La Ley Campoamor
Desde mi segundo año de bachillerato —en un tiempo en el cual se enseñaba de verdad Literatura— me aprendí una redondilla que casi todo el mundo sabe recitar; es aquello de: “En este mundo traidor / nada es verdad ni mentira / todo es según el color / del cristal con que se mira”. Ella devino en una especie de teoría de la relatividad que fue expuesta varios años antes de que Einstein expresara la suya. Tal cuarteta ha llegado a ser conocida con el nombre que puse en el título en reconocimiento a su autor: Ramón de Campoamor, un español que murió un año antes de que don Alberto dijera lo suyo y le enmendara la plana a Newton.
Esta metáfora va en dirección contraria a lo que explicaba Calderón de la Barca en el título de una de sus obras: “En esta vida todo es verdad y todo mentira”. Y, lo peor es que ambos tienen razón. En todo caso, ambos apotegmas les caen que ni de perlas al régimen que nos ha tocado padecer por larguísimos diecisiete años. Porque todo lo retuercen para hacernos creer que sus diarias arbitrariedades son decisiones consultadas, consensuadas y justas; que los “dictámenes” que evacua (en ambos sentidos del término) la Sala Inconstitucional son sentencias justas; que todo lo que hacen es por amor a los pobres, y que no han podido hacer más por culpa del maligno contubernio que hay entre nosotros, cuerda de escuálidos traidores, y el imperio meesmo.
Los jueces de las dos instancias a las que se ha visto sometido Leopoldo juran (por lo menos de los labios hacia afuera) que están impartiendo justicia cuando interpretan la norma, aprecian los hechos y aplican el código a su albedrío —que no es, ni con mucho, coincidente con lo que es la interpretación impecable, haciendo uso de la recta razón, ni siquiera de lo que es comúnmente aceptado. Pero es que otro poeta español, Quevedo, explicó que “poderoso caballero es don Dinero”…
Nicky y sus “entendidos” en materia económica nos juran que han subido cuatro veces el sueldo en un año. Y “Últimas Noticias”, como siempre, le hace el juego al titular el domingo: “El ingreso mínimo ha subido 296,7%”. ¡Mentira! Cada día más que pase con esta gente en Miraflores, nos hará más pobres. Siguen en su tozudez de repetir hasta el cansancio la misma fórmula populista: aumentos de salarios, controles de precios, estatización de empresas y prohibición de despidos. Eso, más los latrocinios que caracterizan a esta administración, es lo que tiene quebrado al país. Por eso mismo es que tienen que seguir imprimiendo dinero inorgánico (cada vez con mayor velocidad) y haciendo creer que están dándoles más poder adquisitivo a los pobres.
¿Cómo hacerles saber a las masas que ese “aumento” no significará sino más inflación y más desempleo? No es fácil por algo que recientemente nos traía a la memoria Manuel Barreto Hernaiz, un querido amigo y excelente escritor: “Vaclav Havel, el dramaturgo devenido en líder de la Revolución de Terciopelo checa, puntualizaba que los regímenes totalitarios tienden a fabricar una realidad virtual que se auto-perpetúa en base al goebbeliano mantra de ‘la mentira repetida mil veces que se convierte en verdad’». Pero hay ingenuos que siguen creyendo el discurso rojo-rojito. Quizás es por aquello de agarrarse de un clavo ardiendo: “me están prometiendo una casa desde que llegaron y no me la han dado, pero, ¿y si ahora sí me cumplen?” Pobrecitos. Aunque, la verdad sea dicha, cada vez son menos.
Los hermanitos Faría, siguiendo la última estrofa de la redondilla ya citada, se ponen sendas gafas de Pangloss, y tratan de aplicar las mismas medidas que ya fracasaron en su añorada Unión Soviética. Y en China. Y en Vietnam. Pero juran que ahora sí van a dar resultado. Es como ponerle rejas a la sabana. Y logran lo contrario: el “hombre nuevo” se volvió bachaquero. Porque todo el mundo desea progresar en lo económico y en lo social. Y eso se logra, no con carné del partido, ni bolsitas CLAP regaladas, sino con el esfuerzo y el sacrificio. Y con la obtención de algún basamento económico. Por eso es que ese “hombre nuevo” comercia con agallas inmensas, inmisericorde en su vecindad. ¡Ese sí es un pichón de capitalista salvaje! Pero los hermanitos Faría —su padre, comunista como estos, pero que era hombre serio y honrado, debe estar avergonzado de su prole rígida e inútil— siguen denostando de los empresarios como si los de hoy fuesen los del siglo XIX. La verdad verdadera es que nuestros gerentes están angustiados por las dificultades para obtener insumos y por los excesivos controles oficiales; pero más preocupados están por sus empleados y obreros. Me dicen dos amigos, capitanes de industria, que dedican más tiempo, más desvelos, buscando sustento para los que laboran en sus empresas que en hacer alta gerencia. Porque saben que muchos de ellos llegaron a sus puestos de trabajo sin haber desayunado.
Mientras tanto desde el palacio, Platanote se pone sus anteojos rosáceos y jura que se la está comiendo. Claro, él nunca supo quién era Segismundo: “Sueña el rey que es rey, y vive / con este engaño mandando, / disponiendo y gobernando; / y este aplauso, que recibe / prestado, en el viento escribe…”