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La intolerancia en el desarrollo humano

Hablar de intolerancia no es fácil puesto que muchas veces acarrea serios problemas ideológicos. También, culturales y sociales. Es posible que el concepto de intolerancia, hiera susceptibilidades. Sin embargo, el propósito de esta disertación busca animar alguna reflexión o tesis que induzca la introspección necesaria que convoque a revisar su intencionalidad en el contexto del desarrollo humano.

Cualquier proceso que atienda las necesidades del desarrollo del ser humano, debe pasearse por todos los ámbitos que invoquen cuantas virtudes y valores exaltan la vida. Incluso, aquellos que son contrarios. Aquellos que descuadran la vida. 

Audacia conceptual

Ya que no es verdad que la vida está asentada solamente en la práctica de cualidades que den cuenta de los valores que definen una sociedad justa, solidaria y ética. Pues como refería el poeta y filósofo inglés, Samuel Taylor Coleridge, “el único y verdadero espíritu de tolerancia consiste en tolerar conscientemente la mutua intolerancia”.

Aunque Coleridge se mostró como un reconocido erudito, filósofo de profundas digresiones, incluso como fogoso pensador político, su verbo poético pudo reconocer en la intolerancia el fundamento doctrinario de sociedades guerreras para las cuales la vida necesitaba algo que motivara la diferencia de perspectivas. 

En términos de la postura asumida por el inglés Samuel T. Coleridge, conocido cual hombre de inquieta religiosidad, el ejercicio de la política tendía a corromperse con alguna facilidad. Aunque con la mayor discrecionalidad posible. 

Para este filósofo, dicho problema se inscribía en la excesiva tolerancia. Sobre todo, al mostrarse débil en medio de situaciones caracterizadas por rigurosos relacionamientos entre actores políticos ganados por el inmediatismo. Este, entendido como el ámbito más expedito para seducir posiciones endurecidas por el rigor de ciertas formalidades administrativas dominantes en momentos de crudos enfrentamientos bélicos propios del siglo XVIII en la Europa meridional.

Otras posturas

A decir del polítólogo español, y profesor universitario Fernando Vallespín, en su libro “La sociedad de la intolerancia” (Galaxia-Gutenberg, Barcelona-España, 2021), la intolerancia la analiza desde la perspectiva de la democracia. Para Vallespín, si bien la tolerancia acentúa el juego democrático, “(…) sin críticas, por muy hiperbólicas o destempladas que estas sean, no hay democracia digna de tal nombre, (…) Es ahí donde las sociedades abiertas encuentran su chispa, en permitir una cultura de la discrepancia, y en hacer de esta el impulso principal para poder ilustrarnos conjuntamente (…)” agrega que “uno aprende de quienes discrepan, de quienes transgreden, no de los afines (…)” 

En líneas posteriores, Fernando Vallespín manifiesta que “esperamos que sobre el trasfondo de mis ideas, sirva para sostener nuestro tránsito hacia la sociedad de la intolerancia”.

Así como la tolerancia llegó a instituirse como un derecho adquirido, dada su condición de valor humano, la intolerancia alcanzó ambientes políticos dominados por decisiones que apostaron al conflicto visto como medida necesaria para imponer el poder del cual se han valido gobiernos para vulnerar resistencias. Aunque la historia sigue padeciendo de las mismas prácticas.

En conclusión

Pero, aunque la intolerancia puede definirse “como la indignación de quienes carecen de opiniones”, según lo aludió, el también británico escritor Gilbert Keith Chesterton, el desarrollo humano ha deducido que toda sociedad está basada en la intolerancia. 

Ello, si bien constituye un arduo problema por cuanto ha frenado el desarrollo político, económico y social de innumerables naciones, igual ha servido para moderar comportamientos complacientes y enviciados que han perturbado el afianzamiento de valiosas consideraciones en pro del avance de programas asociados al desarrollo económico. 

Y aunque el progreso de toda realidad descansa en la tolerancia, hay casos en que lo contrario ha sido la “punta de lanza” para evitar enrarecimientos sociales, cuyos costos políticos resultan bastantes inmoderados. 

Porque “no sería tolerante, quien no tolera la intolerancia” tal cual como lo manifestó el teólogo español, Jaime Balmes. De ahí, la idea de asomar esta disertación la cual, con alguna parquedad, intentó esbozar algo sobre: la intolerancia en el desarrollo humano.

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