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La fuerza injusta

Pascal, una de las mentes más brillantes de la intelectualidad occidental, una vez explicó que: “La justicia sin la fuerza es impotente; y la fuerza sin la justicia es tiránica.  La justicia sin fuerza encuentra oposición porque siempre habrá malvados; y la fuerza sin la justicia no es deseable. Hay, pues, que unir la justicia y la fuerza para conseguir así que lo justo sea fuerte, y que lo fuerte sea justo”.  Eso, que los guardias nacionales de antes teníamos claro, parece que no lo supiesen los altos mandos de la actualidad.  Quizás es culpa de quienes fuimos sus maestros que no logramos hacer que ellos, nuestros alumnos, interiorizaran esa filosofía.  En lo que a mí respecta, tengo la mente tranquila: lo enseñé, lo exhorté, lo estimulé cada vez que pude, en las aulas y en el ejercicio profesional, porque soy un fiel creyente en aquello de que “el mejor predicador es fray Ejemplo”. Aún así, no dejo de sentir que a lo mejor pude haber logrado más.  Pero, a lo hecho, pecho. El mal está presente en los miembros más conspicuos de la cúpula militar y sus accionares tienden a ser imitados por sus subalternos.

Si el filósofo y matemático francés caminara por las calles venezolanas de hoy, no pudiera entender cómo eso que él tildaba de indeseable es lo que impera en ellas. No pudiera entender que unas autoridades guarnecidas con un excesivo poder discrecional (más no de derecho) tienen el tupé de desoír los mandatos legales que reciben de unos jueces mangas-meadas que no se dan a respetar y que aceptan, con los rabos entre las piernas, que no se libere de las mazmorras policiales a personas sobre las cuales han emitido órdenes de libertad. Pero con el mismo pasmo, vería cómo unos dizque magistrados —que no llenan los requisitos mínimos para ejercer la magistratura— emiten sentencias tras sentencias que convalidan las arbitrariedades del Ejecutivo. Y que si para lograrlo tienen que ir en contra de la doctrina o la jurisprudencia que habían sentado apenas unos días antes, ¡pues sea!

Lo que tenemos que sufrir los venezolanos, simultáneamente, son un travestismo de la justicia y una exacerbación de los poderes de policía. En eso se van los días y los empeños de togados y uniformados.  Porque dedican todo su tesón en hostigar a todo aquel que se atreva a pensar diferente a como quiere el régimen. La consecuencia: los malhechores, por la libre, asaltando y matando sin que los toque ni una ley fuerte ni una fuerza justa.  Mientras tanto, el inepto mayor —quien terminó de quebrar a la república después de que su “padre” comenzara la expoliación del Tesoro—, para salvar las apariencias, ordena que los casos en los que indebida, injusta e ilegalmente se habían abocado los tribunales militares, pasen a la justicia ordinaria.  Pero solo de la boca para afuera, para seguir engañando incautos más allá de las fronteras patrias.  Adentro, fiscales y jueces milicos siguen en lo suyo, sancionando como delitos que van desde un fulano “ultraje al centinela” —que no es tal por las razones que di hace algunas semanas— hasta una “traición a la patria” que tampoco se ha configurado.  O sea, que si las policías y la GNB —que es en lo que ha devenido lo que era la GNV— tienen la desfachatez de desoír los mandatos judiciales, también los miembros de las cortes marciales, con impudor, se dan el lujo de no pararle a las órdenes que se emiten desde el tope de la estructura ejecutiva, en tan ineptas manos.

Todo anda manga por hombro en Venezuela por los excesos de la fuerza injusta.  Una de sus muchas expresiones se hace patente cuando el régimen emplea “colectivos” para que —forrados de plata de las partidas secretas, en vehículos y con armas provistos por organismos oficiales— cometan contra la población disidente las tropelías que entienden que deben ser llevadas a cabo para “pacificar” las calles, pero que un mínimo de pudibundez ante la opinión internacional impide que sean encargadas a “el aparato represivo del Estado”, para ponerlo en las palabras de Althusser, tan caro a los aparatchniki que desmandan en Venezuela.  Tanto, que esa violencia que he estado describiendo a lo largo de este escrito debe ser, para este autor francés, consubstancial con el Estado que preconiza.  Para él, este es un agente represor que tiene en su poder el monopolio de la fuerza; y que esta se hace legítima precisamente por el despliegue del poder.  Dice, también, que lo jurídico pertenece a la vez tanto al aparato represivo del Estado como a sus aparatos ideológicos (partido, medios de comunicación, cultura, deportes).

Solo así se entiende el porqué de esa manía de “soltarle la jauría” a las masas que solo reclaman, pacíficamente las más de las veces, la provisión de lo más básico para la vida en convivencia —y que ese afán de poner lo ideológico por encima de lo necesario soslaya—: alimentación, salud, educación y libertad.  Pero parece que aquí, volviendo a otro dicho de Pascal, se cumple con que “a los hombres se les gobierna más por el capricho que por la razón”.  Eso es lo que nos está matando…

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