La dogmática madurista
La pretensión de la cúpula madurista es establecer su narrativa del poder como una dogmática inapelable e indiscutible. Se trata de un salto a los tiempos del oscurantismo en el que no se permitía dudar de las afirmaciones y posturas de los monarcas. Cuando hablamos de dogmatismo, estamos hablando según la definición del diccionario de la Real Academia de un pensamiento “Inflexible, que mantiene sus opiniones como verdades inconcusas.” El diccionario nos cita como sinónimos a las siguientes expresiones: “inflexible, intransigente, categórico, tajante, terminante”.
Para los señores de la cúpula roja la evolución del pensamiento no ha ocurrido. La filosofía cartesiana de la duda metódica no existió. Nadie puede poner en duda, so pena de ser criminalizado y encarcelado, su verdad. Y su verdad es que Nicolás Maduro ganó la elección presidencial del pasado 28 de julio. Esa verdad hay que imponerla a todo trance. Dudar, cuestionar, solicitar explicaciones, actas o auditorías constituye en la nueva ciencia del derecho revolucionario “una conspiración”, un “llamado al desacato de las leyes”, “una resistencia a la autoridad” o simplemente “una promoción del odio”. Para los señores del poder el pensamiento crítico no existe. En la historia de la filosofía jamás se enteraron de los aportes de René Descartes y su teoría de la duda metódica mediante la cual plantea “descartar cualquier supuesto no seguro, del que se pueda dudar. Si esta existe, este supuesto podría ser verdadero o falso. No permitiría construir sobre él el conocimiento.” (Roger Scruton. Modern Philosophy: An Introduction and Survey. London: Penguin Books, 1994.).
De modo que dudar, a estas alturas del siglo XXI, examinar el contenido de una afirmación, de un planteamiento, estudiar una tesis es algo absolutamente normal y aceptado universalmente, más si se trata de una conclusión matemática. Una suma de valores matemáticos tiene por su misma naturaleza que demostrar su exactitud y certeza. Es decir, el resultado de una suma de guarismos es un valor cuya certeza es posible verificar a partir de examinar cada uno de los sumandos.
Esta realidad, fruto de la razón más elemental, es imposible de exigir y verificar en el sistema electoral y político del madurismo. Dudar de ellos ya es objeto de una presunción delictual. Solo se debe aceptar como una verdad incontrovertible las afirmaciones y las decisiones de los voceros del poder constituido, por cierto, al margen del mismísimo orden constitucional. Pretenden que su palabra sea equivalente a la palabra de Dios.
Cuando un sistema político pretende hacer de sus afirmaciones un dogma estamos sumidos en el autoritarismo. De modo que el comportamiento de los voceros del poder es altamente retrógrado y oscuro, típico de los tempos previos al establecimiento del pensamiento razonado y a la aparición de la filosofía moderna. La evolución del pensamiento, precisamente, es la que ha llevado a la humanidad a no criminalizar la opinión disidente, ni mucho menos la crítica a las afirmaciones, actos y tesis de quienes detentan, en un momento dado, el poder.
La sociedad democrática no puede sucumbir a este dogmatismo. Debemos reivindicar el derecho a la crítica, al cuestionamiento razonado de los actos del poder. Tal comportamiento, por sí solo, no constituye desacato, ni mucho menos desobediencia a la autoridad. Diferir de un acto administrativo o judicial, cuestionar su legalidad, oportunidad o conveniencia es de la esencia del hombre libre y merece absoluto respeto de la sociedad, comenzando por quienes están investidos de autoridad.
Tenemos el legítimo derecho a cuestionar el acto de proclamación de Nicolás Maduro y la infausta sentencia de la sala electoral que, de forma contraria a los principios y normas de la constitución, ha sido dictada para avalar dicha proclamación. Ese desacuerdo no constituye delito alguno. Solo un estado autoritario ha criminalizado y judicializado ese derecho inherente a la persona humana. Esa criminalización es el camino que han transitado todos los sistemas autoritarios conocidos porque para su permanencia en el poder la verdad es desestabilizadora.
En medio de la censura de medios existente, del terror creado y ejecutado, y del sometimiento de la justicia a los dictados de la cúpula usurpadora, nuestra verdad no puede ser callada y ocultada. La dogmática del madurismo, base fundamental de la narrativa de estos tiempos, debe ser demolida con el arma poderosa de la razón y el pensamiento. Porque como bien lo expresó el gran escritor español Don Miguel de Unamuno, para convencer es fundamental la razón y el derecho. Recordemos su discurso a los representantes del poder militar: “Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha, razón y derecho.”. Por ahora tienen esa fuerza bruta que describió el filósofo vasco, pero no convencerán porque les falta la razón y el derecho.