La libertad de expresión bajo el asedio de “los fundamentalismos del Siglo XXI”
“Los fundamentalismos del Siglo XXI” no son iguales, ni siquiera parecidos, pero no hay dudas que comparten una pasión que es como su huella dactilar, la prueba que dejan de los desafueros donde, por lo general, siembran la muerte, el terror o el silencio: es su odio a la libertad de expresión, y la decisión de destruirla en cualquiera de sus expresiones, pues están convencidos que, donde haya hombres y mujeres libres, es imposible que germine su mensaje árido, pútrido y seco.
Y tras este objetivo, es indiferente que estén instalados en los desiertos del Cercano, Medio o Lejano Oriente, o en las selvas, llanos y cordilleras sudamericanas, o en los cómodos butacones de estados neototalitarios que, desde Managua, Caracas, Quito, La Paz o Buenos Aires, activan la censura casi con la única misión de que no se conozcan las corruptelas, incompetencias y violaciones masivas de los derechos humanos de sus regímenes con vocación vitalicia y dinástica.
Pueden llamarse, entonces, “Estado Islámico”, Al Qaeda, FARC, ELN, “Guerreros Unidos”, carteles de Tijuana o Sinaloa, imperio ruso o república china, revoluciones cubana y nordcoreana o “Socialismos del Siglo XXI”, pues, en cualquiera de estas denominaciones, no perderán segundos para que periodistas y editores sean asesinados, o medios impresos, televisoras y emisoras desaparezcan o sean de ellos y solo de ellos.
Los recientes asesinatos en París de cuatro caricaturistas del semanario satírico “Charlie Hebdo” (Stephane Charbonnier, “Charb”; Jean Cabut, “Cabu”; Georges Volinki; y Bernard Verlhac, “Tignous”) y siete de sus compañeros de redacción por un comando del “Estado Islámico” o de Al Qaeda, es la última, sangrienta, escalofriante y perturbadora prueba de hasta dónde puede llegar la barbarie de los fundamentalismos.
Pero no se piense que es la única de cuantas han estremecido la opinión mundial en los últimos meses, pues en el semestre final del 2014, el planeta se enteró con horror de brutales decapitaciones públicas de comunicadores, como las de los reporteros autónomos británicos, James Foley y Steven Sotloff a manos de militantes del autoproclamado “Estado Islámico”.
Hubo mucha violencia en el mundo contra el periodismo y los periodistas durante el año pasado, como que, “Al menos 118 periodistas murieron en ataques con bomba o incidentes de fuego cruzado en el 2014 y Pakistán es el país más peligroso y riesgoso para la profesión”, según un informe de la Federación Internacional de Periodistas (FIP).
En su 24ª lista anual la FIP califica a la región Asia Pacífico por segundo año consecutivo como la más peligrosa, con un total de 35 periodistas muertos, entre ellos el corresponsal de la AFP en Kabul, Sardar Ahmad, víctima de un ataque en un hotel de la capital afgana en el que murieron su esposa y dos de sus tres hijos menores de edad.
Le sigue Oriente Medio con 31 fallecidos, América con 26, África con 17 y Europa con 9. Pakistán, con 14 periodistas muertos, y Siria, con 12, son los dos países más peligrosos del mundo para ejercer la profesión.
«En América Latina 25 reporteros murieron en hechos de violencia registrados en Brasil, Colombia, República Dominicana, Honduras, México, Paraguay y Perú”.
Sin embargo, la que nos interesa destacar es la violencia desatada “por el régimen de terror del crimen organizado, que en países como Honduras y México produjo un total de 11 periodistas asesinados”
“En esos dos países, muchos periodistas pagan con su vida por informar sobre sucesos tales como la corrupción o el tráfico de drogas», añade la FIP que extrae esta conclusión de la misión que llevó a cabo en septiembre en el estado mexicano de Guerrero, «una de las áreas más violentas de México», con el propósito de «alertar a las autoridades de la necesidad de una acción drástica para proteger a los periodistas locales».
