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La hora de la DC

La Democracia Cristiana (DC) es uno de esos misterios permanentes del análisis político. En general ha tenido intuiciones correctas pero siempre ha optado por actuar en contra de ellas.

Con Salvador Allende, a quien puso en el sillón de Presidente de la República luego de que este no obtuviera la mayoría de votos necesaria, tenía claro que estaba apoyando un proyecto marxista totalitario que terminaría por arruinar al país. Tan claro tenía esto la DC que para darle su apoyo le exigió a la UP someterse al famoso Estatuto de Garantías Constitucionales mediante el cual ingenuamente buscaba asegurar que el régimen marxista no destruyera los derechos más fundamentales de los chilenos y los soportes esenciales del régimen democrático. Al final, Salvador Allende reconoció que se había sometido al estatuto solo por razones «estratégicas».

Así, la DC fue instrumental en poner al primer presidente marxista democráticamente electo en la historia del mundo. Y eso en plena Guerra Fría. Ya sabemos como terminó la historia: la misma DC logró que con dos tercios de los votos, la Cámara de Diputados chilena aprobara una resolución el 22 de agosto de 1973 convocando a los militares a derrocar al gobierno de la Unidad Popular por, en palabras de la declaración, violar sistemáticamente la constitución, amparar grupos terroristas y querer instaurar «un régimen totalitario en el país». Si la DC hubiera, desde el principio, seguido sus principios antimarxistas, probablemente Chile se habría ahorrado la traumática experiencia que todo ello significó.

El profesor Víctor Farías ha explicado que el problema radica en la ideología de la DC, que tiene más elementos colectivistas y de simpatía por el comunismo que afinidades con un orden social basado en la libertad individual. Entonces, al final, si tiene que optar entre apoyar a quienes promueven el capitalismo y los que aspiran al socialismo, optan por lo segundo. Esto es posible; después de todo, la DC chilena poco tiene que ver con la alemana que hizo de la economía social de mercado con estado subsidiario y de la responsabilidad individual su eje fundador.

Pero lo anterior no significa que no haya sectores en la DC con las ideas más claras. Hoy ella puede asumir un rol decisivo en poner fin al experimento refundacional de la izquierda chilena, que está arruinando al país, una vez más, y cuyo desenlace final es todavía insospechado. La DC no debería, si sigue sus principios, siquiera sentarse a la mesa con un partido totalitario como el Partido Comunista chileno, aliado de las FARC, promotor del terrorismo en el sur, admirador de la dictadura castrista y fan de la dictadura norcoreana. Sería como si estuviera dispuesta a tener de aliado político a un partido nazi. Los alemanes saben que comunistas y nazis son la misma especie ideológica y política, por eso, a instancias del canciller demócrata cristiano Konrad Adenauer ambos partidos fueron prohibidos. ¿Y qué hay de la presidenta Bachelet que una y otra vez recuerda que su gobierno se inspira en el sueño de la UP -que la DC resistió-, que declara admirar la Alemania comunista, que salta a los brazos de Fidel Castro cuando va a Cuba y no emite una sola palabra de condena por las violaciones a los derechos humanos en países socialistas como Venezuela, ni siquiera en la RDA donde fue exiliada y de cuyos crímenes estaba enterada?

La razón por la que la DC dice no poder aliarse a partidos de derecha es por la historia que estos tienen de apoyo al régimen autoritario de Pinochet. Pero se alía sin problemas con partidos y una presidenta que admiran y apoyan dictaduras de izquierda. Vaya consecuencia. La DC tiene hoy nuevamente una responsabilidad histórica que es la de hacer todo lo posible por evitar que un proyecto populista arruine al país. Es hora de romper el esquema del Sí y el No y armar un gran referente de centro que le dé a Chile la estabilidad que hoy está en jaque. Porque al final la obligación de la DC – como la de los demás partidos- no es la de garantizar pegas para sus representantes, sino la velar por el bien de Chile. En el pasado nos falló. Esperemos que esta vez esté a la altura de la oportunidad histórica que se le presenta.

Axel Kaiser

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