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La locura del miedo

La locura no es cosa sencilla, ni extraña, es más habitual de lo que parece y no todos los locos están en los manicomios.  La edad, por supuesto, con lo del Alzheimer y otras distracciones, enloquece, pero también una situación impactante pero no prevista y especialmente no deseada, el famoso mal de amores porque también de amar y no ser correspondido se puede enloquecer uno, o por la pérdida de esperanzas, o por la caída económica, por ejemplo, el darse cuenta que por cualquier causa, sea error propio o no, mañana ya no se tendrá lo que siempre se tuvo o por lo cual se luchó con empeño y esperanza.

Puede un día uno amanecer y darse cuenta de que lo mucho deseado ya no es posible, o de que se han venido poniendo esfuerzos e ilusiones en metas demasiado lejanas. O que nos asalte cualquier anochecer un ataque de conciencia y entendamos –estos descubrimientos suelen caernos encima como rocas aplastantes, como el techo o la pared que sepulta a cualquier víctima de terremoto o derrumbe- que la meta en la cual estuvimos empeñados muchos años es simplemente imposible o, aún peor, totalmente equivocada. O, aún más grave, sin sentido.

Es como ilusionarse toda la vida con casarse con una virgen, encontrarse un día y ganarse el amor de una chica dulce, de expresión ingenua y misa dominical, y comprender en la primera noche que la que parecía virginal en realidad es una veterana sexual. Peor si es noche de bodas después de firmar un pacto con proyección definitiva. O tomar la decisión, cuando se lucha en la Universidad, por ingresar en una empresa modélica, redoblar los esfuerzos, conquistar conocimientos y las mejores calificaciones, ser finalmente contratado por la compañía objeto de nuestras ilusiones de carrera y destino, para comprobar, una vez dentro, que es una aglomeración de envidias, fracasos y mentiras, y que los grandes ejecutivos no son más que buenos adulantes. Pasa en cualquier agrupación de personas, partidos políticos y cuerpos militares incluídos.

Porque la locura no es necesariamente hablar solo o ver fantasmas o imaginar extraterrestres, ni siquiera aferrar un garrote y empezar a golpear a cuanto individuo malinterprete uno. Darse golpes en la cabeza contra la pared es locura pero producto de la estupidez porque nada resuelven y en cambio duelen mucho, además de manchar las paredes.

Puede que la locura sea un proceso y por eso existen psicólogos y psiquiatras, pero también, creo sin ser experto en mentalidades, un rompimiento súbito como un derrame cerebral o un infarto de los llamados fulminantes. Pero en el alma y la esperanza.

Uno de los grandes causantes de la locura puede ser el miedo, una sensación demasiado elástica que puede llevarnos a grandes heroísmos que ni de lejos se nos ocurrirían en circunstancias normales, o al suicidio –que es al mismo tiempo cobardía ante la vida y heroísmo ante Dios, a quien se reta al quitarse uno la vida, dicen que para matarse hay que estar loco. Pero, ¿puede el Creador ser tan intolerante para sepultar en los infiernos a quien pierde todo raciocinio ante un desastre personal?

Es la eterna pregunta, ¿fue condenado a los infiernos el cobrador de impuestos Judas Iscariote por entregar a sus esbirros al Hijo de Dios o sólo víctima él mismo de un destino que no buscó? ¿Se colgó de un árbol por ser un mal tipo, un traidor, o por sentirse abrumado por la culpa de llevar a la tortura y a la muerte a un inocente víctima de miedos políticos de algunos dirigentes incapaces de ejercer correctamente sus responsabilidades? No se suicidó Pilatos, el ejecutor, sino Judas, el delator. ¿De verdad entregó Judas a Jesús por treinta monedas de mierda o sinceramente nunca entendió el mensaje de humildad de Jesús y creyó que reaccionaría como rey y como Hijo de Dios ante las espadas de los guardias –que en esa época no eran nacionales sino del Sanedrín- y llamaría a sus ángeles y arcángeles a masacrar a los guardias que cumplían órdenes y los usaría después para echar a mandoblazos a los romanos represores de los judíos? ¿Se ahorcó Judas por no poder tolerar el peso infinito de la culpa de ser el entregador del Hijo de Dios, o por no aceptar el destino con el cual fue marcado?

Lo cual nos lleva a la eterna pregunta sin respuesta, ¿enloqueció Judas ante la magnitud de su pecado y la excesiva crueldad de los romanos y esa locura lo llevó al suicidio, o ya estaba loco y por eso traicionó a su maestro y amigo y después se colgó del cuello hasta morir? ¿Cómo puede pensar nadie que crea en Dios que al matarse a sí mismo evadirá el reclamo eterno del Creador?

Otra pregunta sería si para ser mala persona hay que enloquecer primero, si la codicia, los rencores y los maltratos enloquecen al niño  ingenuo y puro del cual hablaba Rousseau y forman al criminal que luego robará, engañará, asesinará. No es ésta cosa tan sencilla, sin duda son muchos los hombres y mujeres honestos, cumplidores e incluso económica y socialmente exitosos que comenzaron siendo muy pobres y encima creciendo y formándose en ambientes terribles.

Pero sin duda es cierto que el miedo a perder algo –un amor, una posición, dinero, poder- puede llevar a cualquiera a torcimientos, infartos de conducta y de principios, y a emprender caminos equivocados que aparecen con mucha luz pero que inevitablemente conducen a oscuridades y abismos ocultos.

Sucede con las personas, también con los gobiernos.

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