Pero en eso en cuanto a periodistas asesinados “con ataques de bombas o incidentes de fuego cruzado”, o simplemente por la acción de comandos del “Estado Islámico”, Al Qaeda, las FARC, los carteles de la droga, o el terrorismo de estado de los regímenes de Rusia, Bielorrusia, Irán, Siria o Irán, porque en lo que se refiere a la acción de no matar periodistas, sino medios, ese récord lo está batiendo la dictadura neototalitaria de Nicolás Maduro en Venezuela.
Al efecto, es bueno subrayar que Maduro no está cerrando medios impresos, ni radioeléctricos a la usanza de los viejos totalitarismos que, simplemente, enviaban pelotones de soldados a bajarles la Santamaría y conducir a las cárceles y cámaras de tortura a sus dueños, redactores y anclas, sino, a los primeros, negándoles dólares para que no puedan proveerse de papel, y a los segundos, forzando a sus propietarios a venderlos a agentes del gobierno que proceden a despedir a los periodistas de oposición y a sustituirlos por burócratas que siguen la línea oficial.
Así desaparecieron hasta 100 diarios el año pasado en toda Venezuela, y en la capital, Caracas, de seis grandes diarios nacionales, dos (los de mayor circulación) cambiaron de dueños y se convirtieron en oficialistas, dos están siendo presionados y forzados a vender, y apenas, dos, se mantienen independientes y de oposición.
En cuanto a la televisión, puede asegurarse que la escabechina ha sido más profunda y devastadora, pues de cinco canales independientes que existían cuando comenzó Chávez en 1998, tres fueron presionados para que se adscribieran a la línea oficial, a uno no se le renovó la licencia y fue obligado a cerrar, y el sobreviviente que era un canal de cable pero de oposición, fue comprado por agentes del gobierno de Maduro y transformado en órgano del dictador y sus políticas.
En lo que se refiere a las emisoras de radio, apenas sobreviven unas pocas, pero boicoteadas y asfixiadas y en espera de que en algún momento tengan que silenciar sus transmisores.
En otras palabras que, desde el poder de un estado, y valiéndose de argucias, algunas veces seudolegales, y otras simplemente autoritarias, el “fundamentalismo del Siglo XXI” que encarnan Nicolás Maduro y su revolución, también se proponen los objetivos de los integristas del “Estado Islámico”, de Al Qaeda y de las bandas del narcotráfico y la delincuencia organizada, pero solo que de una manera más solapada, menos ruidosa y menos sangrienta.
Pero estableciendo y logrando el estrangulamiento de las voces disidentes, para solo dejar oír el vozarrón de este disparatero que completa cabalmente la obra de la destrucción de Venezuela que dejó pendiente Chávez o una propaganda oficial que trata de convencer a los venezolanos de que no hay inflación, desabastecimiento, violencia y vivimos en el mejor de los mundos posibles.
Maduro, sin embargo, no es el único “fundamentalista Siglo XXI” que en Sudamérica la ha emprendido contra la libertad de expresión y con el ánimo de hacerla desaparecer, sino que en Ecuador, Rafael Correa, lleva seis años desapareciendo medios y multando y encarcelando periodistas y confesando de manera pública y abierta que no tolera la libertad de expresión y que no descansará hasta verla reducida a su mínima expresión.
Sinceridad que no forma parte del estilo de Cristina Kirchner, presidenta argentina que emprendió una guerra contra la familia propietaria del grupo de medios “Clarín”, a quienes, incluso, acusó en los tribunales de haber adoptado a sus hijos legítimos de una pareja desaparecida durante la monstruosa dictadura del general, Videla.
Casos, historias y expedientes de la más diversa índole, con argumentos de disímiles facturas, pero que en todos está la presencia y el furor de “los fundamentalismos del Siglo XXI” contra los hombres y mujeres libres de todo el planeta.