La cucaracha no se sienta
Para los millones que sufren la dictadura la espera se hace interminable y desesperante. Pero la penosa realidad de Venezuela es compleja y no parece tener una solución providencial o instantánea. Que cese la usurpación es condición imprescindible pero no suficiente para restablecer al país al sendero de la paz, la civilización, el desarrollo, y la prosperidad.
En tales etapas de incertidumbre se desgastan muchas energías discutiendo si un régimen de fuerza voluntariamente cede el poder. La respuesta rápida y sencilla siempre será que no, jamás lo hace voluntariamente. Tienen que confluir los factores necesarios que lo obliguen a ceder, gústele o no, en el mejor de los casos negociando algunas condiciones.
Que la conjunción de factores sea bélica o militar es harina de otro costal. De momento la comunidad internacional ha descartado usar fuerzas militares externas para demoler a la satrapía. Tendría que sobrevenir un “casus belli” internacional suficientemente grave que justifique tal extremo. Mientras ello no ocurra resulta fantasioso insistir sobre el tema.
Pero eso no significa que todo esté perdido, ni remotamente. El movimiento democrático interno y la comunidad internacional aún cuentan con opciones para seguir apretando paulatinamente las tuercas que implacablemente aprietan un férreo cerco hasta que se desplomen las bases cada vez más mermadas que sostienen a la dictadura, sin recurrir a un contingente armado foráneo.
El agotamiento de sus opciones materiales, aunado a la deleznable calidad humana de sus mediocres personeros y la hoy inquebrantable voluntad democrática – nacional e internacional – de ponerle fin a esta aberración así lo han dispuesto inapelablemente. Lo que queda es dirimir el cómo y el cuándo.
Dentro de su obtusa mentalidad criminal, el régimen ha escogido terminar de la peor manera posible, en medio de un lento pero inexorable declive con el mayor costo político, económico y social imaginable.
Aunque es difícil predecir el instante en que comenzará el desmoronamiento interno de las fuerzas que sostienen el parapeto – si es que ya no está en marcha – esa ha sido la historia de los regímenes comunistas en casi todo el planeta, comenzando por la Unión Soviética y pasando por todas las naciones de Europa del Este.
Hoy está fuera del alcance de los sátrapas criollos tomar el astuto camino de la evolución emprendido en China y otros en el Lejano Oriente. Y si pretendieran erigir una bizarra seudo monarquía como en Corea del Norte o la parasitaria Cuba, habría que preguntarles: ¿Con qué se sienta la cucaracha?