La lección
Del tiempo de mis estudios de primaria elemental recuerdo las lecciones aprendidas, memorizadas y luego repetidas al maestro, como prueba inequívoca de que la tarea pautada el día anterior para ser realizada en la casa, había sido cumplida. Muchos años después, se comenzó a cuestionar esas prácticas y hasta poner en entredicho el desarrollo de la memoria como contrapuesta a la inteligencia, es decir, al comprender y al entender, como si fuera posible esa función sin estar precedida del aporte de la memoria que consiste en retener, o dicho de modo más sencillo, recordar.
Desde luego que, como en toda aproximación a la verdad, lo que se pretendía establecer no era que la comprensión se contraponía a la retención, sino que lo que la memoria guardaba para que resultara útil era indispensable que se lo comprendiera. Lo contrario sería el remedo del loro, que puede resultar gracioso pero no útil.
Cuando el remedo ni siquiera es la graciosa obra del loro que el amo adiestra para que conteste el teléfono “aló, quien llama”, sino es todo un coro de voces que repiten los mismo, como las focas cuando aplauden, lo que tenemos por delante no son las lecciones aprendidas, memorizadas y repetidas por los niños al maestro, sino el abandono de lo que caracteriza nuestra humana condición, la de animales racionales.
Cesa la capacidad de reflexión y podemos oír una y otra y otra vez las mismas frases, los mismos argumentos, que ojalá lo fueran, porque en realidad lo que escuchamos son los mismos estribillos, los mismos preconceptos, en fin, las mismas fantasías que sirven de fundamento a quienes confunden la realidad con la creación de su imaginación.
En ese estado se encuentra el embajador Valero, sus convicciones son la realidad. Unos estudiantes manifestando en febrero del año 2014 son los perpetradores de un intento de golpe de estado, que los convierte además en traidores a la patria, porque ellos encarnan la patria, perpetradores de homicidios, que se extreman a magnicidio, acompañado de delitos menores: incendio, destrucción de propiedad pública, perturbación del orden, en fin, en empeños delictuales de tal calibre que solo una imaginación estimulada por el miedo es capaz de ver en actos que en cualquier otro país democrático forman parte de la cotidianidad. En el nuestro es al revés. El embajador Valero y el usurpador también, repiten la lección. Se la saben de memoria.