La culpa no es de la naturaleza
Una buena parte de la historia del hombre, se basa en los desastres ocurridos en áreas que, casi siempre, afectan el desarrollo humano. Mucho más que el desarrollo físico. Thomas Sowell, economista y teórico social norteamericano, refiere que en los últimos tiempos, la historia social del mundo ha estado empeñada en reemplazar “(…) lo que funciona con lo que suena bien”. Por supuesto, a los oídos de los políticos quienes justifican y sustentan planes de desarrollo, en los ruidos que consiguen hacer desde el ejercicio del populismo.
Lo asombroso de todo, es que esos desastres no han dejado de producirse. Las realidades han empeorado. Aún, con la implantación de nuevas y ostentosas teorías sobre sistemática, optimización y economía de riesgos. Aunque lo peor de tan acontecidas situaciones, no ha desanimado a quienes, azuzados por conveniencias políticas, se arrogan el papel de planificadores, contralores y administradores territoriales. Sin el menor conocimiento de morfologías de ríos, cálculos de la sedimentación posible, aptitud de la tierra, etc.
Carl Sagan, reconocido astrofísico, escritor y divulgador científico estadounidense, profesor de la Universidad de Harvard, USA, había expresado una verdad totalmente válida y aceptada. Verdad esta, que pone a brincar a muchos personajes “de portada” que, sin argumentos de peso, excusan motivos humanos para imputárselos a causas naturales. Sagan advierte: “Vivimos una sociedad profundamente dependiente de la ciencia y la tecnología, pero donde nadie sabe de estos temas. Ello constituye la fórmula segura para el desastre”.
No hay duda pues de que la culpa de la gran parte de los desastres que ocurren, no es de la naturaleza. ¿O acaso el calentamiento global, tal como se advierte, se explica solamente como efecto natural? Por tanto, cabe alegar que la causa que explica la incidencia de estos hechos, ha de recaer en razones que tocan condiciones relacionadas con la incultura, la improvisación, el inmediatismo, la desorganización urbanística, el desorden mundano, la desobediencia a pautas formuladas por consideraciones y recomendaciones provenientes del ordenamiento del territorio.
Desde luego, el conjunto de estos problemas deriva de apremios, pesadumbres y carencias, particularmente. Aunque los mismos tienen su origen en las mediocridades que comprometen una oferta política engañosa, frívola, impensada e improvisada.
Una causalidad oculta en el populismo de viejo raigambre
Los últimos reveses soportados por venezolanos con viviendas ubicadas en zonas de alto riesgo, tienen como actores principales a la geología y la geomorfología toda vez que las condiciones naturales son reactivas a los abusos y excesos cometidos por el uso de territorios inadecuados en términos de la perspectiva de un desarrollo habitacional, industrial y comercial que sobrepasa y satura capacidades físicas de todo orden y magnitud.
Por las razones arriba aludidas y otras que comprometen el nivel educativo y de información sobre riesgos latentes de críticas realidades, puede inferirse lo siguiente. El venezolano de escasa cultura ha demostrado una conducta de indiferencia ante distintos peligros anunciados como inmanentes riesgos pero que a pesar del esfuerzo por hacer que sean identificados como tales, no son entendidos, concienciados o internalizados. La vivacidad del venezolano, o la presunción de “saberlo todo”, ha sido una causa que lo ha llevado a desafiar situaciones para las cuales no dispone del conocimiento sistemático mediante el cual podría evitarlas.
Su conducta cotidiana, deja ver trazas de inconsciencia frente a situaciones azarosas. De esa forma, tiende a buscar pretextos que consigue justificar en la pobreza que caracteriza su entorno y contorno de vida. Se sirve de cualquier argumento para sobrevivir física, social, intelectual y económicamente. Aun cuando en el fondo reconoce que omitir tales peligros, representa una mentira “piadosa”. Un engaño piadoso que finalmente, se convierte en un “monstruo de mil cabezas y múltiples largos brazos cargados de irresistible fuerza”.
Construir una vivienda, una urbanización o cualquier edificación en lo que fue una cañada, aunque seca por el tiempo, o al borde de una viva quebrada o cauce, significa no medir el peligro que en todo momento acecha. Ese venezolano que así procede, desconoce que algún día la naturaleza buscará recobrar sus cursos de agua. Aunque tarde años. Y ahí precisamente, sobrevendrá una tragedia. Quizás, de impredecible respuesta.
Indiscutiblemente, esto evidencia un absurdo desafío en el que seguramente, el hombre las lleva todas a perder. Esto implica un desastre. Ojalá, estas líneas inciten a deducir (a ciencia cierta) la razón de muchos de los desastres que han acontecido recientemente. Especialmente, en lugares donde la intemperancia de las aguas someten la orografía del paisaje a sus fuerzas y complicidades. Y situaciones así, llevan implícito el desastre. Así que cuando se tienen realidades que lucen excedidas por el factor humano, cabe decir que ante alguna calamidad que intempestivamente pueda surgir alrededor de ocupaciones motivadas por apetencias e improvisaciones, la culpa no es de la naturaleza.