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La izquierda en la encrucijada: renovarse o morir

A Isabel Allende Bussi
@iallendebussi

La muerte de Hugo Chávez, la profunda crisis en que se ha sumido el chavismo, particularmente en Venezuela desde la imposición de Nicolás Maduro y la drástica caída de los precios del petróleo,  la pérdida de recursos estratégicos que ello supone para el gobierno cubano, el refortalecimiento de los Estados Unidos en la política mundial y la iniciativa Obama de acercamiento a Cuba y el desbloqueo de las relaciones constituyen el marco de referencia de un nuevo ciclo para la izquierda latinoamericana agrupada en el Foro de Sao Paulo, fundado por Fidel Castro y Lula da Silva en 1992.  Se cierran dos décadas de avances, copamiento institucional, conquista de gobiernos y control de la región en la OEA y todas las instancias multinacionales, desde el ALBA hasta UNASUR. Soplan dramáticos vientos de cambio. Este nuevo embate revolucionario, llegado en los 90’s del  brazos el golpismo militarista venezolano,  está muerto. Mientras lo que resta de lo que un día fuera la revolución cubana, agoniza. La Historia está dando vuelta a esa página.

La pérdida de respaldo popular y la profunda crisis económica y social que afecta a la joya de la Corona de las izquierdas reales, Venezuela, amenaza con la debacle: Maduro se sostiene a duras penas en el poder. Lo sigue manteniendo a pesar de todo, gracias al respaldo militar, policial y represivo de la tiranía cubana, que lo controla. Y favorecido internamente por la desgraciada desunión de los factores de la oposición democrática. La radicalización intentada  a control remoto desde La Habana y la denodada oposición encontrada en las filas opositoras más consecuentes, se han saldado con más represión, más persecución, más cárcel y más  violencia desde el ejecutivo. A la oleada de asesinatos cometidos por el ejército, la policía y los organismos parapoliciales del régimen – los llamados colectivos – en respuesta a las protestas estudiantiles que sacudieran al país durante todo el año 2014 y parte del 2015, se sucedieron la detención ilegal y el encarcelamiento arbitrario de dos de los más destacados líderes opositores: Leopoldo López, que ya cumple más de un año en prisión, y el Alcalde Metropolitano Antonio Ledezma, detenido desde el 18 de febrero de 2015 y recientemente internado en una clínica para someterlo a una intervención quirúrgica tras el agravamiento en la cárcel de su frágil estado de salud.

Pero el saldo de esas movilizaciones, esos asesinatos y esos encarcelamientos ha arrastrado el parapeto de la satrapía al borde del abismo. A mediados de 2014 el mundo fue conmovido por la ola represiva del gobierno, que ya no pudo seguir escudándose tras la mascarada democrática. Periodistas, intelectuales, políticos, gobiernos e incluso el estrellato hollywoodense alzaron su indignación contra la dictadura de Nicolás Maduro. Que sólo pudo ser rescatado del desastre por la inmediata movilización ordenada desde La Habana de todos los gobiernos controlados por la UNASUR y el Foro de Sao Paulo que corrieron a Caracas a terciar en unos diálogos sin otro propósito que deslegitimar y paralizar las protestas, diálogo que sólo pudo sostenerse por la colaboración de la oposición oficialista. Y que logró, a medias, sus objetivos desmovilizadores. Pues la protesta continuó, con saldos estremecedores: el asesinato a mansalva, con ensañamiento y alevosía de un liceano de 14 años y el encarcelamiento del Alcalde Metropolitano en febrero de 2015, a un año del inicio de la ola movilizadora convocada por la llamada SALIDA, volvieron a encender la movilización popular y la denuncia internacional, siempre bajo el protagonismo de los sectores opositores encabezados por María Corina Machado, Leopoldo López y Antonio Ledezma.

La oposición vivida en Venezuela en estos últimos dos años ha sido obra de esos tres factores. Cuya mayor proeza ha sido lograr el respaldo de 36 ex presidentes de la república de América Latina y de España y el pronunciamiento categórico de los más importantes parlamentarios de la región exigiendo la inmediata liberación de nuestros presos políticos. Dicha proeza ha sido obra de dos mujeres incansables, insobornables e incorruptibles: Lilian Tintori y Mitzi Capriles, esposas de Leopoldo López y de Antonio Ledezma. Que han logrado obtener, justo es reconocerlo y alabarlo, el respaldo generoso y solidario de la dirección de la MUD y, en particular, de su Secretario General, Jesús Chuo Torrealba. Una obra de alta ingeniería política, de cuyo éxito podría depender el futuro de la Venezuela democrática. Sin la unidad de todas las fuerzas opositoras, la salida es impensable.

Este dramático proceso de internacionalización del conflicto venezolano, presente en las principales preocupaciones de todas las cancillerías de América Latina, de Canadá y los Estados Unidos, de España y de Europa ha provocado un inocultable quiebre de las izquierdas en América Latina y España. Valores trascendentales propios de las más legítimas aspiraciones de las izquierdas y sus movimientos sociales, como la defensa de los derechos humanos y el respeto a la institucionalidad democrática, se han visto trágicamente cuestionados por la solidaridad automática con un gobierno supuestamente de izquierdas, lo que es perfectamente cuestionable, que lleva dieciséis años violándolos. Dejando de manifiesto intereses espurios, dependencias económicas, pagos de favores, tozudez ideológica, corrupción y traición a los principios fundacionales de los movimientos populares.

