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La despolitización de la crisis venezolana

A Antonio Ledezma, en su 61 cumpleaños

Insólito, por no decir asombroso, que tras un cuarto de siglo de hostilidad y confrontación y diecisiete años de soterrada guerra civil, la vieja clase política social democrática, médula de los viejos y nuevos partidos – de Acción Democrática a COPEI, y de UN NUEVO TIEMPO a PRIMERA JUSTICIA – se niegue y sea absolutamente impermeable a aceptar y comprender que la esencia de la política fue, es y será, mientras exista la sociedad y sea coronada por el Estado, precisamente, la hostilidad y la confrontación. Y que en su esencia subyace la eventualidad de llevar esa hostilidad a su máxima expresión: la eliminación física y la guerra. Interna y externamente.

No es necesario conocer a Thomas Hobbes o a Maquiavelo, a Hegel o a Marx, a Carl Schmitt o a Leo Strauss para saber que “lo político es un estatus del hombre; más precisamente, es el estatus, en tanto es el estatus “natural”, fundamental y extremo del hombre”, el “estado de naturaleza” que subyace a toda cultura. Bellum omnia contra omnes, la guerra de todos contra todos, como la definiera magistralmente y para siempre en 1651 Thomas Hobbes en El Leviatán. Que “lo político es fundamental, y no un “dominio concreto, relativamente autónomo”, entre otros. Que lo político es lo decisivo.” Y que “la distinción específica de lo político es la distinción de amigo (Freund) y enemigo (Feind). Por tanto, que “la esencia de las relaciones políticas consiste en la referencia a un “antagonismo concreto” en el que el “enemigo” tiene la primacía sobre el “amigo” porque “en el concepto de enemigo” – y ya no en el concepto de amigo en tanto tal – se incluye “la eventualidad, en términos reales, de una lucha y a partir de la eventualidad de la guerra, del “caso extremo”, de la “`posibilidad extrema”, “la vida adquiere su tensión específicamente política”. Y cuyo caso extremo, la guerra, “es el caso extremo por antonomasia para el ser humano, ya que se refiere “a la posibilidad real de la eliminación física” y la mantiene latente. (Carl Schmitt, El concepto de lo Político).

Sólo dos figuras emblemáticas de la política venezolana – estadistas y no marrulleros, oportunistas, capataces o logreros, más o menos talentosos, del trasiego político criollo – lo supieron en la plenitud existencial del conocimiento: Rómulo Betancourt y Rafael Caldera. Capaces de comprender con una sola mirada el juego en disputa, las opciones que se abrían, las apuestas existenciales que se requerían para asaltar, conquistar y mantenerse en el Poder – máximo botín en disputa del enfrentamiento amigo-enemigo. Todos los demás fueron acompañantes, comparsas, extras, corifeos. Incluso Carlos Andrés Pérez, que ya en su segundo gobierno había traicionado la esencia de la política: luchar mortal, fieramente contra el enemigo. Desde luego que lo han sabido a plenitud desde Simón Bolívar hasta Juan Vicente Gómez todos los dictadores que en Venezuela han sido, pues gobernaron sobre las ascuas de la guerra. Y quien lo supo como en una ensoñación, primitiva, bárbara, canibalescamente fue, desde luego, Hugo Chávez. La figura política más destacada del último medio siglo venezolano.

Y fue una decisión absolutamente política, y de alta política la suya, de subordinarse en cuerpo y alma al político latinoamericano más sobresaliente de la modernidad – si a este período de tecnicismo, prosperidad a medias y barbarie narco guerrillera que ha reinado en la región desde el fin de la segunda Guerra Mundial puede considerársele moderno -, Fidel Castro. Quien, a juzgar por el relato seudo autobiográfico de Norberto Fuentes, ya era un político maquiavélico y hitleriano en el más estricto sentido del término desde su temprana adolescencia. Pues al entregarse a Fidel Castro desplazó de una plumada al Che Guevara del impotente y nostálgico imaginario marxista latinoamericano, convirtiéndose en el líder de la izquierda marxista continental. Lo que no es ninguna broma, visto que izquierda, verdaderamente izquierdista, sólo lo es la marxista. Que fiel a Thomas Hobbes, a Maquiavelo y a Carl Schmitt, pero sobre todo a Marx, a Lenin y a Stalin, sabe que la política es la guerra siempre a muerte, pero por otros medios. Y el enfrentamiento y la aniquilación del enemigo – los liberal-democráticos – esencia de su quehacer cotidiano.

Muerto Chávez en su delirante aventura personalista, militarista y caudillesca, sus seguidores, hoy en el mando aparente de la Nación, se han soldado aún más al castrismo. Huérfanos de toda sustancia y de toda auténtica capacidad política, de la que aquí se habla, no tienen otra manera de conducir esta nave a la deriva que es la impotente república de Venezuela que obedecer ciega y fielmente los mandos e instrucciones de Fidel y Raúl Castro, verdaderos amos de la Venezuela en crisis. Precisamente ellos, en su fase final y decadente. Cuando más necesitan contar con la esclavitud de los venezolanos, pues del petróleo depende su sobrevivencia. De modo que Maduro, Cabello, Padrino López y todos los involucrados en esta esperpéntica guerra de cuarta generación no tienen otra alternativa que seguir y profundizar la guerra que se les ordena desde La Habana. No hacerlo, sería traicionar el legado de Chávez, su única sustancia.

Y vuelvo aquí al motivo de esta reflexión sobre la esencia de lo político: ¿cuenta Venezuela con una clase política liberal democrática capaz de enfrentarse existencial, vital, políticamente a la guerra a que nos somete a diario nuestro enemigo? ¿Tienen conciencia los jefes de los viejos y nuevos partidos que deben ponerse al frente de una guerra en defensa de la República y nuestras tradiciones democráticas, esencia de nuestro único modo de vida? ¿Están capacitados para soldar a los amigos y enfrentarse y vencer al enemigo? ¿Por las vías que sean?

Me permito expresar mis más serias dudas. Creo, muy por el contrario, que los dirigentes de los viejos y nuevos partidos no tienen otra política que despolitizar el conflicto venezolano. Despolitizar el reclamo y la protesta de las masas indignadas, empujadas a la miseria y la muerte, por quienes tienen el estratégico objetivo de destruir la República. Despolitizar la gravedad de la crisis. Despolitizar las conciencias. Y con simulacros bélicos de juegos de tronos mantener formalmente activa la masa crítica, desactivándola en su potencial político: enfrentarse existencialmente a la barbarie. En otras palabras: movilizar desmovilizando. Concientizar desconcientizando. Como lo viene haciendo desde el 4 de febrero de 1992: vencer dándose por vencidos.

Perfecta y plenamente consciente de que la política es una forma aledaña al estado de guerra, Hugo Chávez y su régimen pusieron en la mira de la anulación y la muerte a los únicos líderes venezolanos capaces de comprender la esencia de la política y asumir sus consecuencias: María Corina Machado, Leopoldo López y Antonio Ledezma. Con el resto, puede seguir jugando a la guerra de los botones. Hasta que no reste nada que abrochar. En eso estamos.

@sangarccs

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