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La irritante desigualdad social

La desigualdad es tan añeja como la vida en el planeta. Parece ser consustancial a los seres, cualquiera sea su especie. Así vemos como desde cuando el primer neandertal posó su planta sobre el globo terráqueo e inició con su andadura el proceso de desarrollo, los especímenes físicamente más favorecidos por la naturaleza y, por consiguiente, dotados con un poco más de materia gris, junto con asumir el liderazgo y poder absoluto de la manada, acometieron tareas que van desde la escogencia del espacio a ser ocupado y asignado a los integrantes de la tribu, así como la exploración en los territorios aledaños susceptibles de ser anexados, que garantizaran el crecimiento y alimentación de la grey. Esos prehistóricos líderes son los que, evolucionados y con herramientas culturales superiores, vinieron a ser los líderes del emprendimiento en las actividades políticas, económicas y sociales, sin que a la par del desarrollo impulsado hubiesen creado normas idóneas, capaces de evitar que la desigualdad social creciera por debajo de la magnitud del modelo económico-social implantado. Desde tiempos tan remotos, la desigualdad circunscrita en pequeñas aldeas habitadas por seres primarios y la ancestral vocación expansionista, permanecen como ancladas en algunas etnias negadas a escapar del primitivo instinto. 

Y a eso vamos. ¿Por qué estamos al borde del abismo, de una conflagración con el componente nuclear? A mi modo de ver, Vladimir Putin y su mafia que gobierna en Rusia, país cuyo territorio se extiende desde los confines de Europa hasta topar con la China comunista, impulsado por la ancestral vocación expansionista, invadió territorios ucranianos, pretextando proteger la vida y bienes de los ucranianos de origen ruso, “perseguidos por el gobierno Nazi”, así lo proclama. Pero el verdadero propósito, en armonía con la histórica vocación expansionista e imperialista del ruso es poner en jaque, a tiro de fusil, la democracia occidental, plantando su frontera móvil lejos de Moscú y recuperar territorios que formaron parte de la extinguida Unión Soviética. Con tal propósito no dudará en reeditar el homolodomor y coronarse con sanguinarios laureles; máxima aspiración de quien se formó en la KGB soviética, banda criminal con rango de policía política.

En el párrafo que antecede, puede otearse conexión con la desigualdad social. Porque las guerras, a su paso, van sembrando desolación y miseria, acentuadas en países derrotados y ocupados por un invasor inclemente y los rusos han demostrado serlo hasta la saciedad. El derrumbe de la “Cortina de Hierro” desnudó la verdad del “paraíso soviético”. Un mundo en el cual la miseria mantuvo atrapada a la mayoría sin derecho a reclamar, mientras la nomenklatura del Partido Comunista disfrutaba de las mieles del poder.

Desde luego que cuando denunciamos la discriminación social, el sistema capitalista no queda ileso. Porque no existe justificación alguna para que el 1% de la población mundial disfrute de más del 65% de la riqueza, mientras entre 700 y 800 millones de seres vivan en extrema pobreza, ni para que en los países ricos aproximadamente 30 millones de niños crezcan bordeando la extrema pobreza. Sin duda alguna, en el crecimiento y permanencia de la marginalidad, la responsabilidad no es sólo atinente a la inexistente voluntad política de muchos gobiernos, aunque también. Es una responsabilidad compartida de los gobiernos con la sociedad, incluido el sector empresarial con su enorme peso económico-financiero.

De allí el que nos atrevamos a plantear la idea siguiente; Los estados que integran la ONU deberían hacer algo verdaderamente útil para la humanidad como por ejemplo deliberar y aprobar: 1.- La Carta de Impuestos con el objeto de pechar los escandalosos beneficios, obtenidos por infinidad de empresas y particulares que no reinvierten en actividades susceptibles de generar bienestar social. 2.- Que los fondos recaudados por la novedosa fórmula impositiva sean administrados por un ente creado al efecto, fuera del elenco burocrático, sean utilizados en el financiamiento del desarrollo de las áreas más deprimidas del planeta, en las cuales el desempleo, el hambre, el déficit de centros educativo, aunados a la carencia de servicios elementales conforman una trampa mortal que los mantiene anclados en el infradesarrollo y degradados a la condición limosneros.

Es más que conocida la capacidad escurridiza de los capitales, pero si el instrumento diseñado para pechar los grandes capitales es aprobado por la totalidad de los países representados en la ONU e incorporado a la legislación hacendística de todos, para evadirlo tendrían que fugarse a la Luna.

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