El caso Venezuela ha puesto de manifiesto que tras la ambición de poder del Foro de Sao Paulo se escondía la crisis de unas izquierdas corrompidas, corrupción que revienta en el rostro de sus pueblos tras el control de sus gobiernos por los próceres de dichas izquierdas de una manera brutal y descarnada, como lo demuestran el caso PETROBRAS, en Brasil, el asesinato del fiscal Nisman y el encubrimiento al terrorismo iraní en Argentina y los negociados de la familia Bachelet y el financiamiento de los partidos en Chile. ¿Es imaginable que los servicios de inteligencia de todos los gobiernos solidarios con la dictadura venezolana desconozcan el papel del gobierno Maduro en el manejo del narcotráfico, el respaldo al terrorismo musulmán, la connivencia del gobierno venezolano con las FARC, la plataforma facilitada a todos los movimientos terroristas de la Yihad? ¿Es posible que se nieguen a reconocer la colosal dimensión del desfalco del corrupto régimen Chavez/Maduro, responsable de la desaparición de cientos de miles de millones de dólares devorados en las fauces de la corrupción de unos gobernantes facinerosos? ¿Es imaginable que no hayan tomado nota de las denuncias sobre los inconcebibles montos traficados por espalderos, contratistas, familiares, aliados y socios de Chávez y de Maduro en la banca europea? ¿Es posible que se nieguen a reconocer los vínculos del gobierno venezolano con la Yihad? ¿Es imaginable su negativa a reconocer la naturaleza fraudulenta de la llamada revolución bolivariana?

La tenacidad y persistencia de taras inveteradas siguen anclando a la izquierda a sus viejos prejuicios, a sus mitos fundacionales, a sus ancestrales lugares comunes. Con un trágico y gangrenoso agravante: la brutal amoralidad y el gansterismo neo fascista impulsado por los Castro en connivencia con Hugo Chávez con el fin de terminar controlando la región, como deja ver el estremecedor testimonio de Leamsy Salazar recogido por el periodista español Emili J. Blasco, de ABC, en su libro Bumerán Chávez, Los fraudes que llevaron al colapso de Venezuela (Washington y Madrid, abril de 2015).  Aún ignaro de esta hamponil deriva que preparaban las izquierdas, el gran novelista chileno Roberto Bolaño confesó en una de sus últimas entrevistas antes de morir, a los 50 años: «Sigo siendo de izquierda y sigo creyendo que la izquierda, desde hace más de sesenta años, mantiene en pie un discurso vacío, una representación hueca que sólo puede sonarle bien – esa catarata de lugares comunes – a la canalla sentimental. En realidad, la izquierda real es la canalla sentimental quintaesenciada». Por entonces no estaba del todo claro que pronto, muy pronto, esa izquierda, la suya y la mía, la nuestra, sería no sólo una canalla sentimental, sino una canalla de traficantes, ladrones, corruptos y asesinos, como los que subirían al poder de la izquierda real en la Venezuela arrastrada a sus abismos. Administrada para mayor INRI por los hermanos Castro en nombre del Ché Guevara. Sobrevivientes gracias al ruin saqueo de su odiada Venezuela.

Sin consideración a los profundos cambios económicos, sociales y políticos que han tenido lugar en el planeta luego de la Segunda Guerra Mundial, el fin de los colonialismos, la debacle y caída de la Unión Soviética y su bloque imperial y el fin del comunismo, tan manchado en sangre por el Archipiélago Gulag y las mazmorras castristas como Auschwitz y Treblinka, la izquierda ha seguido flotando en las nubes de un pasado irreal. Cometiendo atropellos indignos de su pasada grandeza intelectual y moral. Presta a condenar las dictaduras de derecha, pero incapaz de condenar a la peor de las dictaduras de que se tenga memoria en nuestro continente, la cubana. Prisionera de la vieja trampa hitleriana y estalinista del rojo y el negro, de Dios y el Diablo, atada al maniqueísmo de bloques enfrentados, ya periclitados y ajenos a la verdadera actualidad del tiempo.

Hoy, como ya nadie se atreve a desconocer, la alternativa vigente no es la falsa y  maniquea diferencia de izquierdas y derechas, sino la de demócratas y autócratas. Como no se cansan de señalarlo Mario Vargas Llosa y Enrique Krauze, muy por encima de esa vieja y trasnochada contraposición de ideologías fracasadas está el imperativo moral, ya categórico, del liberalismo o el totalitarismo. La libertad, he allí el imperativo kantiano de todas las luchas sociales.

Avergüenza que, sin excepción ninguna, todas las izquierdas gobernantes hayan renunciado a defender la libertad en aras de mantener un gobierno espurio, anti popular, autocrático, militarista, estatólatra y caudillesco. Como el que impera por sus fueros en Venezuela, atropellando todos los derechos humanos. Y se nieguen a retirarle el respaldo a quienes llevan 56 años encadenando a su pueblo y manchando a las izquierdas de oprobio e ignominia.

La disyuntiva no puede ser más clara: o las izquierdas abren los ojos y regresan a la defensa de sus valores inalienables, o desaparecen. Tertium non datur.

@sangarccs

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