La escuela y la antiescuela
La escuela y la antiescuela. Dos conceptos en pugna, dada las contradicciones que entrañan. Pero igualmente, son conceptos que son reveladores de una infortunada visión de la educación. Más aún, en tiempos en que la dinámica social, en complicidad con la dinámica política, cuando en conjunto salpican el pundonor de leyes que exaltan la moralidad, el civismo y la convivencia ciudadana en todos sus sentidos y manifestaciones. Precisamente, en el fragor de tan insidiosas contrariedades, el concepto de “escuela” tristemente se ve atropellado. Al extremo que el de “antiescuela” pareciera haberlo rebasado dada sus contrariadas repercusiones.
Un concepto de “escuela”
En principio, habrá que perseguir un concepto de “escuela” cuya pertinencia orgánica y funcional, lo sitúe en medio de las contingencias provocadas por los acontecimientos marcados por los más recientes tiempos, que están por superar los límites de la cuarta década del siglo XXI.
Desde que la pregunta ¿para qué se enseña?, comenzó a dificultar el propósito que detenta la escuela cuando intenta plegar su misión de educar a los ámbitos propios de cada realidad donde la institución plantea suscribir su proyecto de educación, el concepto de “escuela” pareciera haber renacido del monolítico sistema educativo que había regido procesos enseñanza-aprendizaje correspondientes con el vetusto modelo escolar que rigió el mundo occidental hasta entrado el siglo XX.
Actualmente se habla de una escuela dirigida a formar ciudadanos para la tecnología, la ciencia, la música, el deporte, la industria, el agro, la religión, la paz, el ambiente, la democracia, la cultura, entre otros ámbitos que visten el traje de las realidades actuales.
Ante un ensayo de interpretación
Y aunque la pregunta arriba planteada podría contestarse sin que la respuesta se vea atada a condiciones formalizadas por la incidencia de la escuela que logró posicionarse adentrados los años 70(s), aproximadamente, el problema de una interpretación adecuada no perturbó el propósito originario. Por tanto, es posible que la contestación que mejor resulte ajustada a las exigencias del sistema educativo actual, termine plegada al concepto de escuela regido por necesidades escolares supeditadas, en buena forma, a intereses del mercado. Incluso, sujetas a determinaciones del poder.
En el siglo XXI, no cabe la idea de una escuela simplemente ejecutora de procesos escuetamente administrativistas y fríamente tecnificados. O sea, donde la enseñanza obedecía a los criterios unívocos que disponía el maestro en función de una visión cognitiva determinística y única.
De manera que antes de caer en la trampa de la dialéctica a partir de la cual se debatió el vetusto paradigma positivista, el concepto de “escuela” que mejor podría adaptarse a las demandas capitalizadas por las nuevas teorías del conocimiento que revolucionaron el ejercicio de disciplinas científicas, tecnológicas, artísticas y humanísticas, propende a apuntar sus fuerzas en la dirección que enrumbó la praxis política y económica que lideró el discurrir de las sociedades, en el entretanto del siglo XXI.
En esa línea epistemológica, la “escuela”actual se concibe como una institución educativa co-responsable moral, ética, política y socialmente elaborada para convertir el aula en escenario de formación y socialización lo cual insta la convivencia como expresión de autonomía, libertad y dignidad humana. Indistintamente del modelo de organización adoptado el cual, además, tiene la capacidad no sólo para potenciar los objetivos educativos pensados. Sino también, para derruirlos o deformarlos frente al esfuerzo realizado ante el diseño pretendido.
Un concepto de “antiescuela”
Por su parte, el concepto de “antiescuela” responde a la dislocación cultural, moral y ética que ha venido ocurriendo a consecuencia de la separación de la relación escuela-sociedad. O de la disociación del vínculo educación-desarrollo humano. La fisura que significa este problema y que se da entre “la formalidad educativa y la informalidad educacional”, al final, devienen en las obstrucciones que atentan contra la condición circunspecta o sistémica de la educación.
Esta situación termina desmereciendo la importancia de la educación en su formalización. Así que la educación, luego de todo eso, ve dificultada sus intenciones de enaltecer sus vitales procesos enseñanza-aprendizaje. En consecuencia, padece de gruesas injerencias y robustas complicaciones que anulan sus energías tendentes a evitar la conflictividad y agravación de la moralidad y declive de la ética que, como graves crisis, está suscitándose en perjuicio de la significación de la familia entendida como eje funcional y primordial de la sociedad.
Otras implicaciones
Cabe pues procurar otras consideraciones que sitúen la “antiescuela” en el terreno de las realidades más inmediatas a los acontecimientos que vienen determinando las embrolladas tendencias actuales. Aunque existen posturas que reivindican a la “antiescuela” como razón (inversa) del universo educacional. Por eso, esta disertación refería en su prolegómeno que la concepción de “antiescuela” complementa el concepto de “escuela” toda vez que coexisten ciertas posturas dirigidas a recalcarla como el espacio interdisciplinario presto a repensar y reflexionar las prácticas usuales que sigue la “escuela” en términos de sus correspondencias propósitos.
Es ahí cuando se escucha decir que la nueva pedagogía promueve la “antiescuela”. Ello, a fin de animar procesos educativos que permitan un aprendizaje incitado por los dictados del mercado de consumo imperante y del mercado sociopolítico dominante. Inclusive, de la violencia que habla desde las calles. Además, sumida en la oscuridad o anegada del hambre de la indigencia. Así como de la insolencia y osadía protagonizada por inescrupulosos, turbulentos e impúdicos. Sin embargo, esa misma “antiescuela” sigue específicos patrones de instrucción por cuanto terminan formando antivalores.
Algunas inferencias
Vale agregar que la “antiescuela” representa el lugar de formación de disidentes y desertores de la “escuela formal” pues la misma “moldea” disconformes, insolentes, haraganes o delincuentes en potencia. Problema este que, infaliblemente, pone en duda la eficacia de la que presume la formalidad educacional.
En la “antiescuela” pese a las contradicciones que asoman sus esquemas de enseñanza, se aprende más que lo que la “escuela” enseña pues enseña viviendo, infringiendo (en lo posible) todo lo que represente justicia, verdad, honestidad e igualdad.
Al final no puede negarse que al igual que la “escuela”, la “antiescuela” obedece a procesos que siguen criterios de enseñanza-aprendizaje que semejan los que orientan la esencia de la “escuela”. Sólo que aquella le imprime sentido y congruencia a la informalidad e improvisación educativa. Es decir, en la “antiescuela” dichos criterios se aplican al revés.
La presencia de la denominada “antiescuela”, vista como modelo de instrucción, revela la anomia social cuya incidencia podría explicar la reacción posmoderna a la retórica que encubre los postulados de una presuntuosa “Ilustración”, tal como es referida por los planes de desarrollo. Además, es advertida por la deplorable e infortunada distancia existente entre la escuela y la antiescuela.