sociedad francesa”.
Ese número de Charlie Hebdo superó los 7 millones de ejemplares vendidos. Las ediciones de los principales diarios franceses, que en un día normal podían vender 600.000 ejemplares, al día siguiente de los sucesos ascendieron a un millón de ejemplares. La coyuntura hizo que la edición de Le Canard enchainé, otro semanal satírico fundado en 1914, vendiera un millón de ejemplares esa semana, Le Figaro tuvo un aumento de 134% y Le Monde de 175%. Los ciudadanos buscaban respuestas a su incertidumbre en el periodismo de fondo.
Quien realizó el diseño de la portada fue Luz, uno de los sobrevivientes de la masacre, comprometiéndose públicamente a seguir enfrentándose a la “oscurantofobia”. En las sucesivas entrevistas sobre el contenido de este número, se ha negado a revelar las motivaciones que lo llevaron a diagramar la primera plana, “Tenía muchas ideas, por ejemplo, pensé en una caricatura que mostraba los dos jihadistas que perpetraron la masacre, llegando al cielo y preguntando por las 70 vírgenes y un coro celestial que proviene de una nube donde se observa una fiesta de los caricaturistas asesinados, les responde: “¡con el equipo de Charlie, pendejos!”. Sin embargo, se decidió por esa del perdón argumentando que fue un “diseño catártico para desbloquearme luego de los sucesos”, confesando que rompió en llanto al terminar el boceto.
Mane, Tekel, Parsin
Sabemos que sin el arrepentimiento no tiene sentido el perdón. El acto de perdonar no tiene sentido si el culpable no lo expresa. Sobre la portada y la frase “Todo está perdonado”, Jacques-Alain Miller, psicoanalista lacaniano, lo interpretó de manera premonitoria para Francia: “(…) Sin declaración de causa, como de la nada, como Mane, Tekel, Parsin. Es hermosa (la frase) pero es una ilusión cristiana pretender que el islam proceda a arrepentirse”. Para entender la críptica frase de Miller, hay que remontarse a la pintura de Rembrandt (1635) La fiesta de Baltazar, que captura en forma magistral la expresión de miedo del rey ante la sorprendente aparición de las palabras Mane, Tekel, Parsin, escritas por la mano de Dios en una de las paredes de su palacio. Es una expresión que denota una desgracia inminente y hace referencia al pasaje bíblico del libro de Daniel, en el cual profetiza la invasión y caída de Babilonia luego de interpretar lo premonitorio de su significado y la inminente catástrofe que se avecinaba.
La historia ha comprobado que la religión es un elemento movilizador más eficaz que el nacionalismo. La noción de “choque de civilizaciones” ideada por Toynbee y popularizada por Huntington (Samuel Huntington, The Clash of Civilizations, New York, 1996), está siendo alimentada por la variable de la guerra religiosa dentro de la concepción de la Yihad o guerra santa contra los infieles, que pretende la creación de un califato mundial. La decapitación en 2020 al grito de Allāh-akbar del maestro Samuel Paty frente a los alumnos de su escuela en los suburbios de París, sumados a las terribles masacres de años anteriores en Francia, son apenas muestras de la escalada de violencia organizada en la mundialización de la Yihad, con el propósito de desatar los demonios de una guerra de religiones. Según Toynbee, las guerras religiosas son el punto de quiebre de los sistemas: “Significativamente las líneas de fractura entre civilizaciones son casi todas religiosas. Son los primeros empujones que una civilización le da a otra, la que a su vez responde de la misma forma y así sucesivamente hasta que una de ellas termina paralizada o derrotada” (Arnold Toynbee, Guerre et civilisation, Gallimard, 1962).
Los extremos del integrismo Chiita y del extremismo sunita se unen al beber de la misma fuente, el Corán, interpretándolo a su manera ambas facciones desean destruir la cultura y civilizaciones occidentales. En los últimos años, Francia ha sido el blanco de cruentos atentados yihadistas, siendo asimismo el escenario de una temeraria relación de la extrema izquierda con el islamismo. Los que no piensen como los extremistas de izquierda son unos ‘fascistas’, ‘ultraderechistas’, ‘racistas’, ‘islamofóbicos’, amén de guardar un silencio cómplice ante los ataques terroristas en su propio país. Para Pascal Bruckner, el odio a Israel, el apoyo a la causa palestina dirigida por los terroristas de Hamas y la complicidad o colaboracionismo con el islamismo radical, se han convertido en símbolo de la nueva ‘lucha de liberación’: “Después de la caída del Muro de Berlín, el pensamiento de izquierda, huérfano de ideales, ha encontrado en el islam un substituto a la idea del ‘proletariado’ y un ‘modelo revolucionario’. Pero, además, el carácter antioccidental del islam les procura el aura de una religión del Tercer Mundo” (Pascal Bruckner, Un racisme imaginaire, 2017). Pierre Vermeren, historiador de la descolonización de Argelia, también hace sentir su voz, al escribir sobre la “política del avestruz” de los dirigentes franceses: “El caso francés, después de los atentados de Mehra en marzo de 2012 (joven musulmán francés de origen magrebí que asesinó uno a uno a niños judíos en un kínder disparándoles a la cabeza), ilustra la exitosa estrategia de los terroristas: islamización y conversión, radicalización religiosa previa al paso a la acción, banalización del crimen y del horror, frivolidad de la élites mediáticas y de los notables, compasión y cultura de la excusa de parte de sociólogos mediatizados, cobardía de la élites políticas” (Pierre Vermeren, Face au terrorisme, il faut arrêter la politique de l’autruche, Le Figaro, 20.08.2017).
En Occidente, especialmente en Francia, proliferan los idiotas útiles de izquierda transformados en colaboracionistas del islamismo radical, incluyendo a “dirigentes” democráticos que continúan alimentando el buenismo y mostrando la otra mejilla, el populismo de dos caras frente a la inmigración y la política del avestruz ante el auge del islamismo, sin comprender que al religioso fanatizado es imposible llevarlo al terreno de diálogo y de la negociación, es como intentar convencer con argumentos filosóficos y humanistas al verdugo que ya alzó el hacha para decapitarte. Para Francia, como para cualquier otro país occidental, se plantea de nuevo el dilema que Churchill resolvió al afirmar: “Nunca debes intentar pactar con los que te han declarado la guerra”.